Ni ‘cirugía’ ni tratamientos químicos ni el séptimo de caballería parecen ser suficientes para atajar en Ibiza la plaga del picudo rojo (Rhynchophorus ferrugineus), ante la que los técnicos de Agricultura del Consell de Ibiza prácticamente han tirado la toalla. El coleóptero, que siente predilección por las Phoenix canariensis (probablemente por ser las más gorditas y las que, por tanto, tienen los hidratos de carbono más suculentos; ojo, no hacen ascos a las washingtonias, que alguna ha caído ya), ha provocado en el último año la destrucción de más palmeras que entre 2007 y 2012. De las siete que tuvieron que ser arrancadas en 2007 se pasó a las 13 de 2008, las 69 de 2009, las 56 de 2010 (cuando se comenzó a intervenir intensamente) y las 188 de 2011. En total, 333. Pero en lo que va de 2012 la cifra se ha disparado: se han tenido que convertir en serrín 471 plantas, un 250% más que hace un año. Solo en estos primeros 10 meses del año se ha arrancado el 58% de las palmeras infectadas desde 2007. Y aún podrían ser más en los dos meses que quedan.

«Es imposible. Lo hemos intentado todo, pero...», lamenta Javier Pablos, jefe de sección de la conselleria insular de Agricultura de Ibiza. Hace solo dos años, Pablos creía que la plaga al menos se podría controlar y que la ‘cirugía’ de las partes afectadas podría salvar algunas, si llegaban a tiempo. Pero si por entonces los focos estaban localizados en determinadas zonas de la isla, ahora el picudo campa a sus anchas por toda la geografía insular, donde no existe un solo depredador que lo diezme, «que se sepa», comenta Pablos.

Tuta y ceratitis, eclipsadas

La afectación es tan grande que se lleva prácticamente el 90% de los recursos humanos y económicos que la conselleria dedica a las plagas (120.000 euros anuales). La Ceratitis capitata (que perjudica a la fruta) y la Tuta absoluta (que daña el tomate) han quedado relegadas a un segundo plano desde que este gorgojo colorado devora sin piedad las pulpas de las palmeras pitiusas.

Tanto Pablos como Juan Argente, técnico de Tragsa y coordinador de campo del control de esta plaga, coinciden en que parte de la culpa de que no se pueda erradicar la tienen los propietarios particulares. Los nuevos focos provienen de palmeras de jardines y urbanizaciones privadas en los que no se han acometido tratamientos preventivos, que aunque son gravosos, son más baratos que el coste de eliminar una planta infectada. Por ejemplo, convertir en papilla una canariensis puede costar entre 200 y 400 euros, dependiendo de su altura. Para tratarla preventivamente con una ducha foliar o con piquetas, el gasto por unidad puede rondar los 30 euros al principio (cuando se colocan piquetas o duchas), si bien las aplicaciones mensuales posteriores son mucho más económicas. «El propietario debe escoger entre gastarse el dinero en prevenir o en destruirlas», sentencia Pablos. Y es el dueño el que ha de correr con todos los gastos. El presupuesto del Consell ya no da más de sí.

76.000 palmeras en peligro

La proliferación del picudo rojo pone en peligro el futuro inmediato de las 76.000 palmeras (la mitad canariensis) que hay en Ibiza. Cada uno de estos insectos de pico fino y alargado que sale del estado larvario es capaz de colonizar un área de cinco kilómetros a la redonda, atraído bien por las hormonas de otros bichos de su especie, bien por las hormonas alimenticias de las palmeras, que de esta manera se cavan su propia tumba. «Y en cada tronco puede haber un millar de formas vivas [larvas o insectos adultos]», alerta Argente. Su crecimiento en Ibiza es «exponencial», añade. Se debe, especialmente, a que no se le conocen enemigos naturales y a que «no hay un solo remedio que sea 100% efectivo», advierte el técnico de Tragsa. Por ejemplo, en el caso de las piquetas, la aplicación más barata, han comprobado que al menos un 7,5% de los 40 ejemplares en las que los usaron acabaron infectados: «Eso significa que, aunque es mejor que no hacer nada, ese método también falla. Remedios milagrosos no hay», indica. Y con que falle en una palmera, las posibilidades de contagio de las que hay alrededor se multiplican exponencialmente: un millar de picudos volando hambrientos en busca de los hidratos de carbono de una canariensis no son una broma.