Corinna zu Sayn-Wittgenstein ha entrado como un tiro en la actualidad española. La princesa germana, que se mueve como pez en el agua por las altas esferas económicas y políticas, donde tiene amigos muy poderosos, es la cabeza pensante que organizó la cacería africana en la que el Rey Juan Carlos sufrió una caída que ha hecho cojear su imagen ante la opinión pública.

Que Corinna esté en el punto de mira de la prensa española tiene su porqué: son muchas las plumas que sobrevuelan el estado real del matrimonio entre el Monarca y la Reina Sofía, adjudicando a la noble alemana un papel principal en el supuesto deterioro en la convivencia de los inquilinos de la Zarzuela.

Corinna zu Sayn-Wittgenstein –su nombre de soltera no era tan aparatoso: Corinna Larsen–, tiene 46 años, dos divorcios a sus elegantes espaldas y dos hijos. Su título de princesa es ahora más decorativo que real, pues se hizo con él al casarse hace doce años con el príncipe Casimir zu Sayn-Wittgenstein Berleburg, ocho años menor que ella y al que se unió en una ceremonia civil en Londres. Un lustro duró el lustre nupcial. Antes estuvo casada con Philip Atkins, con quien tuvo una hija: Nastassia. En su paréntesis de soltería, Corinna estuvo cerca de casarse con uno de los Flick, la familia que controla buena parte del gigante automovílistico Mercedes.

Lejos de conformarse con la descolorida etiqueta de ´ex´, Corinna demostró su talento para los negocios, se hizo una imagen solidaria con campañas bienintencionadas (apoya varias organizaciones de defensa de la infancia y encabeza la Fundación Auténticos) y se puso los tacones en fiestas y eventos de todo tipo y condición en los que su teutona belleza (con una insuperable mezcla de sofisticación, sencillez y simpatía) llamó la atención en los círculos del poder más selecto. Capaz de imantar miradas con vestido de noche y también con atuendo deportivo buceando, navegando o cazando. Dos aficiones con toques de aventura que comparte con el Rey Juan Carlos, su amigo y también su convecino pues ella, enamorada del Reino de España, decidió pasar largas temporada en Madrid. Una amistad que, según algunas fuentes, comenzó en 2006 (otras la datan un año antes). Y con polémica incluida.

Fue en Ditzingen, una pequeña ciudad al sur de Alemania que acogió la visita privada del Monarca español con alborozo. La nobleza del lugar decidió que el Rey se hospedada en el histórico castillo Schökingen. Un banquete para paladares con mucho pedigrí reunió a veintiséis invitados afortunados, bajo la presidencia de Corinna y el duque Carl von Württemberg.

El lío llegó al saberse que el anfitrión, Manfed Osterwald, un poderoso constructor con inquietudes filantrópicas, no sacó de su gigantesca hucha el dinero para pagar los fastos, sino que pasó la factura caliente (cien mil euros del ala, quizá de faisán) a una Fundación cultural... creada por él mismo. A la Hacienda alemana le olió mal el asunto y la princesa Corinna vio con desagrado que el comienzo de una gran amistad con el Monarca español quedara nublado por una trastienda de desgravaciones poco claras. El disgusto de Corinna se entiende mejor, incluso, si se recuerda que ella puso en pie una Fundación dedicada a concienciar a la sociedad contra los circuitos internacionales de lavado de dinero, los cárteles de narcotraficantes y el trabajo infantil. Casi nada.

Tras su encuentro con el Rey en Alemania, Corinna viajó con frecuencia a España, concretamente a Lanzarote y a Valencia. Aquí, con motivo de la Copa América de vela, coincidió con el jefe del Estado español. Ella iba a bordo del barco de seguimiento del equipo suizo.

Safaris a cuerpo de rey

Los vínculos de la princesa con el turismo son poderosos. Hija del director para Europa de la aerolínea brasileña Varig, que falleció en 2010, Corinna zu Sayn-Wittgenstein se ocupa de que a los participantes en los viajes por África de Boss & Company Sporting Agency no les falta de nada.

No deja ni un cabo sin atar. Responsable junto al especialista en deportes de riesgo Jeremy Culham de la agencia desde el año 2000, su oferta principal es poner en pie un safari que incluye traslado, alquiler de las armas con su correspondiente munición, las licencias de caza, los permisos que exige cada país, y todos los gastos de hospedaje y manutención. Todo para que sus clientes se sientan como auténticos reyes.