La Caulerpa taxifolia fue la mala de la película a comienzos de los años 90. Saltaron las alarmas, se publicaron innumerables noticias apocalípticas que advertían de que su llegada (Jacques Cousteau mediante) sería el fin de la vida marina en el litoral mediterráneo... Y al final no fue para tanto. De la que fue calificada como alga asesina solo quedan ahora pequeñas fracciones. La Caulerpa racemosa la relevó en el papel de mala malísima a comienzos de este siglo: era el armagedón, el acabose. Para colmo, buzos de la Fundació Mar que trabajaban en el proyecto Silmar (Red de Seguimiento Ibérico del Litoral Marino), detectaron en 2010 que alfombraba buena parte del fondo marino de es Vedrà. La vigilaron con lupa desde entonces, el corazón en un puño, hasta que el pasado año observaron algo extraño: en lugar de seguir expandiéndose, ese organismo, que tiene la fea costumbre de ahogar a esponjas y briozoos echándose sobre ellos, estaba reculando.

¿Por qué? «Nadie sabe el porqué. Nos ha sorprendido a todos. Visualmente hay esa percepción de que ha disminuido muchísimo», comenta Evelyn Segura, bióloga que trabaja en la Fundació Mar y que está a cargo de la estación de control que esta entidad instaló hace dos años en es Vedrà, cuya reserva celebra estos días su décimo aniversario. Y no fue la única sorpresa que se llevaron: «Nunca se había localizado la racemosa dentro de las praderas de Posidonia oceanica. Pero en 2011 ya la hemos empezado a ver. El alga, como cualquier otro organismo fotosintético, necesita luz. Creíamos que una de las razones por las que no la encontrábamos allí dentro era porque no tenía luz suficiente. Pero en 2011, buscando dentro de las praderas de posidonia que son menos densas, hallamos estolones del alga. Veremos qué ocurre», indica la bióloga.

La presencia de la Caulerpa racemosa en es Vedrà se nota desde que comienza la inmersión, según Segura: «Es una mancha muy extensa, como una alfombra que cubre todas las comunidades del bentos, por completo. Es bastante pequeña, pero sus estolones y toda su red de crecimiento lo cubre todo». En verano llega a crecer «un centímetro al día». ¿Qué ocurrirá en los próximos años? Segura explica que ahora solo se pueden hacer conjeturas y que solo se tendrán datos determinantes en unos 10 años: «Aparentemente, de momento no se aprecian daños, ni tampoco una regresión de las praderas de posidonia en es Vedrà. No hay estado de alerta. Si al final acaba afectando a la posidonia y a las esponjas, sí repercutirá en la población piscícola. Pero todos estos efectos son muy lentos en el mar», advierte.

Ni tocarla: mirar y esperar

La bióloga alerta sobre la ocurrencia de arrancar la racemosa para erradicarla. No es tan fácil. Mejor, sugiere, ni tocarla: «Hay que conocer muy bien la biología de todas estas especies. En el caso de la caulerpa, un pequeño tallo, una pequeña fracción puede generar una población nueva si toca suelo marino. Extraerla a mano es más peligroso que no tocarla. Ante eso, mejor seguir analizando y viendo lo que pasa con ella, para que cuando se actúe sea de forma correcta. Ahora mismo no existen métodos eficaces para erradicarla».

Lo mismo sucede con el resto de especies tropicales que invaden el Mediterráneo, unas 600, de las que en la zona de es Vedrà los buzos que trabajan en el proyecto Silmar han localizado cinco, entre ellas la Lophocladia lallemandii, un alga roja filamentosa que al colocarse sobre la posidonia reduce la luz que llega a ella y afecta a su crecimiento. ¿Qué hacer? «Lo que puede llegar a pasar con el tiempo es que se autorregule el medio... si no lo perjudicamos en exceso (...) Donde tenemos que trabajar no es en erradicarla, sino en no favorecerla». Por ejemplo, hay que evitar que aumenten la temperatura y los nutrientes en el agua: «Y eso depende de nosotros, de las personas. Tenemos que procurar que la naturaleza actúe por sí misma. Si eliminamos las condiciones óptimas para esas algas, ellas mismas se irán reduciendo, como ha pasado con la Caulerpa taxifolia», la exasesina.

Además de la estación de es Vedrà (un transecto de cinco por 100 metros de longitud, 500 metros cuadrados), la red Silmar dispone de otras en ses Salines (Formentera) y en Cala Salada (Sant Antoni), a las que próximamente quieren añadir un par en la bahía de Talamanca y una cerca del acuario de Sant Antoni. Eso si la crisis lo permite, pues de momento les ha dejado sin la subvención estatal que la Fundación Biodiversidad les dio entre 2009 y 2011, pese a lo cual mantienen el proyecto en las Pitiusas: «No hemos querido que peligre su continuidad –subraya la coordinadora del proyecto– y apostamos por seguir tirando adelante como sea».