«Nada de beatnik. Yo era beat», aclara, con gesto adusto, Clive Crocker. Arrastra cada palabra en castellano, pese a que vive en la isla desde 1959, más de medio siglo. Y más de 50 años después aún le escuece lo de beatnik, término que un periodista norteamericano acuñó para despreciar a la beat generation y comparar a sus seguidores con pandilleros holgazanes y violentos. La misma cara de estupor que pone cuando se le menciona la palabreja, reaparece cuando ve que su contertulio ha pedido una cocacola: «Arggg. Eso solo lo he bebido en alguna ocasión combinado con vodka». Prefiere una cerveza, sin alcohol, claro, que a su edad, 80 años, ya es hora de cuidarse. La espalda y las rodillas traen ahora de cabeza a aquel inquieto joven británico que aterrizó por primera vez en Ibiza en 1959 junto a su entonces esposa, Gigi. Nacido en Bristol, le tocó hacer la mili durante dos años en Hong Kong, en las oficinas, pues las armas, como buen beat, le producían urticaria. Estudió arte en Chelsea (Londres), se encargó durante un tiempo del casting de artistas de teatro y cine (él descubrió a Brigitte Bardot para el filme ´Doctor at sea´, de 1955) y apuntaba maneras para ser uno de los remistas del equipo olímpico británico en las olimpiadas de Melbourne de 1956. Pero eso de que llevara barba (también como buen beat) no casaba con la idea que en Gran Bretaña tenían de los remeros. Además, ni estudiaba en Oxford ni en Cambridge.

Apesar de su corto bagaje existencial, llegó a la isla con el propósito de escribir un libro sobre su vida. Jack Kerouac ya tenía su ´En el camino´ en las librerías y el espíritu de la generación beat calaba en buena parte de la juventud de la época. Pero lo del libro no prosperó. Sí salió adelante, sin embargo, su implicación en el bar Domino, situado en pleno puerto de Ibiza, de cara al mar, justo donde ahora se encuentra el Angelo´s. Lo llevaban hasta entonces el alemán Dieter Loerzer y el canadiense Alfons Bleau, que estaban en apuros económicos. Necesitaban un socio capitalista. Y Clive, que venía con dinero en los bolsillos, se convirtió en el tercer hombre de aquella empresa, a la que impregnó del espíritu existencialista que manaba de las obras de Allen Ginsberg, Kerouac y William S. Burroughs: «En el Domino siempre se escuchaba jazz, especialmente a John Coltrane. Más tarde, cuando triunfaron, odiábamos a los Beatles y a los Rolling Stones», afirma. Y no es pose.

´La dolce vita´ en Ibiza

Jazz, alcohol, mucho sexo y eternas partidas de ajedrez. Fueron los elementos que resumen aquella época en el Dominio. Por el bar pasaban numerosos escritores y artistas, la mayoría extranjeros. Entre ellos, era asidua Christa Päffgen, Nico, la misma que años más tarde fue musa de la Velvet Underground y de Andy Warhol. Clive la conoció en el bar en 1960, justo tras ser una de las actrices que formaron parte del elenco de ´La dolce vita´, de Federico Fellini. «Tenía 22 años. Era guapa, muy guapa», dice. Y apenas sonreía. Muestra los contactos, ya desgastados, de una sesión de fotos en blanco y negro que le hizo Richard Avedon y señala la única imagen donde ella, que viste una gabardina y bate su rubia media melena al viento, ríe. «Una rareza», apunta. Vivía en Platja d´en Bossa, detrás de los apartamentos Milflores, donde la madre de Nico tenía una casa.

Muy guapa, pero muy especial. Todo un carácter. Era difícil ser su pareja.

Aún no se ha borrado de su brazo izquierdo el mordisco que un día le dio por las buenas. En otra ocasión le marcó con un cigarrillo. «Tras aquel mordisco, ella se largó de mi casa. Al día siguiente fui al Domino a mediodía: lo había llenado de flores para disculparse», relata. «Nunca sabías si te escuchaba o si estaba en las nubes. Estaba callada y, de repente, se ponía a reír», añade sobre aquella desconcertante mujer, que un año después tuvo a Ari, se supone que hijo del actor Alain Delon. Este lo negaba, pero la madre del actor francés no dudó en cuidarlo como si fuera su nieto. Los ojos de Ari delatan de dónde procede parte de su ADN. La madre de Nico, más que la propia Nico, se encargó por entonces de proteger al niño. Christa se ponía en esos tiempos hasta las cejas de marihuana. También de anfetas y de centraminas, que compraba sin problema en las farmacias de Vila.

Clive se mudó desde su primera vivienda, en el aburridísimo (en esa época) Port des Torrent, a una casa en la calle Al Sabini de Vila, cerca de donde en 1962 aterrizó Elmyr de Hory, el mayor falsificador de obras de arte de la historia. Aquel año, Jamie Goodbrand era asiduo del Domino, donde no paraba de dibujar. «Un día me dijo que le acompañara a su casa, donde vivía con Elmyr y que estaba junto a la mía, porque quería enseñarme algo. Me mostró 30 copias de cuadros de Matisse en papel», detalla. Su teoría es que en esa época, buena parte de las falsificaciones de De Hory eran obra de Goodbrand y que otros alumnos del falsificador le relevaron años más tarde.

Los tres socios del Domino liquidaron el bar en una pensión de es Caló, en Formentera: «Ese día bebimos mucho. Dieter le daba al brandy Fundador hasta morir. Allí decidimos acabar con el negocio», rememora Clive, que poco después, en 1963, abrió El Pórtico (actualmente El Pirata), justo unos metros a la derecha del Domino y también de cara al puerto. «Aquellos bajos servían para que los pescadores guardaran sus redes. La de El Pórtico estaba llena». Su socio era Luis Cardona: siempre había un español en esos negocios, algo a lo que obligaba la legislación.

El Pórtico «era un restaurante muy bueno donde nadie pagaba». Para confirmarlo muestra una hoja doblada en cuatro partes donde, escrita a máquina y llena de tachones a lápiz, aparece el saldo de lo que le adeudaban en esa época 44 personas: 163.232 pesetas. Una fortuna en los años 60. El que más le debía, 50.126 pesetas, era Jon Cremer, un pintor holandés: «Lo curioso es que la deuda era solo por comer, porque este no bebía». Cosa rara.

Clive abrió su bar homónimo en 1966, un año después de conocer a la mujer que le ha acompañado el resto de su vida, Helga Breuer, una alemana que por entonces tenía solo 17 años y que viajó a la isla para, en principio, encontrarse con su novio. El inquieto beat decidió cambiar de vida por aquella muchacha, sentar la cabeza, algo que al frente de un bar es harto difícil. Vendió el Clive´s -cuyo logo dibujó el irlandés Tony Waters- en 1970 a un húngaro, dentista en Londres. Con ese nombre pervive aún, algo que no agrada a su creador, pues le molesta estar ligado a la historia que desde entonces ha tenido ese local.