Cumplir años no ha restado ni lucidez ni salud ni apetito a Catalina Torres, que come pan con alioli mientras espera a todos los familiares con los que celebrará su 105 aniversario.

Hasta 34 comensales se reunieron ayer en Can Caus (y no estaban todos los miembros de su numerosa familia). Desde que Catalina cumplió su primer siglo todos procuran no faltar a la cita anual del 26 de diciembre, tres días después del cumpleaños de la matriarca, cuando festejan con una comilona su longevidad y buen humor. Ayer hubo un nuevo invitado, el primer tataranieto de Catalina, Sergi, de poco más de dos meses. Sergi es hijo de Carol (27), una de las bisnietas de la anciana que cuenta por decenas sus descendientes, ya que tuvo ocho hijos.

Está «muy contenta» con el nacimiento del pequeño y orgullosa de haberlo podido coger en brazos por primera vez hace unas semanas. «Me lo trajeron muy pequeño y me fui a buscar un delantal que no estuviese sucio para ponérmelo encima. Estaba así [y gesticula para indicar que tenía los ojos muy abiertos]. Solo le faltaba hablar», relata la parlanchina centenaria. «Podría tener muchos más tataranietos, pero somos una familia que tiene pocos hijos y los tiene tarde. Ninguno de nosotros hemos tenido niños con 20 años», explica la madre del bebé.

Catalina presume de su familia, asegura que aunque eran muchos, sus hijos comían de forma natural y no pasaban hambre. Que todavía haya en el mundo gente que muere de hambre es algo que le indigna, por eso a veces se encierra para no escuchar lo que cuentan los informativos sobre los países subdesarrollados. «A esta gente les debían prohibir estar juntos, para que no pudieran tener hijos. Las madres, si no comen, no pueden criarlos. A mis hijos los crié amamantándolos hasta que cumplían un año, su padre no quería ver que les diese ni un bocado de pan», argumenta.

Sergi no es el único invitado especial a la fiesta de la centenaria. Este año también ha podido reunirse con ella María Ángeles Corts, su hija adoptiva, que vive en Perú y que el año pasado no pudo festejar con Catalina su aniversario. Tiene 76 años y vive en América del Sur desde hace 15. Está jubilada, pero sigue ofreciendo sus servicios como fisioterapeuta en una ONG que trabaja en un hospital para campesinos. Cuando se le pregunta qué tal ha encontrado a su madre señala: «¡Extraordinaria! De cara, cada año está mejor y más joven. Aunque caminar le cuesta más».

Cati, que lleva el mismo nombre que su abuela, destaca la claridad mental de la centenaria de Santa Gertrudis, la más anciana de las mujeres de la isla en este momento: «Nos conoce a todos. Sabe lo que estudia cada nieto y bisnieto, para eso tiene mejor cabeza que yo».

Consejos certeros

Tampoco ha querido perderse la celebración Víctor Bonet, uno de sus nietos, de 31 años. Hace cuatro años que este ingeniero aeronáutico vive en Alemania, donde trabaja para Airbus, pero siempre vuelve a la isla por Navidad y brinda por Catalina. «Está maravillosa. Cada vez que nos juntamos da consejos que son ciertos, útiles y que hay que tener en cuenta. El año pasado me dijo que cuidase bien de mi novia, que si no me la iban a quitar», indica Víctor, que se toma muy en serio las sentencias de su abuela. «Me conformaría con estar a los 80 como está ella ahora. Y con ese buen humor, ya me gustaría», concluye el ingeniero.

Catalina, que ha pasado un año tranquilo y sin problemas de salud, no sale mucho, pero está en contacto con el mundo gracias a un pequeño transistor. La crisis, el cambio de Gobierno y el incendio que arrasó Sant Joan son para ella realidades lejanas que no influyen en su balance de 2011. Lo que le preocupa ahora es que Toni, el mayor de sus hijos, no ha trabajado mucho en casa y «está todo lleno de hierbas».