El naturalista alemán Martin Eisentraut realizó en 1930 un experimento que, sin lugar a dudas, en la actualidad le habría costado la cárcel: en una época en que no estaban protegidas como ahora, introdujo diversas poblaciones de lagartijas ibicencas en varios islotes deshabitados de Ibiza para estudiar su evolución y adaptación al medio. El 5 de marzo de ese año inició la prueba en el Escull de Tramuntana, un abrupto peñasco (literalmente) situado en el área más septentrional de la reserva de Ponent, y en es Vaixell, aún más agreste (para subir se necesita material de escalada) y ubicado entre na Bosc y na Gorra, en ses Bledes. Dos días más tarde, el 7 de marzo, el alemán hizo lo mismo en otros islotes, entre ellos en es Dau Gros, frente a Vila. Al parecer no encontró parajes más inhóspitos: sin sombra, sin agua, sin apenas comida, batidos por olas que a veces se tragan entera la isla.

¿Qué fue de ellas? Esta semana, 83 años después de aquel experimento, el herpetólogo Valentín Pérez Mellado ha desembarcado en cada una de esas islas y ha comprobado dos cosas: la primera, que aquellas Podarcis pityusensis solo han resistido en un par de islotes que usó Eisentraut como laboratorios; la segunda, que las supervivientes de 1930 han experimentado «una selección natural pura y dura», una evolución rapidísima en solo ocho décadas.

Pérez ha comprobado esta semana que de aquella prueba no queda rastro ni en sa Galera (junto a es Vedrà) ni en el Escull de Tramuntana, pero ha confirmado que hay una población en la copa de es Vaixell (tal como observó por primera vez el naturalista Jorge Calvo hace dos años desde na Gorra con unos prismáticos). La de es Dau Gros, de la que ya hablaba el propio Pérez en su libro ´Les sargantanes de les Balears´, es peculiar, más de lo que se esperaba el herpetólogo salmantino, según ha confirmado tras diversos estudios morfológicos y genéticos. Eisentraut soltó en es Dau Gros ocho machos Podarcis pityusensis maluquerorum del Escull Vermell (un peñasco frente a sa Bleda Plana, uno de los islotes de Ponent, donde son oscuras y azuladas) y 20 hembras de Ibiza (y por tanto de colores claros). Lo sorprendente, según Pérez, es que «en solo 83 años han desaparecido las características morfológicas de las procedentes de la isla mayor, se han diluido». Y han prevalecido las otras.

«Ha sido una selección natural pura y dura», insiste Valentín Pérez, que para explicar lo sucedido, esa evolución a la velocidad de la luz, detalla la investigación realizada por Peter y Rosemary Grant en la isla Dafne Mayor (Galápagos) con el pinzón de Darwin, cuya historia recogió Jonathan Weiner en ´El pico del pinzón´, que le valió el Premio Pulitzer. La pareja demostró que Charles Darwin se quedó corto y que la evolución podía ser más rápida de lo que pensaba el científico británico. La pareja observó que tras los largos periodos sin lluvia solo lograban sobrevivir unos pocos pinzones, aquellos que tenían el pico lo suficientemente duro como para abrir una semilla ultra dura, el único alimento que queda en el archipiélago durante esas sequías extremas. Tras una investigación que les llevó décadas, se percataron de que a la siguiente generación -la de los hijos de esos supervivientes- les crecía el pico un 10%. O más pico o muerte.

Algo similar debió suceder en los islotes en los que experimentó Eisentraut en 1930: «Los ejemplares de es Dau Gros que han sobrevivido ocho décadas después mantienen las características morfológicas de las lagartijas del Escull Vermell, pero no ha quedado rastro de las de aquellas que fueron capturadas en la mayor de las Pitiüses», apunta Pérez. ¿Por qué? «Por selección natural», reitera, aunque solo se podrán hacer conjeturas al respecto porque en los últimos 80 años no accedió a ese islote ningún Peter y Rosemary Grant para estudiar minuciosamente la evolución de esos reptiles.

Eisentraut «metió la pata»

¿Y qué sucedió en el resto de islotes? Aquel 5 de marzo de 1930 Eisentraut introdujo ejemplares procedentes de la mayor de las Pitiüses en el Escull de Tramuntana (24 en total) y en el islote es Vaixell (otros 51), pero sin mezclarlos (como sí hicieron en es Dau Gros) con los de otros peñascos. Al parecer, también los soltó en sa Galera, donde ya no queda ninguno, tal como acaba de comprobar Pérez.

En el Escull de Tramuntana no queda ni una de aquel experimento. En es Vaixell, sí, pero porque allí Eisentraut «metió la pata». Ocho décadas más tarde pervive en ese peñasco una colonia de lagartijas, pero todas son oscuras, pese a que el científico alemán solo introdujo las de Ibiza, que son claras.

¿Qué pasó? «Que metió la pata. Es un islote súper inaccesible. A la parte de abajo, que es donde debieron llegar Eisentraut y los pescadores que le llevaron hasta allí, se accede con dificultades. Debieron ver que no había ningún bicho en esa zona y soltaron las 51 lagartijas de Ibiza. Pero metieron la pata porque sí que había bichos, en lo más alto. Cuando los hemos investigado genéticamente, hemos comprobado que hay haplotipos que corresponden a las Podarcis pityusensis de Ibiza y otros que son idénticos o casi idénticos a los de na Gorra, que es la isla que hay al lado. Es evidente, pues, que ya había bichos allí».

Para Pérez, «lo espectacular es que de aquellas 51 lagartijas solo queda la genética, la memoria genética. Pero las características morfológicas (color, tamaño de la cabeza y de las patas...) se diluyeron. Y se diluyeron de verdad, pues no murieron los 51 ejemplares: si queda la genética es porque esas lagartijas procedentes de Ibiza se mezclaron con las que ya había en el peñasco», explica el salmantino.

Según detalla el reconocido herpetólogo Alfredo Salvador (mentor de Valentín Pérez) en la ´Enciclopedia virtual de los vertebrados españoles´, el día 7 de marzo de 1930 Eisentraut introdujo 50 lagartijas de sa Bleda Plana en la isla Negra Est (en es Freus): «Teóricamente -comenta- solo había lagartijas en la Negra Oest; pero de aquellas de 1930, en la Est no queda ni una, pues apenas hay vegetación. Creo que ese experimento fracasó también».

Las huellas de 1930, en Alemania

En los museos alemanes sí queda el rastro de aquellos ejemplares que tocó y analizó Martin Eisentraut cuando visitó la isla a finales de los años 20 del siglo XX: «Sabemos cómo eran entonces y cómo son ahora por esas colecciones. Están compuestas por cientos de bichos enteros. La herpetología era mucho más cruenta y brutal que actualmente». Las de Alemania «tienen miles de ejemplares, son enormes. Colectaban ellos y a través de colectores profesionales que pagaban a pescadores para que fueran a recoger lagartijas a los islotes. Pero a veces los pescadores les engañaban y traían bichos de sitios más cercanos», indica Pérez. Parte de las colecciones pitiusas de Eisentraut (Gross-Tofer, 1902-Bonn 1994) se encuentran en el Museo de Zoología de Berlín, donde era adjunto científico justo en la época del experimento. Otra parte está en el Museo Alexander Koenig de Bonn, del que fue director: «La de Berlín se vio afectada por los bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial. Se perdió parte, pero quedan cosas. La de Bonn es enorme».

Pérez ha estudiado intensamente esta última: «Las de Bonn forman parte de las dos colecciones grandes de alcohol [etílico, etanol] que hay en ese museo. Las lagartijas están enteras, fijadas, metidas verticalmente boca abajo en botes en los que a lo mejor hay 50 ejemplares en cada uno». Algunos los diseccionó él mismo para estudiar cómo se alimentaban hace 83 años, cuando ya fascinaban a los científicos.