—¿Las farmacéuticas nos engañan?

—Si fueran solo las farmacéuticas lo podríamos arreglar. El problema es la falta de independencia que tienen la investigación sanitaria y las políticas sanitarias de los poderes económicos. La colisión entre negocio y salud. Hay cosas que deben quedar fuera del negocio, y entre ellas están la salud, la educación y aseguran las pensiones. No puede ser que, si no te salen los números, recortes un servicio esencial. Vamos a un modelo que la historia ha demostrado que no funciona: la privatización de la sanidad. El año 2000, según la OMS, teníamos uno de los sistemas sanitarios punteros, mejores del mundo. No se entiende que lo estemos desmantelando. No lo hacemos por interés público, sino porque lo privado pasa por delante. Debe haber una regulación. ¿Por qué no tenemos una ley que obligue a publicar los estudios negativos? Una empresa igual hace 20 estudios que salen negativos y el 21, positivo, si solo publicas ese, engañas.

—¿Hay ahora algún caso flagrante de fármaco innecesario como la vacuna de la gripe A?

—La vacuna del virus del papiloma. En 2009, cuando se incluyó el medicamento, médicos y profesionales firmamos un manifiesto porque no estaba demostrada su eficacia y, sobre todo, su seguridad. Tres años más tarde no podemos asegurar que la eficacia del Gardasil sea de más de cinco años y del Cervarix, de ocho años y medio. Lo más grave es la seguridad. En el último mes se ha demostrado que dos niñas sanas de 14 y 19 años han muerto tras la vacunación y en su cerebro se han encontrado anticuerpos generados por la vacuna que habían atacado a las células de los vasos sanguíneos. Padres y madres deben saberlo. No puede ser que se den informaciones sesgadas. Si te dicen que la vacuna es excelente y luego te preguntan si la quieres, lo lógico es decir que sí. Alguien es responsable de la información, las autoridades sanitarias y los profesionales sanitarios. Cuando dicen que la seguridad está demostrada mienten porque hay muertes y patologías neurológicas cronificadas presumiblemente a causa de esto. En casos como los de Valencia no se pudo demostrar la causalidad. No había tests. Es urgentísimo desarrollar esas pruebas y eso es lo que han hecho estos investigadores de Canadá. Todas las intervenciones médicas tienen riesgos y beneficios y en el caso del papiloma la gente no los conoce. Dicen que el beneficio es cien por cien y que el riesgo es nulo. No es así. El beneficio es incierto y el riesgo puede ser la muerte. Yo, a una hija mía no la vacunaría. Además, tenemos una intervención que es el cien por cien efectiva para prevenir la mortalidad por cáncer de cuello de útero: la citología vaginal, cada dos años. Si hay cáncer, se detecta a tiempo para una intervención.

—¿Qué hacen las autoridades sanitarias?

—En España, un año antes de introducir la vacuna, se cambió la cobertura de la sanidad pública de la citología. Antes era gratis para todas las mujeres cada dos años. Lo pasaron a cada tres. La medida efectiva y sin efectos secundarios la espaciamos y ponemos en riesgo la salud de la población. Cuando quisieron introducir la vacuna la ministra Salgado dijo que no firmaba, la quitaron y pusieron a Bernat Soria, relacionado con la empresa farmacéutica, y firmó.

—Últimamente ha trabajado sobre la medicalización. ¿Hemos confiado a los medicamentos demasiadas cosas?

—Medicalización es usar una perspectiva médica para problemas que no son médicos. Medicalización y farmacologización no tienen por qué ir juntas, pero hoy en día van de la mano. Si algo es un problema médico intentamos encontrar una pastilla para curarlo. Eso es un problema porque tiene efectos secundarios. Volvemos al caso del papiloma, porque la compañía de la vacuna Gardasil, que es la que se pone aquí, es Merck, que estuvo condenada hace años por poner a la venta un antiinflamatorio, Vioxx, que los tribunales demostraron que había causado la muerte a 27.000 personas. Se demostró que la compañía lo sabía. Le pusieron una multa multimillonaria, la más grande en su momento, pero inferior a las ganancia que tuvo por la venta del Vioxx. Creo que lo están haciendo otra vez con la vacuna. Hemos hablado de las niñas de Estados Unidos, pero hay un caso en Gijón, una niña de 13 años que tenía asma. Se puso la primera vacuna y al cabo de 14 días tuvo el peor ataque de asma de su vida. Al mes le tocaba la segunda dosis, los padres no querían por miedo, pero los médicos dijeron que no pasaba nada. Al cabo de 15 días tuvo un ataque y murió. No se puede decir, como las autoridades sanitarias españolas, que no se ha podido demostrar. ¿Han hecho las pruebas?

—Si usted tiene esta información, ¿las autoridades sanitarias no?

—Hay personas que ocupan cargos de toma de decisiones y que no lo saben. Eso no las excusa, deberían saberlo. Las fuentes de información principales no son independientes de los intereses económicos. Ha habido denuncias recientemente de que las revistas médicas están financiadas por las mismas compañías y hay artículos que no se publican. Otra vez esta alianza que debería desaparecer entre lo privado y la sanidad.

—¿Y los profesionales sanitarios?

—Ahí hay otro factor, la aceleración de la vida. Si en vez de monja, con cinco horas de rezo y seis de trabajo, que muchas veces las paso en la celda estudiando, estuviera en un hospital, estaría todo el día arriba y abajo y al llegar a casa debería ocuparme de mi familia. Puedes tener la formación para evaluar críticamente lo que está pasando, pero ¿y el tiempo? Un profesional sanitario necesita dos horas al día para formación y estar al día, pero con los nuevos horarios no se puede, es una manera de alienar al personal.

—¿Le han dicho que se calle?

—Cuando lo de la vacuna de la gripe A la consellera [de Salud catalana con el PSOE, Marina] Geli llamó al abad de Montserrat para ver si podía influir en que dejara de hacer manifestaciones públicas en contra de la vacunación.

—¿Qué hizo el abad?

—Llamó a la abadesa, solo para que lo supiera. Ella me llamó a mí, que estaba entonces en Berlín, y me dijo que solo me lo hacía saber. Le pregunté si quería que cediera. Me dijo que no. Me dieron libertad.

—Sorprendente.

—Hago crítica de la institución eclesial, pero comparada con la universidad y los hospitales dentro de la iglesia hay más libertad. En el hospital, depende de qué dices y con quién te metes, saltas. En la universidad depende de a qué vaca sagrada le pises el callo, saltas. La experiencia del día a día -no hablo de que la institución eclesial tiene unas estructuras obsoletas y debería cambiar radicalmente- en la base en la que me muevo hay pluralidad de opinión, espíritu de crítica y librepensamiento. Me encuentro bien. Si no, no estaría.

—¿Cómo asumió su monasterio que tuviera tanta popularidad?

—Fue bueno que cuando pasó yo estuviera en Alemania haciendo un postdoctorado porque hubo un alud de llamadas. Fue bueno para reducir la presión del monasterio y de las hermanas todo el día preguntándome si tenía que hacer eso. En una comunidad siempre hay tensiones, no es algo de color rosa donde todo el mundo te apoya siempre. Lo más importante es que en mi comunidad no todo el mundo piensa como yo, no a todo el mundo le parece bien lo que digo y hago, pero todas están de acuerdo en tener una iglesia y una sociedad en las que todo el mundo haga y diga lo que le le dicte su consciencia.

—¿Se le queda pequeño el monasterio?

—Sant Benet es más grande que la mayoría de pisos y tiene unas vistas... [Bromea] Lo primero que hago cada día es cantar con mis compañeras, escuchar una lectura que plantea temas importantes de la vida, un rato de eucaristía, paso un rato tomando conciencia de que el mundo está hecho por amor. Es empezar bien el día. En el trabajo tengo la posibilidad de estudiar y aprender y ayudo en la enfermería. Es una vida que me expande. El ritmo de vida intenso de un monasterio incluye un equilibrio que para mí es liberador.

—¿Es diferente la hermana Teresa de la doctora Forcades?

—Sí, la de médica no es mi labor principal en el monasterio, mi identidad es la de hermana. Si fuera la médica de las demás distorsionaría la relación de base, que es donde me siento identificada como persona plenamente. Hay una profesión que es importante, pero no es mi identidad fundamental.

—No es la médica de Sant Benet, pero sí la acupuntora.

—Sí, cuando hice el doctorado estudié acupuntura, descubrí una herramienta que puede ayudar a aliviar los dolores y a reequilibrar las funciones vitales. Practico poco ahora, pero tiene resultados positivos.

—Y sin usar fármacos.

—Sin fármacos o combinándolo cuando conviene. No es de tipo dogmático. No creo en la acupuntura, en Dios sí hay que creer o se puede creer, en el amor también, en la belleza... En la acupuntura no. Su eficacia está demostrada y si has visto que funciona la ejerces de nuevo.

—¿El hábito le ayuda a difundir sus ideas o es un obstáculo?

—Hay personas para las que supone un inconveniente y para otras es una ventaja, tienes más credibilidad porque ven que no buscas un lucro o un cargo. Cuando hacía el doctorado y luego en el hospital Joan XXIII de Tarragona, iba con la bata y el velo. Me daba cuenta de que pasaba algo. Un día tomé conciencia de que no me trataban con el respeto debido, estaba acostumbrada a ser médica, con mi bata blanca, y que los pacientes me miraran desde abajo, no quería que fuera así. Me di cuenta de que el velo anulaba la bata blanca. Cuanto más sencilla era la gente más creían que era una de ellos, la gente pobre no me tenía miedo, al revés.

—¿Las monjas deben ganar posiciones en la jerarquía eclesiástica?

—No deben ser excluidas por razones de sexo. Hay una relación que se parece a la que hace unos años había en la sociedad entre hombres y mujeres, un paternalismo, la sensación de que el mundo podría funcionar sin mujeres, dejando a un lado la procreación. Esa es la situación actual en la iglesia. Las comunidades de monjas deben tener un asistente para comunicarse con Roma y debe ser un cura. Es obsoleto. Es interesante ver cómo evoluciona. Hay monjas mayores que no han visto la diferencia entre el trato a las mujeres en la iglesia católica y en la sociedad, pero entran jóvenes y preguntan «¿Qué? ¿Cómo?». Si la situación en la iglesia es esta es porque las mujeres lo permitimos. Somos mayoría en la iglesia, si mañana decidimos cambiarlo, lo cambiamos. No tengo dudas. Aunque la mayoría de mis hermanas eso de ser curas no lo ven claro.

—¿Cosas como estas le hacen tener dudas?

—Quizás somos la primera generación que creemos que lo normal es que las cosas vayan bien, pero no sé de dónde lo hemos sacado. Antes nacía un niño y se preguntaba si llegaría a adulto. Muchos morían. De esto hace cuatro días. La vida plantea retos y problemas, existen injusticias, lo normal no es desanimarse sino buscar la solución.

—¿Cree que verá esos cambios?

—A veces los cambios vienen cuando menos se los espera. No hago predicciones de futuro, me importa el presente. La posibilidad de que de golpe en la iglesia católica o en la sociedad haya un cambio cualitativo importante y tengamos una situación nueva, que tengamos una mayoría para decir basta, no sé qué forma podría tener, pero no lo veo imposible. En la iglesia católica hay tensiones que crecen y estoy a la espera de este momento de cambio.

—Cómo pasa alguien de la idea de tener una pareja y niños a una vida en un monasterio, en celibato y sin el amor romántico.

—Quería tener nueve niños, me encantan los niños. La sexualidad y el anhelo del amor de pareja forma parte de la experiencia humana y no se eliminan con la vocación de monja ni con los votos. La experiencia de la vocación es desconcertante, es una experiencia interior que no esperas y que es muy difícil de explicar en palabras. Esta experiencia incluye la parte afectiva. No se trata de eliminarla y amputarla, pero es muy diferente que se dinamice la afectividad en una relación de pareja o en la vida de comunidad. Te abre interrogantes, retos, anhelos y deseos nuevos. La monja tiene unos caminos muy abiertos y otros muy cerrados. Lo vives más allá de lo que sería una relación puramente sexual. Está la amistad, una amistad profunda.

—¿Entiende que cada vez la gente desconfíe más de la iglesia?

—En España ha pasado algo, esa alianza con el poder político, el nacionalcatolicismo, muchas personas recuerdan haber estado obligadas a ejercer unas prácticas religiosas que no les interesaban y eso es suficiente para estar rebotados tú, tus hijos y tus nietos si se lo explicas bien. Eso en el pasado inmediato. Pero además tenemos hoy en día unos representantes jerárquicos de la iglesia católica que hacen declaraciones contrarias a la sensibilidad de mucha gente o a la justicia. Como en el caso de la homosexualidad. Para la gente que lo vive muy de cerca es indignante hasta el punto de ir al día siguiente a apostatar. «Bórrenme de esta lista que no quiero tener nada que ver con ustedes». Lo entiendo.

—¿Los políticos están en la misma situación que la iglesia? ¿A la gente les cuesta creer en ellos?

—La política está desprestigiada, eso no es bueno porque la política regula la vida en común y si no tenemos eso tenemos la ley del más fuerte. Ver la política, que no el politiqueo, como una actividad necesaria y un servicio público es importante, pero para que esto pase hay que cambiar el marco. Es imposible hacerlo bien con el actual, está viciado: leyes de partidos, listas cerradas, la posibilidad de que uno tenga un programa electoral y luego haga otra cosa... No debe depender de la buena voluntad del político de turno que no nos engañe. No debe poder hacerlo. Propuse la huelga general indefinida, que no es el objetivo, sino la manera de llegar a ese cambio de fondo, renegociar el pacto social, unas leyes que hagan imposible las situaciones en que estamos encontrándonos ahora: fraudes sin perseguir y representatividad política que excluye a la gente que quiere hacer reformas.