—Qué caso le gustaría investigar en estos momentos?

—Los dos que están más de actualidad. Me hubiera gustado estar desde el primer momento en el caso de Marta del Castillo y en el de los niños desaparecidos de Córdoba. En este último no hay que descartar lo que ocurrió en el del crimen de El Arropiero, una posibilidad entre un millón, porque ocurren: que se diera la casualidad de que, posiblemente, un monstruo con ánimos de llevarse a un niño, se hallaba justo allí ese día. Es una línea de investigación que no se puede abandonar.

—¿Cómo les desveló El Arropiero que había matado a Margaret Helene Boudrie?

—El Arropiero no confesaba por las buenas. Con él se usó una técnica para los asesinos en serie. Consiste en ganarte su confianza, crear un cordón umbilical entre ambos y charlar como quien habla de fútbol. Son entrevistas semi estructuradas que se van inclinando hacia el lado que interesa al investigador, en este caso que contara sus fechorías. Él sabía la clase de monstruo que era. Tenía un contacto muy directo con nosotros. Yo era su amigo, el que no le había martirizado. A mí me envolvía las cosas que había hecho en papel de celofán y con un lacito rosa para que parecieran otra cosa.

—¿Y en esas les desveló que había ido a Ibiza?

—Lo que nunca llegamos a averiguar con certeza es quién le había llevado a la isla. Porque él solo no se hubiera ido, y menos a una isla. Seguro que le llevó alguien, varón o hembra, porque el hombre hacía a las dos bandas, y por la razón que fuera se peleó con esa persona y se encontró solo o le dio una paliza y le dejó. Se puso a pulular por la isla. Tenía hambre, necesitaba comer y requería unas perras para poder marcharse de allí. Y con esas intenciones cayó en Can Planas. Ve salir a un hombre de una casa, ve una luz que queda encendida, se acerca a la ventana y se encuentra a una chica jovencísima, desnuda encima de la cama. Y él dijo, esta es la mía.

—¿Es cierto que abusó de ella cuando estaba muerta?

—Primero la sofoca, pero no para matarla. Ella se despierta cuando él se monta encima, y lucha, aunque suponemos que estaba bajo los efectos de alguna droga. Él cogió la almohada y se la colocó encima, la ahoga y muere. Una vez muerta, no chilla, no pelea, y se dedica a lo suyo. El Arropiero tenía una novia, que era deficiente mental y estaba acostumbrada a perderse cinco días con los camioneros y volver con unas perras y un vestidito nuevo, de 27 años. Tras matarla, iba todas las noches a penetrarla. Y a ese cadáver nos llevó él de la manita.

—Al parecer no eyaculaba.

—Eso no lo supimos nosotros hasta dos años después. Un día, charlando, consideró que ya era oportuno contármelo.

—Vinieron a Ibiza para reconstruir el crimen ¿Cómo fueron aquellos días?

—Le orientamos desde cerca del lugar de los hechos. Fue peinando los alrededores y no tuvo ningún problema para reconocer la casa, a pesar de que estaba un poco cambiada. Fue a la habitación y al mirar el colchón dijo que no era el mismo. El nuevo inquilino se acercó a mí y me dijo que sí era el mismo, pero que habían quitado la funda, que aún la conservaba. Lo sacamos de la habitación y colocaron la funda. Al volver a entrar lo reconoció. Incluso nos mostró unas manchas que recordaba, que difícilmente hubiéramos sabido si eran de sangre porque no teníamos luminol.

—¿Lo contó sin alterarse?

—Lo peor es que se fue transformando. Empezó a fruncir el ceño, a poner cara de malas ideas, horrorosa, hasta el extremo de que la gente empezó a buscarse un agujerito donde meterse por si ocurría algo. Lo sacamos fuera, le dejamos que jugara un rato con un perro que había por ahí. Volvió a entrar y sufrió otra transformación, pero ya lo contó todo detalladamente. Señaló dónde estaba el cubo con el que la lavó y cómo lo hizo. Y sobre todo por qué hizo algo que nos escamaba mucho: el cadáver apareció con una serie de heridas incisas, pero ninguna mortal. No queríamos preguntarle directamente porque era un detalle peculiar. Al final, allí mismo, nos dijo que tenía una pequeña navajita y que la había dado unos pinchazos. Y fue cuando yo mismo le pregunté por qué lo había hecho. Me respondió que para hacer creer a la Policía que la habían matado a puñaladas.

—¿Y por qué lavó el cadáver?

—Nos dijo que para eliminar las huellas de sus manos. Es decir, un individuo que en el psiquiátrico le diagnostican como deficiente mental, rayando la oligofrenia, diagnóstico con el que no estaba de acuerdo, presentaba unas coartadas que no se le ocurrían a nadie que fuera tonto. Eso sí, era un analfabeto total al que se sumaba un problema de dislexia que le hacía tartamudear, lo que empujaba a la gente a llamarlo tonto.

—Y eso le cabreaba.

—Él decía: ´La gente abusa de mí´.

—¿Cómo pudo huir de la isla?

—Se debió buscar a alguien que le llevó de vuelta a Barcelona. A la isla parece que no llegó desde Barcelona, sino desde Valencia o Dénia. Pero a este hombre no le funcionaban sus coordenadas de espacio y tiempo. En realidad nunca supo dónde estuvo, ni su nombre ni lo que hizo, salvo raras excepciones. Lo de Ibiza no lo contó en el primer momento, sino con los crímenes confesados muy avanzados. Debía llevar casi 30 crímenes confesados, cerca de los 44 que nos explicó. Y nos lo contó porque se vanagloriaba de que era una chavala fenomenal, que la tía de Ibiza a la que mató estaba muy bien.

—Se descubrió que El Arropiero tenía trisomía sexual (XYY).

—En aquel momento estaba de moda tras haber sido descubierta en Estados Unidos. Albert Desalvo, el estrangulador de Boston, lo tenía. Y todo el mundo consideró que era el signo del supermacho. En España fue la primera vez que se descubría y no hizo más que entorpecer lo que se podría haber hecho con El Arropiero.

—El Arropiero era un psicópata. ¿Hay muchos sueltos?

—Los psicópatas no son todos asesinos. Donde de verdad hay muchos psicópatas es en el mundo empresarial.

—¿Le afectó este caso?

—Hay noches que me despierto pensando que está a mi lado. Durante la investigación lo llevábamos sin ataduras ni esposas de ningún tipo. Si hoy en día me tocara alguna cosa parecida, lo haría de forma distinta. No se me ocurriría más en mi vida llevar a un asesino de esa categoría suelto por todos los sitios. En cuanto lo metíamos en un calabozo, se enfadaba y estaba cuatro días sin hablarnos.

—¿Y en Ibiza estuvo suelto?

—En la isla anduvo suelto, sin esposas. Y al avión entró sin esposas.