La procesión del Santo Entierro no supuso, ayer Viernes Santo, el calvario de la de 2011. Si entonces las cofradías tardaron en recorrer cuatro horas y 45 minutos los 1.600 metros que separan la Catedral del paseo de Vara de Rey, esta vez cubrieron ese recorrido en dos horas y media, para alivio de todos.

Con el obispo Vicente Juan Segura como testigo, las cofradías se conjuraron para que en esta ocasión la procesión fuera ágil y dinámica, tras la lenta y agónica del pasado año, que motivó un posterior envío de epístolas al director de este diario en las que algunas hermandades se repartieron acusaciones y se pusieron de vuelta y media. Ayer, sin embargo, todo se ajustó a lo previsto: a las 20.34 horas salía de la Catedral la primera imagen, la del Cautivo, adornada con iris y claveles rojos y llevada en andas por 16 portadores de la Agrupación de Fieles Nuestro Padre Jesús Cautivo, vestidos con capirote negro y túnica blanca. La cruz procesional, seguida de esta agrupación y su banda, alcanzaron el paseo de Vara de Rey sobre las 22.50 horas.

Salir del templo de Dalt Vila no es sencillo y requiere orden y tiempo, concretamente una hora y dos minutos, los que transcurrieron entre el momento en que el Cristo Cautivo sorteó el último arco de salida de la Catedral –cuya plaza estaba atestada– y el instante en que la última imagen, la del Cristo Yacente, abandonó ese mismo recinto sagrado.

Tras el Cristo Cautivo, a las 20.41 horas le tocó el turno a la cofradía Nuestro Padre Jesús del Gran Poder, de la que 18 portadores a cara descubierta llevaron a varal el Nazareno, adornado a sus pies por iris y claveles blancos. Para no golpear la talla de cedro del escultor sevillano Jesús Méndez Lastrucci contra la dura roca del arco de la Catedral, el capataz dio órdenes precisas para que los portadores la bajaran delicadamente. Ni un roce, impecable. En cuanto partió, le siguió la nutrida Agrupación Musical Nuestra Señora de los Dolores al son de ´Tras de ti, mi cautivo´.

Leve roce de la cruz

No tuvo tanta suerte la cofradía del Santo Cristo de la Agonía –medio centenar de cofrades ataviados con túnica y capirote blanco y manto y cinto morado nazareno–, que partió 10 minutos más tarde: «¡Más a tierra, más a tierra!», gritaba a los costaleros el jienense Vicente Aguayo, uno de los dos contraguías, junto al cordobés Pedro Rubio, ambos dirigidos por el capataz Juan Marchena. Pero el extremo derecho de la cruz rozó ligeramente con la pared, al menos sin daños aparentes.

Media hora antes, Aguayo supervisaba la colocación, uno a uno, de los costales en las cabezas de sus 20 costaleros, para cerciorarse de que este útil que ya usaban los estibadores de Sevilla a finales del siglo XVI se sujetara justo a la altura del puente de las cejas, y el morcillo cayera en la primera vértebra, ni más ni menos. Los 20 llevaron el pesado paso dispuestos en siete trabajadoras, a tres costaleros por cada una (excepto en una de ellas, la que pasa justo debajo de la imagen, donde hay dos). Cinco hombres de refresco se turnaron cada 10 minutos para dar aire a quienes soportaban los 600 kilos de peso del Cristo de la Agonía, adornado ayer a sus pies por 1.800 claveles rojos.

Los 20 costaleros (los únicos de este Santo Entierro ibicenco), el vocero Juan José Costa Marí entre ellos, anduvieron durante casi tres horas las marchas que sonaban a su paso: «Porque nosotros ni danzamos ni mecemos. Andamos la marcha», quiso dejar claro Aguayo.

A cinco minutos de las nueve de la noche, siguió la Virgen de la Esperanza, con medio millar de rosas blancas a sus pies y portada por 20 mujeres de la misma cofradía. La Virgen estrenaba ayer manto verde confeccionado por las monjas de Santa Clara de Alcaudete (Jaén), a donde regresará en breve para que terminen de bordarlo con hilo de oro. «¡Esa es mi gente bien, buen trabajo! Ya estamos en la calle», alentó a las andaderas, nada más salir de la Catedral y con voz firme, el capataz José Manuel Gallego, granadino de Motril, de donde llegó hace una década. Entonces comentó a su mujer: «A esta isla solo le falta la Semana Santa para ser perfecta». Para él ya lo es.

La imagen de La Piedad salió de lo más alto de Dalt Vila a las 21.01 horas, llevada a varal por 18 portadores. Tras sacarla sin problemas (pues no es muy alta), primero la bajaron del hombro al brazo: «¡Y de ahí al cielo!», exclamó seguidamente el capataz. Treinta y seis brazos apuntaron entonces hacia la luna llena. Y con ellos ascendió la talla. Al bajarla, un silencio sepulcral en la plaza que permitía escuchar los resoplidos de algunos portadores por el descomunal esfuerzo que acababan de hacer, poco a poco tamizados por el redoble de un tambor.

Políticos en la procesión

La cofradía de Nuestra Señora de los Dolores, de blanco y celeste, comenzó la procesión a las 21.12 horas. La Dolorosa dejó atrás la puerta de caoba de la Catedral cuatro minutos más tarde, llevada en andas por 12 portadores. Justo tras ella, rezando piadosamente, Josep Lluís Mollà, párroco de Sant Josep.

Cerraba la procesión a las 21.36 minutos, tras una hora y dos minutos, la imagen del Santo Cristo Yacente, mantenida por 16 portadores. Detrás, el obispo, Vicente Juan Segura, con mitra y báculo, y a su espalda las autoridades civiles y militares: la alcaldesa de Ibiza, Marienna Sánchez Jáuregui; el conseller de Economía, Àlex Minchiotti; la Defensora del Pueblo, María Luisa Cava de Llano, y los responsables de la Policía Local de Vila y de la Policía Nacional, así como el comandante Naval.

El obispo se encontró a lo largo del trayecto con mucha más gente (sobre todo frente al Mercat Vell, donde esperaban cientos de personas) que la que asistió a las 18 horas a los Oficios de la Pasión, donde apenas había medio centenar de fieles. El obispo recordó la presión ejercida por el sanedrín ante Poncio Pilatos para que se crucificara a Cristo, lo que, a su juicio, indica que solo el camino de Dios es el recto y que apartarse de él conduce a cometer «barbaridades». Entre las actuales, el aborto, que «se presenta como un adelanto, pero es un retroceso», alegó, al tiempo que rememoró las palabras de Jesús en la cruz: «Perdónalos porque no saben lo que hacen». Eso es lo que, a su entender, ocurre también con algunos medios de comunicación: «Qué raro es que en cualquier periódico de aquí se hable bien de la Iglesia», dijo sin detallar cuál ni la zona geográfica que abarcaba con esa afirmación.

Quince minutos más tarde, la cabeza de la procesión se topó con el Santísimo Cristo del Cementerio frente a Can Botino. Sobrios, los portadores de esta imagen ni saludan ni dan caramelos ni dejan un resquicio de su piel que los identifique. Y no beben ni una gota de agua desde que salen de Santo Domingo hasta que regresan a su templo tras dar media vuelta en Vara de Rey, donde ni se despiden: «Vamos a pelo», comentaba un día atrás uno de sus miembros. Dos horas antes cenan tortilla, pescado, cuinat... Y a la vuelta, empanadas y dulces en el claustro.

Tras el Cristo Cautivo se coló, como manda la tradición, el Eccehomo, portado por 12 mujeres de la cofradía del Santísimo Cristo del Cementerio, que pegadas a la pared dejaron paso al primero para luego, poco a poco, moverse lateralmente hasta situarse en medio de la calle. Y tras ellas, el Santísimo Cristo del Cementerio. Eran las 21.50 horas.

A la cabeza de la procesión le quedaban entonces 60 minutos para recorrer los últimos 800 metros. El año pasado la cofradía del Santísimo Cristo del Cementerio regresó a las tres, exhausta, a Santo Domingo. Algunos de sus componentes padecieron durante cinco días ese tremendo esfuerzo. Ayer, con el mismo fervor y pasión, su particular calvario fue más leve.