­La delegación de Misiones de la diócesis de Ibiza enviará este año a siete jóvenes seglares de la isla a algunas de las zonas más humildes del planeta para ayudar a los más desfavorecidos a mejorar sus condiciones de vida. Cira, José y Héctor son tres de ellos, cuyas edades van de los 23 a los 33 años, y partirán en alguno de esos viajes solidarios.

Cira, la benjamina, comienza hoy el periplo hacia su primera misión en el norte de Argentina, Puerto Mado, situado en la provincia de Misiones, en la frontera con Brasil y Paraguay. Allí permanecerá durante casi un mes junto a la experimentada misionera ibicenca Victoria Escandell ayudando a los indígenas de la zona, que se encuentran «en la más absoluta pobreza», declara la misionera, que guía y aconseja a los jóvenes voluntarios.

Héctor, de 25 años, trabaja en un supermercado de la isla y confiesa que su viaje, que le conducirá próximamente a un pequeño pueblo de Perú, es algo que tenía claro «desde los 18 años»: «Es una experiencia única que va a hacerme sentir útil, quiero vivir lo bueno y lo malo de ser voluntario porque te llena como persona y te hace madurar», afirma el joven, quien realizará una misión de larga duración –aproximadamente, un año–.

José tiene 33 años y no es la primera vez que ejerce como voluntario, puesto que el año pasado estuvo en Nicaragua. Este monitor sociocultural de Cáritas explica que este tipo de vivencias «enganchan»; le han «transformado por dentro» y eso es algo que se descubre cuando vuelve a la isla: «Al regresar de la misión sientes que aquí también tienes trabajo que hacer con respecto a tu vida diaria, aprendes a vivir más humildemente e intentas que la gente que te rodea también lo haga, pero eso ya es más complicado», añade.

Falta de conciencia

José considera que a la sociedad occidental le hace falta «tomar conciencia» porque «la distancia geográfica no puede ser una venda en los ojos que impida ver la realidad». Y es que la realidad, según estos voluntarios, es que hay que «ayudar a levantar del suelo a estos países» apostando por ejemplo por un comercio más justo: «Cuando un obrero fabrica un objeto en las zonas subdesarrolladas, los intermediarios se lo pagan a un precio irrisorio que, a la hora de venderse en los establecimientos, aumenta sobremanera. Con ese sueldo que le pagan al obrero, este no puede costear una educación a sus hijos que les permita salir adelante y tener la oportunidad de mejorar», explica José.

Una pequeña gran ayuda

Estos jóvenes aseguran ser conscientes de que no van a cambiar el mundo pero, tal y como explica Victoria Escandell, «es un granito de arena que a los más desfavorecidos les puede ayudar mucho». La misionera lanza un mensaje de optimismo: «Todos los pueblos empiezan poco a poco desde abajo, hasta los españoles lo hicieron hace siglos».

Desde muy joven, Victoria decidió que ella quería dedicarse a ayudar a los más necesitados. En 1984, la ibicenca, entonces una treintañera, se marchó a África, donde vivió muy de cerca el genocidio de Ruanda. Cada tres años en la misión tenía permiso para volver a su tierra a descansar y estar con sus familiares. Ella dedicaba ese tiempo a buscar financiación para su causa entre las administraciones e instituciones y siempre volvía a Ruanda con fondos que le permitieron construir un centro de enseñanza y un dispensario. Escandell confiesa que la crisis económica dificulta su labor: «Esta vez ni me he atrevido a ir a pedir dinero a las instituciones, pero me he encontrado a esta juventud tan dispuesta a todo y a un empresario que nos ha subvencionado el trayecto que iniciamos hoy», cuenta la ibicenca sobre Emilio Díaz, responsable de la empresa de autocares Dipesa y donante de la ayuda económica.

Se declaran «dispuestos y llenos de ilusión» por emprender una experiencia que les llevará a rincones humildes del planeta, que les enseñará «a vivir con menos y a valorar lo que ya tienen en casa», que les hará, como relata José, «desaprender para aprender a vivir, para que se despierten esos sentimientos que estan dormidos viviendo en esta sociedad».

Consejos de una veterana

Victoria Escandell se niega en todo momento a contestar preguntas delante de los jóvenes voluntarios sobre sus vivencias durante la cruenta masacre de Ruanda o el secuestro de monjas por las guerrillas africanas: «No quiero influir en sus expectativas ni tienen que tener miedo, yo no lo tengo. Quiero que sean ellos mismos quienes descubran lo que van a ver allí. Lo que sí les aconsejo es que vayan con el alma y el corazón muy dispuestos», relata la veterana misionera, quien después de tantos años fuera de la isla todavía conserva un disimulado acento ibicenco.

Sobre su labor en las colonias indígenas, Victoria explica que tiene un proyecto entre manos: «Conozco a un señor que hace ladrillos artesanalmente, con un molde, y voy a intentar conseguir una máquina para que pase de hacer 10 ladrillos a 700 en una hora, así también podrá crear empleo».