El obispo de las Pitiusas, Vicent Juan Segura, no estaba ayer dispuesto a «jubilar» su anecdotario. Así que aprovechó su homilía para recordar que ya hace siete años, en junio de 2005, cuando apenas llevaba unos meses como obispo de las islas, acudió a una confirmación en Sant Antoni en la que un sacerdote con buen ojo le advirtió de que había un chaval, Daniel Martín Reyes, «que algún día podía ser sacerdote». «Me lo tomé en serio y recé mucho», aseveró ayer Vicente Juan. Ayer, aquel chico que prometía, pero ya con 24 años, fue ordenado diácono en una ceremonia celebrada en la catedral a la que acudió alrededor de medio millar de personas, en buena parte amigos y familiares del sanantoniense Martín, algunos llegados desde Valencia, donde estudia Derecho Canónico.

Entre esos valencianos había dos de sus compañeros de seminario, Virgilio González y David Lana, a los que se abrazó efusivamente en cuanto fue ordenado. Previamente, Martín tuvo que responder afirmativamente a si desea vivir el ministerio de la fe «con alma limpia» y si quiere observar «durante toda la vida el celibato». Ser célibe, subrayó el obispo, «no es ni una limitación ni una frustración, es una entrega. Por el celibato no se renuncia al amor».

Estola en banda

Ya como diácono, dos presbíteros cruzaron sobre el pecho de Martín una estola y sustituyeron su inmaculada alba blanca -con la que, mientras repicaba el carillón del siglo XIV, atravesó el templo iluminado por el sol de mediodía que se colaba por los ventanales góticos del ábside- por la dalmática (la vestimenta propia del diácono).

Durante la homilía, Vicente Juan Segura, con casulla dorada, añadió a la primera anécdota otra que hacía referencia al diácono Frank Gómez Salazar, que ayer fue ordenado presbítero: «Tras aquella confirmación, un año después, en 2006, viajé a Valencia junto a un grupo de religiosos y mantuve un encuentro con Frank, que me pidió ser sacerdote. Le conté cómo era esta isla y, de repente, me interrumpió y me dijo, ´¿quiere eso decir que ya soy de Ibiza?´». Ganas por venir no le faltaban, de manera que seis años más tarde, y siguiendo el ritual, varios presbíteros impusieron ayer a Gómez la estola (en vez de llevarla cruzada, como los diáconos, se la colocaron sobre el cuello) y la casulla, tras la imposición de manos del obispo y de 28 sacerdotes. Hoy domingo podrá dar su primera misa, que tendrá lugar a mediodía en Sant Antoni, de donde será vicario. Daniel Martín, que tiene por delante un año para decidir si quiere subir el siguiente escalón y ser sacerdote, se encargará del sermón.

Gómez, nacido en Bogotá y de 35 años, también estuvo acompañado en la intensa ceremonia, de casi dos horas de duración, por personas muy cercanas. Además de dos amigos llegados desde su Colombia natal, Mónica Pareja y Carlos Matey, y de un primo, estaba presente su hermana, Aída Shirley Gómez, que tardó un día en volar hasta Ibiza procedente de Guatemala, donde reside. Precisamente, Aída Shirley se encargó de leer la segunda lectura de la ceremonia. Emocionada, dirigió miradas de cariño a su hermano, al que al regresar a su asiento acarició fraternalmente la barbilla.

«Después de tanto sufrimiento, su ordenación ha sido una alegría muy grande», comentaba Cristina Reyes, madre de Daniel Martín, que asistió acompañada de su hermana y de sus hijos Paco y Antonio, así como de su nuera y sus dos nietos. Ayer mismo, su hijo, el nuevo diácono, demostró que además de especializarse en Derecho Canónico (por encomienda del obispo), domina el uso y manejo del incensario. También repartió junto a Frank la hostia consagrada y fue el encargado de concluir la ceremonia con un «podéis ir en paz», posiblemente el primero de muchos.