Pilar de Arístegui pensaba que el dolor por la muerte de su hermano Pedro en un atentado en Líbano, donde era embajador, estaba ya superado. La presentación de ´La Roldana´, su segunda novela, le hizo ver que no era así. Todo aquel dolor lo pasó en Kenia, donde vivía entonces con su marido, Carlos Abella, también diplomático. En ese país transcurre buena parte de la historia de ´El árbol de fuego´, novela que publicará a finales de marzo y que tiene previsto presentar en el Club Diario de Ibiza en el mes de junio. La escritora, que ha dedicado toda su vida a la pintura, piensa ya en su cuarta novela. Varias ideas le rondan por la mente.

—¿Por qué ´El árbol de fuego´ es su novela más personal?

—Es una historia muy larga. Tiene su origen hace muchos años, en el 89, un año terrible. Mataron a mi hermano en un atentado, murió mi madre y mi cuñada Yumana, con un niño de tres años y una niña de uno, estuvo dos meses en coma. Fue una época durísima. Pensaba que ese dolor estaba ya soterrado, suavizado por el tiempo, y cuando presenté ´La Roldana´ descubrí que no. Ana Romero, periodista de Cádiz, donde la Roldana tenía su taller, debía hablar de Cádiz en aquella época, pero lo hizo de mi familia, de mi hermano Perico, al que mataron.

—Y el dolor seguía ahí.

—Se me saltaban las lágrimas. El dolor estaba ahí. Muy vivo. Pensé que era el momento de hacer una catarsis. ¿Dónde pasé todo ese dolor? En Kenia. Era un buen momento para escribir una novela que transcurriera allí. Algunos episodios están inspirados en la realidad, como un asesinato, basado en el de un amigo nuestro, el ministro de Asuntos Exteriores. Ernest Hemingway decía que aunque cuentes ficción siempre hay algo tuyo. Es absolutamente cierto.

—¿Se siente mejor ahora?

—Sí, aunque no está curado. Hubiera preferido que las cosas fueran diferentes, que a mi hermano no lo hubieran matado. Era un hombre lleno de vida, disfrutador, divertido, fantástico. Aún le echo de menos.

—¿Quién es la protagonista de esta catarsis?

—Es una mujer fuerte. Mis mujeres son siempre fuertes. Es que he conocido muchas así a mi alrededor.

—¿También en Kenia?

—Sí. La mujer es la columna vertebral de Kenia. Sin ellas, el país se hunde. Estoy convencida. Trabajan en el campo, en la casa, en la oficina y atienden a los hijos. Son unas mujeres extraordinarias.

—Volvamos a ´El árbol de fuego´.

—La protagonista es de origen pobre y aspira a vivir bien. Lo consigue, pero luego la vida se encarga de romper su mundo perfecto. Todo eso transcurre en San Sebastián en los años 50, Londres en los años 60 y 70, y en Kenia en los años 80 y 90.

—¿Conoce estos tres lugares?

—Sí. Soy de San Sebastián, viví en Londres en los años 60 y en Kenia en los años 80. Lo que describo es real porque es lo que yo he vivido.

—¿Con qué se queda del Londres de los 60?

—Con la vida cultural de aquellos años. Era esplendorosa. Todo el que destacaba en alguna rama del arte pasaba por Londres. Era fantástico ir al teatro. Vi una obra en la que la famosísima actriz Edith Evans aparecía cinco minutos. Te quedabas con la boca abierta desde el principio porque grandísimos actores salían a escena cinco minutos. Tuve el orgullo de ver una actuación de Antonio Ruiz, el bailarín. Lo cuento en el libro. El teatro entero se puso de pie ovacionándole sin parar.

—¿Y de la Kenia de los 80?

—Hubo muchas cosas buenas. Es un país de una gran belleza. Quien tenga sensibilidad hacia el medio ambiente y la naturaleza tiene que ir. No es lo mismo ver a los animales en un parque acotado, por muy grande que sea, que verlos en su hábitat. Ver a las jirafas con ese paso tan elegante, avistar a los hipopótamos en los lagos… La naturaleza es espectacular. En Europa estamos mucho más constreñidos por el tamaño. Allí las inmensidades te dejan anonadada. Se siente una como lo que somos en realidad, muy pequeños. También he vivido allí momentos muy duros.

—Una escritora que ha vivido en Kenia. Es inevitable pensar en Karen Blixen.

—Me encanta Karen Blixen. He vivido en los sitios en los que ella vivió. La comprendo muy bien. Hay quien se entrega totalmente a África y no puede comprender su vida en otro lugar. Mis tres años y medio allí fueron terriblemente duros. Me los pasé cogiendo constantemente un avión para ir a enterrar a alguien, dejando a una niña de ocho años, cuando no podía viajar con ella, en un país que era peligroso. Fue duro, pero sigue siendo un país maravilloso. Entiendo que a Blixen le cautivara la luz, la grandeza de los paisajes, la inmensidad. Es lo primero que le impresiona al europeo, esa grandiosidad, ese horizonte abierto donde parece que respiras mejor.

—Todas sus protagonistas son mujeres fuertes. ¿En algún momento se le han pasado por la cabeza otros protagonistas?

—Son mujeres a las que no les asusta la vida, la vida les da fuerte a las tres [la diamantista, la Roldana y la protagonista de su nueva novela], pero no se dejan vencer. Siempre me han admirado las mujeres que no se dejan vencer. Es muy raro que la vida no te dé. ¿Cuántas personas pueden decir que su vida ha ido como la seda? Poquísimas. A los seres humanos la vida nos da en algún momento. Apreciar esa capacidad de subsistir, de ser una superviviente, de no creer que la vida te debe algo, me parece muy admirable y muy sano. Antes te hablaba de mi cuñada Yumana, que educó a estos dos niños que se quedaron huérfanos. Me admira. En aquel atentado mataron a su padre, a su marido y a su hermana. Yumana ha educado a esos niños sin que la vida les deba nada. ¡He conocido a tantas personas que porque han tenido un contratiempo piensan que la vida les tiene que compensar! Es una tontería. La vida hay que buscarla, ir a por ella. Estas mujeres dan ejemplo de no dejarse vencer.

—¿A qué mujer actual admira?

—Hay varias. A la mujer le ha sido muy difícil entrar en el campo de la ciencia. En España tenemos a Margarita Salas, espléndida. También me parecen interesantes mujeres de países como Irán, especialmente Shirin Ebadi, una abogada iraní ganadora del Nobel de la Paz hace unos años, que sigue luchando por la libertad de expresión. Admiro a esas mujeres que valoran tando la libertad que son capaces de atravesar los mayores peligros.

—¿Qué nos queda por conseguir?

—Aún quedan cosas, como a igual trabajo, igual sueldo. Y que la igualdad sea real en el hogar, que los maridos no crean que están cogiendo el cielo con las manos porque ayudan en casa. Hoy en día la mujer también trabaja fuera y llega a casa igual de cansada que el hombre.

—¿En el mundo de la literatura cómo están las mujeres?

—El otro día leí un artículo de María Dueñas que hablaba sobre la desigualdad de la mujer en la literatura. Yo creía que había muchas mujeres, quizás porque leo mucha literatura de mujeres. Me gusta, la disfruto y me parece muy interesante. También la de los hombres. La verdad es que he sido un ratón de biblioteca. He leído hasta la guía de teléfonos. Pero, según ese artículo, aún se publican dos veces más libros de hombres que de mujeres.

—Sin embargo, las estadísticas dicen que leemos más que ellos.

—Exactamente. Me gustaría leer una ´Madame Bovary´ escrita por una mujer para que me diga cómo se sentía, porque ´Madame Bovary´ la escribe Flaubert y nos dice lo que él piensa que una mujer siente.

—No me diga que darle una nueva voz a Madame Bovary es su próximo proyecto.

—[Ríe] No, no. Aunque, ¿por qué no? A mí me gusta que una mujer me cuente lo que piensa. La maternidad nos la ha descrito muchas veces un hombre. Yo vengo de la pintura y me encanta cómo pintoras como Mary Cassatt o Berthe Morisot pintan la maternidad. En los nacimientos de La Roldana, por ejemplo, hay algo especial en la expresión de la virgen, la mirada al niño, son figuras muy reales porque ella fue madre y perdió a tres de sus cuatro hijos. Sabe lo que es eso. Cuando hace una Dolorosa la sientes porque ella lo ha vivido.

—¿En el mundo de la pintura están igual que en en el de las letras?

—Hay muy buenas pintoras. Acabo de nombrar a dos maestras, pero también están Frida Kahlo o Leonora Carrington. Me encantan las surrealistas, Marie Blanchard o Maruja Mayo, por hablar de una nuestra. El mundo, para las mujeres, ha ido muy deprisa en los últimos cien años. Aún hay cosas por conseguir, pero se ha hecho un largo camino.

—Siempre dice que cuando pinta lo hace como cronista. ¿Pasar de pintar a escribir era solo cuestión de dar el paso?

—Fue exactamente así. Empecé a pintar haciendo escenas familiares, luego pasé a las fiestas populares españolas, que son magníficas, tienen años y años y se conservan con una tradición y una fuerza increíbles. Y, lo que es más extraordinario, las fiestas populares que hemos pasado a América se han mantenido como en el siglo XVI. Ahí comenzó la fase de cronista. Luego seguí con las series ´Hacedores de Europa´, ´Hacedores de América´ y ´Diario de Colón´. Pintaba lo que quería contar de una época. De ahí a la literatura solo había que dar un paso.

—¿Cuando escribe ejerce de retratista con sus personajes?

—Me lo han dicho muchas veces, pero yo no me doy cuenta porque a veces escribo un poco enajenada. Te coge el personaje y es una especie de locura. Me han dicho que se ve que soy pintora en la forma de describir las cosas, los tejidos, los colores, la flora… Me interesa muchísimo la botánica, es algo recurrente en mis libros y mi pintura.

—Llegó a regalarle un cuadro al Papa Juan Pablo II. ¿Le ha seguido la pista a ese cuadro?

—En realidad hay dos cuadros míos en el Vaticano. Uno es el que le regalé al Papa inspirado en unas palabras suyas: «Gracias a la labor evangelizadora de España los dos tercios de la iglesia hablan y rezan a Dios en español». Es verdad. Vas a América y te entiendes, es como si estuvieras en tu casa. Las universidades creadas allí por los españoles, la primera en 1538, son algo muy moderno. Han producido veinte premios Nobel, y la primera mujer que tiene un premio Nobel es en español: Gabriela Mistral.

—¿Pero los cuadros siguen en el Vaticano?

—Sí, uno es ese, pero luego, cuando vivíamos en Roma, el Vaticano me encargó otro en 1999. Se llamaba ´Jesucristo Evangelizador´. Hice uno de los míos, con 300 personajes: los franciscanos en Australia haciendo la primera misa en 1500 con los indios. El monseñor que me lo encargó se quedó pasmado cuando lo vio. Pensé ´Dios mío no le ha gustado nada´. Tenía que entregárselo al Papa para la Comisión de América Latina, que es como un ministerio. Se lo llevamos pensando que no le iba a gustar nada. Pero el Papa lo miró un rato y me dijo que le gustaba muchísimo. Me tomó la frente y me dijo: «La bendigo a usted y a su pintura. Que sea muy prolífica». Respiré. El cuadro aún está ahí.

—Que fuera muy prolífica. ¿No la ha apartado de la pintura el éxito de sus libros?

—El éxito se hace todos los días. No confío para nada en él. Creo en esa frase clásica que dice que el éxito y el fracaso son mentirosos, embaucadores, traidores que nos engañan. Creo en no hacer mucho caso a lo que la gente considera éxito o fracaso. Creo en trabajar todos los días y en hacerlo lo mejor que sepas. ¡El éxito es tan difícil! Un día sale una cosa bien y otro no. Sigo pintando. Estoy haciendo muchas acuarelas sobre diferentes especies de rosas y peonías. Trabajo como si me fuera a morir mañana, como si estuviera condenada a galeras, pero me gusta. Soy muy afortunada, trabajo en algo que me gusta mucho. Cuando te dedicas a algo muy vocacional se te pasa el tiempo. Hay rabietas y disgustos, pero se pasan.

—Alguien que ha vivido en todo el mundo, ¿qué encuentra en Ibiza para volver cada año?

—Estoy aquí desde el año 70, la primera vez que vine. Para mí fue un descubrimiento, el descubrimiento de una verdad. Hay momentos que marcan tu vida. Recuerdo, por ejemplo, cuando mi padre me llevó por primera vez al Prado. Era una niña, vi El Bosco y descubrí la pintura. Hay que llevar a los niños a ver al Bosco, porque un niño entiende esas bolas flotando con alguien dentro y un pez con cola de mariposa. La primera vez que vi al Bosco fue una fascinación. Pues lo mismo me pasó con Ibiza. Fue el descubrimiento de algo sensacional, de una belleza única.

—¿La isla ha cambiado?

—Ha cambiado mucho, a mejor en unas cosas y a peor en otras. Aquel mundo idílico en el que te parabas en la puerta de cualquier casa payesa y te invitaban a limonada aunque no te conocían de nada es muy difícil que exista porque el mundo ya es distinto. Pero la belleza de Ibiza sigue existiendo. Luego está la energía. Gran parte de mis tres libros los he escrito aquí. Cuando llego es como si me inundara un caudal de energía, pero una energía muy plácida. Hace poco fui a comer a Santa Agnès, al bar de las tortillas, y allí te quedas anonadada de la belleza. El valle iluminado por el sol, el calorcito, la gente comiendo en la terraza… Es como si fuera el principio de la creación, como un mundo incontaminado, aunque sabemos que no es así porque eso ya no existe.

—¿Ha aprovechado estos días en Ibiza para empezar a escribir la cuarta novela?

—La cuarta novela ya está ahí, pero tengo que decantarme porque hay dos ideas distintas que están dando vueltas.

—Su sobrino Gustavo acaba de ser nombrado embajador en la India. ¿Ambientará allí alguna novela?

—Me entusiasma la India. El color, la filosofía, la pintura, la música, la poesía, el sentido de la vida…Es un país fascinante. Me gustaría conocerlo bien. Ya le he amenazado con ir y él me ha dicho que se deja amenazar.