Santa Eulària vivió ayer su particular Vía Dolorosa Viviente, en la que cientos de personas acompañaron a Jesús en su camino desde el monte de los Olivos, en la calle del Sol, hasta el del Calvario, en lo alto del Puig de Missa.

«Vamos a proceder al ejercicio del santo Vía Crucis. Pedimos máximo silencio acompañando a Jesús en la cruz», indicó un sacerdote, que apeló a la reflexión mientras iban llegando los personajes de la recreación.

Jesús, el más esperado, se dirigió al monte de los Olivos, se arrodilló en una silla y fue rodeado por el numeroso público, que no quiso perder detalle. Entonces llegaron Poncio Pilatos y los romanos y se acordó su condena a muerte.

Así dio comienzo el camino hacia el Calvario, que Jesús hizo con la gran cruz de madera a cuestas ya desde la segunda estación –etapa del Vía Crucis–, recibiendo reiterados golpes y siempre en silencio.

Durante el trayecto se fueron sucediendo las etapas de la Vía Dolorosa: la primera caída en la que «muerde el polvo del camino»; el encuentro con su madre, María; el momento en que los soldados cogen a Simeón el Cirineo para que le ayude a llevar la cruz, o cuando Verónica le limpia el rostro con un pañuelo y su cara queda marcada.

Los sacerdotes que acompañaban el recorrido fueron explicando cada una de las estaciones, que incluyeron además oraciones y la música interpretada por el coro. A lo largo del ascenso, el público se fue repartiendo: unos trataban de atajar para coger una vista privilegiada en el Puig de Missa, mientras el resto seguía la comitiva.

Y Jesús cayó por segunda vez, se encontró a las mujeres de Jerusalén –«perdón por no ser agradecidos con el trabajo de las mujeres, por los maltratos, por las violaciones de sus derechos», exclamó el cura en este punto–, cayó de nuevo y fue despojado de la ropa.

Con el exterior de la iglesia abarrotado, Jesús fue clavado en la cruz e izado por los romanos. Allí murió ante la expectación de la multitud, entre la que había muchos turistas, que no dejaron de disparar sus cámaras de fotos. Luego le bajaron, le cubrieron con una sábana, le llevaron al sepulcro –en el interior de la iglesia– y allí resucitó.