Sapos y culebras, rayos y centellas debieron salir por boca de la restauradora Irene Casado Sánchez cuando al comenzar a limpiar la custodia procesional de la catedral de Ibiza con un bisturí, un lápiz de fibra de vidrio de dos milímetros de diámetro y un cepillo interdental (sí, aunque parezca increíble) observó no solo los desperfectos que contenía sino también las chapucillas que arrastraba desde que en 1944 fue restaurada por los madrileños Talleres de Arte Granda. El Instituto de Patrimonio Cultural de España, dependiente del Ministerio de Cultura, le dio un repaso desde el mes de mayo hasta el pasado 14 de septiembre, y la devolvió hace una semana, el 29 de noviembre, a Ibiza vía marítima escoltada por el canónigo Francesc Xavier Torres Peters y un seglar.

«Nos ha sorprendido la maldad de la restauración que se hizo a la custodia en 1944», afirmó ayer Torres Peters durante la presentación oficial del regreso al Museo Diocesano de esa valiosa pieza turriforme medieval (una de las tres que se conservan en España) de 38 centímetros de base por 82 de altura. No son pocas las ´maldades´ que Casado (en el informe elaborado por los técnicos que han recuperado la joya se habla de una intervención «muy dañina») se ha encargado de maquillar bajo la supervisión de la especialista en restauración de orfebrería Paz Navarro. Por ejemplo, los Talleres de Arte Granda devolvieron en 1944 el color dorado a esta pieza de plata –atribuida al mallorquín Francesc Martí– mediante electrolisis, procedimiento que causó pequeñas catástrofes (algunas de carácter «irreversible») en la torreta, como costras verdes de carbonatación.

Pero además, aquellos restauradores añadieron elementos nuevos, como los frontales de las torrecillas, tejados, cresterías que rematan cada uno de los esmaltes del primer cuerpo (tiene dos), parteluces, cruces que rematan contrafuertes y arbotantes, e incluso le metieron clavos-tornillos o sustituyeron los clavos existentes por tornillos de flor. Casi irreconocible, en el 44 incluso se incorporaron a la custodia procesional elementos «ajenos», como pestañas internas para la sujeción del esmalte y una base de madera de nogal decorada con figuras vegetales. Manchas de óxido de cobre, burbujas de las zonas soldadas, sulfuraciones en las partes de pérdida de esmalte. La lista de ´maldades´ cometidas hace 67 años y maquilladas ahora es larga.

Y lo más gordo: recortaron su estilizado chapitel debido a que el existente no soportaba el peso de otra custodia de mano que se acoplaba en las procesiones. Recortar el extremo del chapitel y efectuar la nueva soldadura del remate supuso, además, la pérdida del dorado original, por lo que quedó el color del cobre que fue empleado en la intervención, según se indica en la densa documentación aportada por el Instituto del Patrimonio Cultural, que Torres quiere aprovechar para que se edite un libro sobre la historia de la custodia, de la que el canónigo es un experto.

La restauradora también ha observado que la pieza tenía «desperfectos mecánicos», como roturas, deformaciones, abolladuras, arañazos y perforaciones. Francesc Xavier Torres Peters cree que en el siglo XVIII se debió caer, aunque es lógico que una pieza con seis siglos de existencia haya padecido algún que otro percance. El más próximo, el de la Guerra Civil. Cuenta al respecto Torres que, al desembarcar los milicianos republicanos en agosto de 1936, el canónigo se la entregó a un ebanista de la calle Major para que la protegiera. Este la metió en una cisterna («no se sabe si dentro del agua», advierte), pero un posible chivatazo por parte de una criada permitió que los republicanos dieran con ella. Acabó, no obstante, en una caja fuerte de la familia Matutes, por lo que se libró del expolio, aunque con achaques. Otras piezas de plata de la diócesis no corrieron tanta suerte y desaparecieron para siempre jamás.

Rayos X y cepillos interdentales

Durante el proceso de restauración llevado a cabo los últimos seis meses no se llegó a desmontar totalmente porque la eliminación de los elementos de sujeción hubiera supuesto «un riesgo para la integridad de la pieza». Solo se desarmó la base de madera, la plancha sobre la que se apoya, siete de las ocho torrecillas y dos contrafuertes, para así limpiar la custodia con un tratamiento físico-químico manual superficial en el que además de sofisticadas herramientas y rayos X se utilizaron mundanos cepillos dentales para que quedara lustrosa y lista para ser exhibida de nuevo en una vitrina del Museo Diocesano.

Al escudriñar en su interior, la restauradora descubrió secretos ignotos hasta ahora, como la manera en que fue elaborada en el taller mallorquín, posiblemente en 1400, y una serie de inscripciones: números romanos para saber dónde colocar cada pieza al montarla, notas de los autores de su construcción y dos marcas del gremio de plateros de Mallorca (MAI/ORC), algo que, según Torres, «hace pensar en dos fases de la creación de la custodia». Eso es solo una posibilidad. Lo que sí se sabe, y eso sí que es hilar fino, es que esas marcas se grabaron con el mismo punzón usado en la elaboración de la cruz de Porreres (Mallorca), del mismo año.