Inmediatamente después de recibir la primera comunión en la iglesia de Puig d´en Valls, los chavales interpretan el ´Ai se su te pego´ de Michel Teló. Pero en vez de la letra original (´delícia, delícia/assim você me mata/ ai se eu te pego, ai ai se eu te pego´, algo así como ´delicia, delicia/ así tú me matas/ ¡ay! si te cojo, ¡ay! ¡ay! si te cojo´), que podría ser interpretada como una irreverencia, cantan con sus vocecillas (y sin movimientos insinuantes) ´en esta fiesta Jesús a mí me llama/ yo aquí lo espero sí/ yo aquí lo espero/ Me ayuda, me guía/ yo le llevo en mi alma/ Yo sí le quiero, sí/ Yo sí le quiero´. La idea partió de uno de los obreros del templo, Juan José, que en las comuniones toca la melodía con su sintetizador, y fue avalada por Yesid Fernando Vásquez Acosta, el cura colombiano que ha revolucionado la parroquia con sus innovaciones en la liturgia desde que aterrizó allí hace aproximadamente medio año: «Quizás sea porque los colombianos somos tropicales, lo llevamos en la sangre. Allí las misas son más movidas, más alegres, y en ellas se pueden escuchar vallenatos, cumbias... En mi seminario había un cantoral religioso con armonías muy folclóricas, como la guabina, el bambuco, el joropo, los vallenatos...», recuerda este sacerdote nacido hace 34 años en Bogotá.

En sus misas, los feligreses igual siguen los compases del ´Ai se su te pego´ versión ´puchi´ que aplauden sin rubor a los jovencitos que por primera vez acaban de comulgar o siguen atentos los chistes y cuentos con los que Vásquez les ilustra durante el oficio. Los protagonistas del cuento que narró hace dos domingos eran unos murciélagos: «Hoy en día hay que hablar de muchas cosas para hacer más cercana la experiencia religiosa. Hay que hacerla más inteligible, más palpable. Si te vales de un cuento, un chiste o una canción, eso le queda resonando a la gente. A muchos se les ha quedado grabado lo de los murciélagos... que tiene su mensajito», indica.

Tres curas y muchos murciélagos

El cuento es sencillo. Tres curas tienen problemas con los murciélagos que se refugian en la torre de la iglesia. Cada uno intenta un método para echarlos de allí. El primero intenta asfixiarlos con humo, pero nada, siguen imperturbables. El segundo los mete en un saco y se los lleva a 50 kilómetros, pero al regresar se los encuentra de nuevo en el torreón. «El tercero dice: yo ya acabé con el problema: subí, los bauticé, les di la primera comunión, los confirmé y jamás volvieron. Y eso es lo que pasa a mucha gente: vienen, bautizan al niño y no más. Vienen, hacen la comunión, y no más. No puede ser esa la actitud. Los sacramentos no son puntos de llegada, sino de partida. Hay que continuar el proceso, seguir», explica Fernando, que se suele quitarse el Yesid porque a los españoles les suena extraño.

En el salón de la sencilla casa parroquial de Puig d´en Valls en la que habita suena a todo trapo una canción de Macaco y huele a humo de tabaco. Al lado del radiocasete hay tres cds de la discoteca Space, dos sin abrir, que este melómano al que le chifla la música electrónica compró a dos euros la pieza en un mercadillo benéfico de Jesús: «Me he dado cuenta de que a la gente de aquí, y de Colombia también, lo que le afana es la fiesta y la foto en las comuniones. Si hay fiesta y foto, bien. Lo demás no es importante. Por eso decía a la gente que los niños no fueran como murciélagos. Quiero seguir viéndolos, que sigan viniendo. Esta es su casa», insiste mientras sirve un café «suavecito» que acaba de preparar con grano de la marca Juan Valdés recién traído de su país: «Los cuenticos refuerzan lo que digo. A veces a la gente se le olvida, lamentablemente, el Evangelio. Si preguntas cuál fue la parábola de la semana anterior, ni la recuerdan, pero sí saben cuál fue el cuento. Lo vinculan y les queda algo. Lo importante es que el mensaje no entre por un oído y salga por otro». Sus modos pueden parecer chocantes, pero Fernando considera que son adecuados porque «es lo que tiene que hacer la Iglesia hoy en día, bajarse e ir al encuentro del que lo necesita, como el buen samaritano, con acogida, con saludo, con servicio, con la palabra».

«En sus misas no me duermo»

Año y medio después de su llegada a las Pitiusas, con primera escala en Formentera, admite que se esfuerza en «cambiar los esquemas» que se encontró: «Intento hacer más cercana la celebración, acabar con esa idea de que la misa es algo lejano e intocable y que el cura habla a veces de cosas que ni él entiende». Al parecer, incluso las ancianas lugareñas se lo agradecen: «Una mujer mayor de la parroquia se me acercó un día y me dijo: ´Sus misas son las únicas en las que no me duermo´», comenta entre risas.

¿Sabe el obispo que la música de Teló suena en Puig d´en Valls? ¿Lo consideraría irreverente? El párroco no cree que Vicente Juan Segura se escandalice por eso: «Es valerse de algo para enganchar a la gente. Como les suena a los chicos, pues lo escuchan cada día, les gusta. Es algo divertido, para hacer la fiesta diferente. Es inculturizar: apropiarse de la cultura y transformarla para transmitir un mensaje y una experiencia».

Sus comienzos en estas islas fueron «complicados». La razón: cuando empieza una misa se olvida del reloj. «Llegué de Bogotá, donde una misa en mi parroquia en un domingo –daba cinco o seis misas ese día–, y dado que eran muy concurridas, por rápido que me fuera duraba una hora o una hora y 15 minutos. Aquí la gente no estaba acostumbrada a más de media hora. Si duraba 40 minutos, se demoraba demasiado para ellos», lamenta.

Vásquez trabaja el sonido y el silencio durante sus misas: pasa de contar con perfecta dicción, voz cristalina y tono grave el cuento de los murciélagos a consagrar la hostia en una intensa ceremonia en la que se recrea en los gestos y consigue, con su solemnidad, que hasta los críos se queden mudos durante un buen rato, lo que de por sí es un verdadero milagro: «Este tipo de celebraciones no llegan a la gente cuando son en una sola línea, planas. Cuando introduces una variación, cuando hay un silencio, cuando captamos la atención con las palabras, con el gesto, la gente nota que hay un momento diferente». Su maestro, Tadeo Albarracín, bogotano como él y doctor en Liturgia, ya se lo decía: «La liturgia es hacer lo que se dice. Y si estamos en una fiesta, lo que es la Eucaristía, en un banquete de Jesús con sus amigos, ¿por qué no hacer que sea más cercana, más expresiva?».

Transiciones: Del barrio con más crímenes de Bogotá a la isla del vicio

Yesid Fernando Vásquez entró en el seminario a los 16 años y fue ordenado a los 25, momento en el que fue enviado como vicario a «un sector muy marginal de Bogotá, un cinturón de miseria al sur de la ciudad muy complicado llamado Ciudad Bolívar». Que es algo así como el Bronx. Es el distrito de la capital colombiana con el mayor índice de criminalidad y de pobreza. Allí permaneció un año, hasta que le destinaron al otro extremo de la ciudad, al norte. Curtido tras esos dos años le nombraron párroco de Cristo Luz de las Gentes, en el barrio de La Clarita, donde permaneció seis años. Entonces le surgió la posibilidad de venir a Ibiza, un lugar que tuvo que buscar en Google Maps para ubicarlo: «Había escuchado cosas sobre la isla, pero no sabía dónde quedaba. Le decía a la gente que en unos meses me iba a trabajar a Ibiza y me decían que a lo que iba realmente era de marcha. Que no, que allí hay parroquias y gente que va a misa, les replicaba. Allí, la primera referencia de la isla es la fiesta, la mejor fiesta de Europa. Cuando llegué aquí constaté que la isla se transforma cuando llega el verano».