Fue un año clave en el devenir de la historia de Ibiza. En 1933 la sociedad ibicenca empezó a entender y a aceptar que la industria turística podía resultar muy favorable para los intereses económicos de la isla, como lo venía siendo en la vecina Mallorca. Desde finales de los años veinte, la afluencia de turistas era cada vez mayor, pero la industria turística continuaba sin desarrollarse, más allá de una cuantas pensiones repartidas entre Ibiza, Sant Antoni y Santa Eulària.

Ya en 1924 Diario de Ibiza publicaba artículos de opinión en los que se reclamaba «trabajar algo a favor de la atracción de forasteros, intensificar el aseo de la población y procurar la construcción de un gran hotel». Pero el caso es que nadie parecía decidirse y nadie venía de fuera tampoco para empezar algún proyecto en este sentido. «Decididamente -se escribía también en 1924 y en el mismo diario- lo que falta es que los ibicencos reconozcan los beneficios que reporta a un país la afluencia de forasteros. De esta manera, lector, iríamos a un verdadero progreso intelectual y material, de otra manera continuaremos siendo lo de siempre, hijos de la cenicienta balear».

Tuvo que pasar casi una década para que los ibicencos empezaran a reconocer los beneficios del turismo. El primer hotel se inauguró en octubre de 1932, pero con tan mala suerte que sólo unas semanas después el edificio se vino abajo. Peor no podía empezar la aventura hotelera ibicenca. Aquel Hotel España, reconstruido, volvió a inaugurarse dos años después, a finales de 1934, gracias al empeño de su propietario, José Escandell. Pero para cuando reinauguró su hotel, que había sido el primero de todos, ya se habían abierto hasta cinco hoteles más en la isla, además de varias pensiones. Y es que 1933 fue un año muy fértil en inauguraciones hosteleras.

Anuncios de inauguración de hoteles y clases para aprender inglés de la época.

En correspondencia con la irrupción de estos nuevos establecimientos, también 1933 fue un año fértil en turistas. Y no solamente en turistas, sino también en otro tipo de viajero con intención de quedarse por más tiempo, los exiliados alemanes (judíos y militantes de izquierda), pues en enero de aquel mismo año Hitler había subido al poder. Muchos de aquellos exiliados alemanes participaron muy activamente en los inicios de la industria turística ibicenca.

A todo esto hay que sumar los numerosos artículos y reportajes sobre la isla publicados en la prensa nacional e internacional, siempre en términos elogiosos, que contribuyeron a la construcción de una idea de Ibiza que iba a perdurar: la de una isla donde era posible la libertad, de una belleza virgen, con una arquitectura singular, propicia para el trabajo de los artistas y€ muy barata.

En 1933 se inauguró en primer lugar el Hotel Buenavista, en Santa Eulària, con lujos hasta entonces desconocidos, como calefacción, agua corriente y coche en la puerta a disposición de los clientes. En junio se abrió el Gran Hotel (hoy Montesol), en la ciudad, el más ambicioso de todos, con 72 habitaciones y 126 plazas. Ya en verano, fue inaugurado el Hotel Portmany, en Sant Antoni. Y todavía en diciembre se inauguraría el Hotel Isla Blanca, situado en Vara de Rey. Un poco antes que todos ellos, a finales de 1932 (poco después del malogrado España), había abierto sus puertas el Hotel Balear, en Vila, en la actual calle Ignacio Wallis. Se abrieron todos a lo grande (para lo que eran aquellos tiempos y en Ibiza), con la intención de ofrecer el lujo que se suponía que los viajeros demandaban en este tipo de establecimientos, especialmente un servicio de comedor muy esmerado en el que no solía faltar la langosta, muy abundante entonces. De la apertura de estos hoteles se beneficiaron notablemente, entre otras muchas profesiones, los músicos de la isla, pues en todos ellos se ofrecían bailes para los que se hicieron necesarias las pequeñas orquestas. Y no hace falta decir que constructores y albañiles se beneficiaron como nadie de este primer boom del turismo. En diciembre de 1932, la alemana Anneliese Magnus, según cuenta en una carta a su madre, quería construir una casa en Sant Antoni para la que ya había comprado el terreno, pero se lamentaba de que le era imposible empezar porque no había ni un solo albañil libre en toda la isla.

Estos primeros hoteles de Ibiza tenían propietarios ibicencos. Algunos procedían ya del mundo de la hostelería -como Antoni Marí, del Buenavista, que había tenido una fonda en el pueblo-, pero la mayoría no, como el propietario del Gran Hotel, Juan Villangómez, que era médico, o el del Portmany, José Roselló, un terrateniente de Sant Antoni. Pero desde los inicios se recurrió a extranjeros para diversos trabajos. Así, el gerente del Portmany era un alemán llamado Wilhelm Heizmann. Y el Buenavista fue muy pronto alquilado a un tal Mr. Harvey, el cual nombró como director a otro tal Mr. Klein. En otoño de 1933 se abrió la Pensión Ca Vostra, en Dalt Vila, de la que era propietaria la artista alemana Lene Schneider, una de las primeras exiliadas en abrir un negocio en la isla.

Bares y comercios

Pero incluso antes de 1933 ya había extranjeros trabajando en negocios turísticos. Desde principios de 1932 existía la llamada Pensión Mediterránea (que se vino abajo también junto con el Hotel España, pues se encontraba en el mismo edificio), cuyos propietarios eran Alfred Schatteuer y Alfred Mayer. En esta pensión residía Tomas Schlichtkrull, profesor de idiomas y un gran entusiasta del turismo, que escribió varios y brillantes artículos en Diario de Ibiza, en 1932, intentando convencer a los ibicencos de los beneficios de la industria turística, proponiendo actividades para los viajeros, como excursiones programadas por la isla, y sugiriendo algunos «retoques» en el mejoramiento de las calles y de la higiene. Sin duda debió de ser uno de los que más disfrutó del progreso turístico en Ibiza a lo largo de 1933. De hecho, se ocupó él mismo de la primera oficina de información turística que tuvo la isla, situada en el Gran Hotel.

Los ibicencos empezaron a acostumbrarse a los turistas y a los extranjeros en general, tan diferentes en muchas cosas, pero ya de entrada, en su manera de vestir. El periodista Carlos Sentís, que pasó unas semanas del verano de 1933 en la isla, escribió después, en un artículo, sobre ellos: «A ciutat són visibles espècimens d´una gent abillada en consonància amb la seva manera de caminar. El més discretament guarnit porta pantalons vermells sang de bou; els cabells, quan no els amaga un ample barret, són llargs, ondulats i engomats, tallats tots al mateix nivell del clatell. De vegades, una boineta blava o roja, posada de gairell, que només tapa un parietal i una orella. Duen samarretes llises o ratllades, peró sempre virolades -sobretot policromia-, i un mocador lligat al coll i penjant esquena avall a estil manisero».

Vara de Rey en los años treinta. Postal de Domingo Viñets.

A muchos de estos turistas se les podía ver a menudo por los viejos y nuevos bares de la isla. Durante el año 1933 se abrieron algunos bien notables, como el Migjorn, en el puerto, propiedad de un francés, Guy Selz. En Santa Eulària, Juanito Canals abrió el restaurante Royalty, que poco después también sería hotel. José Ferrer y Antonio Marí inauguraron en julio el bar El Dorado, en la ciudad. Se abrió también una galería de arte, la Galería Maria Ferst, en la plaza de Vila, que se estrenó con una exposición de pinturas de Narcís Puget. Y se inauguró, en julio, Casa Estrella, una tienda de artículos fotográficos, propiedad del alemán Walter Stern, en La Marina, no muy lejos de su máxima y única competencia, es decir, Casa Viñets, principal productor de postales de la época, que pocos meses antes y en vista de las nuevas perspectivas turísticas decidió editar una nueva colección. Del mismo modo y por los mismo motivos, José Costa Picarol se encontraba ya preparando en aquel mismo año (según se anuncia en Diario de Ibiza) una guía de Ibiza, que no aparecería sin embargo hasta dos años después.

Fomento de Turismo

1933 fue también el año de la fundación del Fomento de Turismo, institución que venía siendo reclamada por la prensa desde hacía bastante tiempo. A decir verdad, sus inicios no fueron muy alentadores: a la primera reunión, convocada por el Ayuntamiento a finales de julio, casi no se presentó nadie y por esta razón ni siquiera llegó a celebrarse. Una semana después, se repitió la convocatoria y, aunque tampoco acudió mucha gente, al menos se pudo celebrar la reunión fundacional. A finales de septiembre ya estaban aprobados los estatutos y se empezaron a cobrar las primeras cuotas a los no muy numerosos socios. Entre las primeras iniciativas que se tomaron destaca la de «gestionar el adecentamiento del Portal de las Tablas», según informa la prensa.

En general, el turismo se veía como una fuente de progreso, pero también hubo algunas voces críticas que lo cuestionaban. En agosto de 1932, en un artículo titulado ´Cal prevenir´, publicado en Diario de Ibiza y firmado por ´Sia´, se enumeraban algunos perjuicios que se avecinaban con la llegada del turismo: «els teus cants i les teves ballades passaran a ésser matèria de folklore, arxivats i closos, i el teu potent ´hiuuujajá´ es perdrà ofegat en mig de la mal entesa civilització (€) Jo voldria que sabessis resistir l´embat d´aqueixa invasió€» Algunos visitantes ilustres, como el filósofo Walter Benjamin, tampoco veían muy claro el rumbo turístico que había iniciadoIbiza. En su correspondencia no faltan alusiones a esta cuestión y así, en junio de 1933, se lamenta de que el tranquilo pueblo de Sant Antoni que había conocido en la primavera de 1932 esté cambiando: «golpeado por todos los horrores de la actividad de sus habitantes y especuladores, no existe ya ni un rincón apartado ni un minuto de tranquilidad». Y por supuesto no faltaron las críticas de carácter moral, como las apuntadas en otro artículo de 1932 en Diario de Ibiza, firmado por Espartaco, en el que se denuncia que las extranjeras lleven los brazos al aire, porque «mañana llevarán las piernas desnudas. Y dentro de no mucho tiempo la cosa de generalizará -si no se pone remedio- y muy bien pudiera suceder que poco a poco fueran eliminando otras prendas€»

Pero el despegue turístico ibicenco ya se había iniciado y las tímidas críticas no iban a tener apenas influencia. Los visitantes disfrutaban de aquella Ibiza un poco primitiva aún, con sus paisajes vírgenes y sus playas estupendas, y se convirtieron en los mejores publicistas. En 1933 estuvieron en la isla escritores de la talla de Walter Benjamin y Pierre Drieu la Rochelle, fotógrafos como Raoul Hausmann, Giséle Freund y Florence Henri. Pintores, escultores, periodistas: todos contribuyeron, con la difusión de sus escritos y sus imágenes, a la construcción de una idea de Eivissa como destino turístico privilegiado. La guerra civil interrumpió trágicamente estos inicios, pero la base ya estaba puesta y en los primeros años cincuenta la historia volvió a repetirse.