Si la verdad oficialmente propagada sostiene que todos los males de la sociedad, y en especial la española, se solucionarán «de manera casi mágica» al volver a la senda del crecimiento, los que defienden el decrecimiento sostienen lo contrario, que «podemos vivir mejor con menos». Lo afirmó anoche en el Club Diario Carlos Taibo, escritor y profesor de la Autónoma de Madrid y miembro del movimiento antiglobalización y del 15-M. A ello adjunta una «redistribución radical de la riqueza» para salir de la «corrosión terminal irreversible» que vive el capitalismo.

Taibo se empleó en demostrar que el crecimiento no es la «bendición de Dios» que asegura el discurso oficial, del que no se salen ni los partidos minoritarios. Según aseveró, el aumento de riqueza no genera cohesión social (examínese el caso chino). Tampoco asegura más trabajo ni mejores servicios ni ninguna «de esas supersticiones».

Además, el capitalismo del siglo XXI se olvida empecinadamente de que su funcionamiento causa agresiones «irreversibles» al medio ambiente y acarrea un agotamiento de los recursos básicos «que no podrán disfrutar las generaciones que vienen», algo que considera ya irremediable. Su modelo de crecimiento bebe, insistió, «en el expolio de la riqueza humana y material» de los países del Sur para que el Norte siga acumulando, cada vez en menos manos porque «también hay pobres».

Pero es que además, en el terreno individual, este modelo promueve «un modo de vida esclavo», en el que tendemos a pensar que cuanto más trabajes, más ganes y más consumas serás más feliz. Y nunca es bastante gracias a agentes del sistema como la publicidad, el crédito fácil para financiar el consumo desaforado e innecesario y la caducidad de lo que adquirimos, para forzarnos a renovarlo en un tiempo breve.

Así pues, qué alternativa aporta: «Mi propuesta de decrecimiento es orgullosamente anticapitalista», aunque otros son más acomodaticios. A estas alturas de la película, «cualquier contestación al capitalismo ha de ser decrecentista, autogestionaria, antipatriarcal e internacionalista». Si no, según él, la propuesta solo sirve para «mover el carro del sistema».

Un problema que considera central es el de la sostenibilidad, porque los recursos del planeta son limitados y la huella ecológica de nuestra sociedad hace lustros que superó lo razonable. «Somos los ricos, el Norte opulento, los responsables principales», por ello nos toca según Taibo asumir la factura en su mayor parte. Por contra, el discurso dominante, con ejemplos como la cumbre de Kioto, sostiene que la solución se debe abordar «de tal manera que nadie pierda, lo que es una genuina estafa moral. Quienes nos han situado en el precipicio tienen por fuerza que perder».

Apuesta por reducir la actividad productiva de los principales causantes de esta situación de no retorno para el planeta: la automoción, la aviación, la construcción, la industria militar y la publicidad. Para absorber esos «millones de parados» que admitió que ello causaría, debería propiciarse el desarrollo de actividades económicas que atienden «necesidades sociales insatisfechas y el respeto al entorno natural», según Taibo.

Se repartiría el resto de trabajo disponible, con lo que cada ciudadano dispondría de «mas tiempo libre». Así se privilegiaría la vida social -de barrio, de ciudad- y se rebajarían los «desbocados niveles de consumo», un modelo que Taibo planteó como alternativa a esa vida de esclavo. «No sería volver a la Edad de Piedra», explicó. Por ejemplo, en el caso del gasto energético sería volver «a niveles de 1996».

Ese futuro, según su idea, no es el de un asceta recluido en un monte privado de todo, sino de una manera de vivir más «feliz» que se resume en seis puntos: la primacía de la vida social; el ocio creativo; el reparto del trabajo; la reducción de infraestructuras productivas, administrativas y de transportes; la recuperación de la vida local con mayor democracia directa y autogestión y, por último, la sobriedad y la sencillez voluntarias.