Antes de que la ciudad se dotara del actual Paseo Marítimo con el alto precio de cegar los humedales de ses Feixes, Ibiza tenía dos paseos estrictamente urbanos, uno interior y resguardado para el invierno, s´Alamera, y otro para el verano, en los muelles, abierto al mar y a las colinas del entorno de Vila, los Andenes. Con la particularidad de que uno y otro se vertebraron a partir de los hitos focales, icónicos y familiares de nuestros principales monumentos, el del general Vara de Rey y el dedicado a los corsarios ibicencos. Y aquí no conviene confundir ´corsario´ y ´pirata´, pues si este último era solo un ladrón, el primero actuaba con patente de corso o permiso real para luchar contra los enemigos de la nación. Dicho esto y dado que en otro momento ya hemos hablado del monumento de Vara de Rey, hoy dedicamos estas notas al del Corso. Y no porque queramos incidir en su singularidad -pues son muy pocos los monumentos en el mundo con el mismo motivo-, ni tampoco en su razón de ser, recordar la heroica gesta de Antoni Riquer Arabí que con un jabeque y pocos hombres consiguió apresar al ´Felicity´, buque inglés bien armado que rondaba no lejos de la bocana del puerto, un combate desigual que pudieron ver los vecinos de Vila desde es Soto. Se trata, más bien, de comentar otos aspectos, caso de su severa arquitectura y, sobretodo, dar noticia de su autor, a quien muy pocos conocen a pie de calle.

Y lo mejor para ello es retroceder a principios del siglo pasado, cuando el monumento a Vara de Rey, inaugurado en 1904, había dejado un magnífico recuerdo por varios motivos: había conseguido unir a la ciudadanía en un proyecto ilusionante que permitió erigirlo por suscripción ciudadana, respondía a un momento de manifiesta exaltación patriótica y elevó la cota del orgullo popular -todos recordaban la visita del Rey en su inauguración y la repercusión que tuvo el hecho-, al tiempo que, como enseguida se vio, el monumento contribuía a que la desangelada explanada de sa Tarongeta, casi un descampado, se urbanizara y, poco a poco, según la ciudad crecía hacia poniente, fuese adquiriendo la centralidad que hasta entonces tenía -y todavía mantuvo algunos años, hasta bien entrados los cincuenta- la Plaza de la Constitución, el Mercat Vell y el Rastrillo, nexo obligado entre las dos ciudades, Dalt Vila y la Marina.

La idea del monumento a los corsarios, curiosamente, fue de un eclesiástico, del ínclito Macabich, don Isidoro. Nada extraño, por otra parte, pues estaba familiarizado con las crónicas de la historia local y posiblemente pensó, con sobrados motivos, que nuestras señas de identidad, más que en aquel desconocido héroe de El Caney que había nacido en Ibiza por casualidad, estaban en aquellos corajudos marinos, vecinos de sa Penya y la Marina, que se habían jugado la vida en defensa de la isla y de sus habitantes. La gesta de Riquer, en fin, fue un magnífico pretexto y un buen motivo de convocatoria memorial que el canónigo aprovechó lanzando la idea en Diario de Ibiza. Y la respuesta del común fue inmediata y positiva. Como explica Joan Prats Boned en la Enciclopèdia d´Ibiza i Formentera, justo al año siguiente de inaugurarse el monumento de Vara de Rey, el 1905, moviendo legajos de los siglos XVIII y XIX, nuestro canónigo archivero cayó en la cuenta de que sólo unos meses después, el 1 de junio de 1906, se cumplía el centenario de la gesta de Riquer. Tras su llamada, se creó la preceptiva Comisión del Monumento y se abrió suscripción popular con subastas, tómbolas y charangas, colocándose la primera piedra, precisamente, en la fecha referida de su centenario. Siguiendo las noticias de aquellas fechas en la hemeroteca de Diario de Ibiza, vemos que aquel arranque popular perdió enseguida fuelle, posiblemente porque estaba muy reciente el esfuerzo que se había hecho para erigir el monumento de s´Alamera y porque el puerto estaba entonces ´patas arriba´ por obras en los Andenes y en el familiar Muro, el malecón del puerto.

Tenemos que esperar hasta el 6 y el 17 de octubre de 1914 para encontrar en es Diari un dibujo de cómo sería el monumento proyectado por el reputado arquitecto catalán August Font i Carreras y reseñas del propio Macabich sobre la colocación de los cimientos y la inmediata llegada de las piedras que serían de Montjuïc, al tiempo que solicitaba la contribución popular «para mayor compenetración educativa y patriótica del alma popular en tan nobilísima empresa». Exactamente un año después, el 6 de agosto de 1915, se inauguraba el monumento. La idea que de él presentó Font i Carreras era tan severa como contundente. Sobre una peana levemente apeldañada, troncocónica y de base octogonal, tiene asiento un basamento cuadrangular de perfiles romos que sostiene la pieza principal, un bloque cúbico encarado a los cuatro vientos en los que quedan encastrados otros tantos bronces conmemorativos, uno de ellos con la grafía de la gesta, el jabeque ´Sant Antoni i Santa Isabel´ abordando al ´Felicity´, y en otro el literal principal, muy posiblemente de Macabich, que reza así: «En lluita secular i heroica pugnaren per la Religió i la Pàtria. Sigui gloriosa i perdurable la seua memòria». El monumento lo remata el potente obelisco que luego ha dado nombre al monumento y que en su cara norte tiene en bronce una corona de laurel. Finalmente y para su justa valoración, conviene decir algo de su autor. August Font i Carreras, arquitecto discípulo de Elies Rogent y profesor, a su vez, de Antoni Gaudí, practicó en obra civil y religiosa un estilo ecléctico, neoarabista, neogótico y medievalista. Entre sus obras destacan la restauración de la catedral de Girona, Tarragona, el Pilar de Zaragoza y Santa María del Mar; proyectó con Oriol Mestres la fachada neogótica de la catedral de Barcelona y en la misma Ciudad Condal construyó el Palau de Belles Arts, el Palau de les Heures, el edificio de la Caixa d´Estalvis de la plaza de Sant Jaume y la plaza de toros de Las Arenas. A partir de aquí, se explica la calidad artística que, dentro de su sobriedad, ofrece nuestro emblemático monumento.