La madre de Virgilio Bago Malgapo solo tragó con la vocación de su hijo cuando lo vio vestido con sotana y alzacuellos. Lo que deseaba la mujer, que junto a su marido regenta un puesto de verduras en un mercado de Aritao (en la isla de Luzón, a 236 kilómetros de Manila, Filipinas), es que el chico mayor de la casa relevara algún día al cabeza de familia y cuidara de sus otros cinco hermanos, tres de ellos mujeres (en la particular diáspora de su familia una reside en Canadá y otra en Singapur) y de sus progenitores, es decir, siguiera la ancestral costumbre de ese país asiático. Ahora, el padre Virgilio, de 40 años, en vez de por siete personas se desvela por casi dos millares de compatriotas, los que residen en Ibiza, parte de los cuales celebran mañana el quinto aniversario del comienzo de la capellanía filipina en la parroquia de Nuestra Señora del Rosario y San Ciriaco. En palabras del obispo de las Pitiusas, Vicente Juan Segura, es el sacerdote «encargado de pastorear con atención y delicadeza esta porción del pueblo de Dios» que habla en tagalo.

En tan grande rebaño se mezclan churras con merinas, gente de distinto credo (incluso algún musulmán) a la que Virgilio atiende por igual cuando no es por sus almas por lo que hay que velar. En ese sentido, además de ejercer de pastor de la fe de esta importante comunidad, también juega en muchas ocasiones el papel de ´cónsul´, sin serlo, para ayudar a los filipinos que precisan asesoramiento en la enmarañada burocracia. A veces ejerce hasta de oficina de colocación. La colonia tiene buena reputación (en la isla, desde 1973) como cuidadores de «casas de ricos» –en palabras del cura–, por lo que no es de extrañar que los interesados en hacerse con sus servicios pregunten al sacerdote. No hace mucho logró colocar a una pareja en la casa de unos franceses.

El domingo 4 de marzo, a las cinco de la tarde, los aproximadamente mil filipinos católicos que viven en la isla celebrarán en la Parroquia de Nuestra Señora del Rosario ese lustro de capellanía filipina, que comenzó en 2007 con José Palina, sacerdote que permaneció tres años en las Pitiusas hasta que fue sustituido por Virgilio Bago, que posiblemente en 2013 será, a su vez, relevado por otro misionero que el obispo de la diócesis de Bayombong (Filipinas) elegirá en su momento. Dios mediante, regresará a su patria.

Virgilio ofrece una misa cada domingo, pero no todas son iguales. Las del primer y el cuarto domingo las da en tagalo, la lengua materna para una cuarta parte de los filipinos y la segunda para el resto. En la del segundo domingo habla en castellano (que depura poco a poco) y la del tercero, en inglés. ¿Y cuando hay un quinto? Como cada año hay cinco meses con cinco domingos, en esas ocasiones los fieles filipinos suben a Dalt Vila y comparten el día con las monjas de clausura, en su mayor parte originarias de Filipinas. Ese día cocinan para todos pansit, una comida típica filipina hecha a base de pasta, verdura y carne y que Virgilio atribuye a la «influencia china». Según el cura, el pansit no falta tampoco en otro de los festejos que unen a los filipinos de la isla, sea cual sea su creencia: el día de la independencia.

La vocación del sacerdote filipino surgió en el colegio adonde le mandaron a estudiar sus padres, perteneciente a la congregación Inmaculada Concepción de María en Aritao. Primero fue monaguillo, y luego, durante una década, estudió Teología y Filosofía, hasta que en diciembre de 1999, con 28 años, vistió esa sotana que calmó a su madre y con la que durante seis años fue párroco en Quirino (Filipinas).

Durante tres años fue el rector del seminario de Bayombong y antes de recalar en Ibiza, hace justo dos años, pasó seis meses en Florencia (Italia) para su «formación espiritual».

Risueño, Virgilio adapta su jornada al horario laboral de su rebaño y compatriotas: de nueve de la mañana a una de la madrugada.

Flexibilidad laboral para atender a una comunidad que tiene difícil escaquearse de sus trabajos como cuidadores de haciendas. Duerme apenas siete horas en una de las habitaciones con vistas a la nueva comisaría de la iglesia del Rosario. Ese espacio, donde abundan las figuras (vírgenes, campanillas, una de Juan Pablo II) y estampitas religiosas, libros, guitarras y bolsos de equipaje, le sirve además tanto de despacho como de lugar de encuentro con sus fieles.

El padre Virgilio Bago considera curioso que después de tres siglos de cristiandad en su país y de que Filipinas fuera uno de los habituales destinos de los misioneros españoles, hayan cambiado las tornas y sean ellos los que ahora tengan una misión en Europa. ¿Llegan al rescate de la fe? En este sentido, el sacerdote solo advierte de que, por ejemplo, en la comunidad filipina de Ibiza hay nueve monaguillos (de 13 a 17 años), algo que ya no es frecuente en la española. Su esperanza es que alguno llegue a ser seminarista. Sin que eso disguste a sus madres.