La escritora Ana Manrique está viviendo un feliz reencuentro literario con Ibiza. Pasó los tres primeros años de su vida en la isla y regresa de la mano de su libro ´Estas cosas pasan´ (Ed. Alrevés). «Me he enamorado de Ibiza, siempre que pueda volveré», confiesa después de pasar unos meses en la isla.

—Sin destripar mucho el contenido ¿qué cuenta ´Estas cosas pasan´?

—Es una historia delirante sobre un jubilado que arrastra a su mujer en sus chaladuras. Se aburre y monta una historia rocambolesca para irse de vacaciones gratis a un pueblo que se llama Nenúfares. Hace que el pueblo le invite a ir gratis porque es ingeniero agrónomo y asegura que va a estudiar los eadbertos y basilios, unos árboles que he inventado y a los que he puesto este nombre en recuerdo de mi padre Basilio y de mi tío Eadberto.

—¿Eadberto?

—Pues sí. Un nombre que nos costaba pronunciar de niños. Le llamábamos ´tío Abeto´. Cuando pensaba en el ´tío Abeto´ visualizaba los lápices Alpino [risas]. Era una forma de hacer un homenaje a mi padre y mi tío.

—Entonces su protagonista se lo monta para tener vacaciones gratis.

—Exacto, es un hombre déspota, acostumbrado a hacer lo que quiere. Vitriola, su mujer, aguanta el despotismo de su marido pero, como venganza, tortura sus queridas plantas. Les echa lejía, las asfixia con bolsas de plástico...

—Lo triste es que existen parejas así, aunque en su libro los personajes estén caricaturizados.

—Muchos matrimonios son así. Sobre todo los de antes, en los que la madre se dedicaba a criar a los hijos y el padre a mantener a la familia. De repente, cuarenta años después, cuando él se jubila, esa pareja se reencuentra y no tiene nada que decirse. Tienen pocas cosas en común y no se han comunicado en todo ese tiempo. La novela arranca por ahí pero se enriquece con toda una serie de personajes que se encuentran en el pueblo como el Furtivo, el alcalde Severo, Leocadia, una actriz retirada que trata fatal a los hombres... El Loco, que es un tío que está chalado y corre por el pueblo en pelotas y aullando... el Jipi, que es el típico yupi renegado que se ha quedado colgado, que no se ducha nunca y solo fuma porros.

—Vaya elenco de personajes.

—Son muy divertidos, la verdad.

—Con estos personajes se lo debe pasar muy bien. Entrar en esa locura debe ser divertido, al menos más que al escribir una novela sesuda y profunda.

—Sí, pero yo no me considero escritora, me considero una loca que escribe. Soy una TLP, que significa Transtorno Límite de la Personalidad.

—¿No le importa que esto aparezca en la entrevista?

—No, lo puedes decir. Estoy a favor de defender a los enfermos mentales y callárselo no ayuda a nadie. Tengo depresiones y momentos en los que estoy bien jodida. Con estos personajes tan delirantes entro en mi propia locura. Me lo paso muy bien pero, por otro lado, se me ocurren estos personajes, estas historias, porque estoy chalada. Es así [risas].

—No es habitual confesar una enfermedad mental.

—Tengo momentos muy bajos. Estuve una temporada en Ibiza recientemente pero me tuve que ir porque me entró un bajón y preferí estar en Barcelona con mis médicos. Tengo bajones depresivos y puedo estar tres días sin salir de la cama. Luego tengo momentos de euforia. Soy una loca pero todavía me puedo relacionar con la sociedad.

—¿Se puede decir que ha enfocado su locura hacia algo creativo que le reporta satisfacción?

—Estudié Bellas Artes, aunque lo dejé porque necesitaba un espacio. La pintura es cara y se me amontonaban los cuadros. Al final me decanté por la escritura pero no descarto volver a pintar. Tengo una imaginación muy fértil y de algún modo la tengo que sacar.

—A raíz de la novela, que aborda el tema de la jubilación, reflexionaba usted en una entrevista sobre que uno, cuando llega ese punto, ha de reconstruir su vida casi por completo. ¿No es un poco triste que la vida de uno se construya sobre su trabajo?

—Para cambiar eso hay que poner mucha voluntad, robarle horas al sueño para hacer las cosas que uno quiere hacer de verdad. El trabajo te absorbe como mínimo ocho horas al día y te agota. Súmale el tiempo de desplazamiento, el tiempo de comer... El trabajo se convierte en tu vida. Hay que hacer un ejercicio y decir: no quiero que el trabajo sea mi vida. Las personas que se quieren labrar una carrera invierten todavía más horas en ella. Y ahora todo ha empeorado con los móviles, las tabletas, el wassup... todo eso hace que siempre te lleves el trabajo encima. Hay gente que recibe avisos de sus correos electrónicos en su móvil incluso en fines de semana y vacaciones o tomándose una copa con un amigo. Eso es terrible y creo que no somos conscientes.

—También sorprende que haya escogido a dos jubilados como protagonistas de su libro, cuando las personas mayores apenas están presentes, públicamente, en la sociedad. Solo interesa lo joven.

—Siempre me han llamado la atención las personas mayores. Soy muy terracera, voy con la libreta arriba y abajo. Ahora estamos en crisis y se ve mucha gente en las terrazas tomando un café durante tres horas pero lo normal en mi barrio era ver a los jubilados con su café. Escuchaba sus conversaciones. Intervenía a veces en ellas y charlábamos. Todos los jubilados de mi barrio de Barcelona son amigos míos. Me dicen: ¡Hey, que te he visto en la tele!´. Existen pero la sociedad cierra los ojos, como si no existiera la gente mayor. Tienes que ser eternamente joven, parecer siempre joven. Pues no, los mayores existen y tienen una vida mucho más interesante de lo que nos pensamos... en todos los sentidos.