La pequeña Olivia aguarda en brazos de su madre a que los Reyes Magos toquen tierra en Santa Eulària. Seguramente le dejen muchos regalos esta noche en sus menudos zapatos, y en casa quieren que, a cambio, les regale su chupete. En esas están cuando en la línea del horizonte, con casi media hora de retraso, se avista la estrella guía. Los centenares de personas que les esperan a pie de playa y apoyados en la barandilla del paseo gritan y aplauden. Algunos se acercan aún más al embarcadero, pegándose a la hoguera en la que los operarios encienden las bengalas de los pajes, lo que preocupa a los padres, que no saben cómo alejar a sus retoños, ansiosos por ver a sus regalonas majestades, del fuego.

Lo mismo les ocurre a los voluntarios de Protección Civil, que apenas pueden abrir paso entre la multitud para que Melchor, Gaspar y Baltasar lleguen a sus carrozas. Los más pequeños, llenos de ilusión, aprovechan el mogollón para acercarse a los reyes. Les tocan, les preguntan por sus cartas, cogen caramelos directamente de sus manos. Un momento mágico.

El paseo a pie termina cuando, por fin, pueden subirse a sus carrozas, que inician el recorrido por las calles de Santa Eulària. El ritmo de la versión de ´Las muñecas de Famosa´ que interpreta la banda de cornetas y tambores del pueblo acompaña los primeros compases de la cabalgata. «Van muy rápido», protestan algunos padres a la salida del Club Náutico, cuando la estrella de Oriente parece ser más bien el cometa de Oriente. O la estrella fugaz de Oriente. Pasados los primeros momentos, recupera el paso tranquilo.

El paje real bromea con los niños que levantan los brazos, pidiendo caramelos. Los lanza de uno en uno, mosqueándoles. Pero el enfado les dura poco. El tiempo que tarda Melchor en pasar por su lado y arr0jar dulces a manos llenas. Aunque el más generoso, lanzando caramelos a dos manos, es Baltasar. Entre los tres reparten por las calles del pueblo 500 kilos de caramelos (otros 400 se lanzarán hoy en las cabalgatas de Jesús y Puig d´en Valls).

El padre de Izan le recuerda que debe aprovechar que Melchor, Gaspar y Baltasar pasan por delante suyo para gritarles que quiere un coche. Al pequeño, sin embargo, le da un poco de pudor y se limita a mirar, embelesado, el paso de sus majestades.

Una treintena de personas les esperan en la capilla de Lourdes, a mitad del recorrido, en cuya puerta les recibe el párroco, Vicente Prats, a quien Baltasar hace un profunda reverencia, digna de las mejores cortesanas de María Antonieta, antes de saludar con alegría a los niños. Los pequeños entran en tromba en la capilla, prestos a ocupar los primeros bancos para ver bien de cerca a los Reyes Magos quienes, siguiendo la tradición, besan al niño Jesús, tumbado en su cuna de madera. «¡Vivan los Reyes Magos!», grita, salerosa, una de las mujeres que ocupa las últimas filas del templo.

Los niños se acercan a sus majestades. La capilla se ilumina con los flashes de decenas de cámaras de fotos. Todos los padres captando imágenes de sus retoños junto a Melchor y Baltasar, los más dispuestos. Dos de las afortunadas son Joana y Gabriela, hermanas. Gabriela, la mayor, se ha fotografiado entre los dos Reyes mientras que a su hermana pequeña la han aupado para la foto. Joana, con la capilla casi vacía, ríe al recordarlo. No se lo esperaba. Ahora solo espera que sean tan generosos como simpáticos. «He pedido un libro, un pijama y un maniquí para peinar», explica. «Yo he pedido el taller minidelicias y una Ps Vita», apunta su hermana. Las pequeñas tienen suerte. Antes de salir por la puerta para seguir su recorrido hasta la plaza del Cañón (donde repartirán cerca de 200 juguetes) le entregan a su tía los primeros regalos: dos libros. «¡Es una de las cosas que quería!», grita, contenta, Joana.