Melba Levick (Sacramento, Estados Unidos, 1944) llegó a Formentera en plena efervescencia del movimiento hippy, en 1968. Desde ese año mantiene una estrecha relación con la isla, en la que reside durante largas temporadas; el resto del tiempo vive entre París y California. Su despegue profesional se produce con su primer libro de fotografías ´Formentera´, con texto de Sijpko Wijk, editado en 1982. Le seguirá la serie sobre Balears con Ibiza (1983), Mallorca (1984) y Menorca (1985). Después, más de cuarenta libros de fotografías de paisajes, arquitectura, interiorismo, viajes y naturaleza la consagran como una de las mejores fotógrafas en su género.

El trabajo de Melba Levick se caracteriza por su pulcritud, por la precisión de los encuadres y el tratamiento de la luz. La mayoría de su obra es en color y sus trabajos de madurez tienen tras de sí una cuidadosa puesta en escena en la que no improvisa ningún detalle. Todo está milimétricamente estudiado y calibrado.

En esta exposición, que se puede ver hasta el 22 de julio en la sala municipal de Sant Francesc, Melba Levick muestra su obra de juventud. Cuando llega a Formentera, a sus 24 años, se queda boquiabierta con la fuerza que desprende la isla, cuyo magnetismo intenta captar en esta serie de fotos, en blanco y negro, con un poderoso contraste que le otorgan ese aire de dramatismo que se apodera de los paisajes y de los personajes que retrata.

Habría que imaginar a Levick llegar a la isla, dispuesta a descubrir un universo desconocido y que se presentaba ante sus ojos como un atractivo misterio. Con todo su potencial artístico por desarrollar, se encuentra en un escenario único donde la luz está tan presente que casi ciega. Quizá ese sea el deseo escondido de esta colección donde el negro, toda la gama de grises y los blancos se realzan con la rotundidad y atrevimiento de los encuadres. Sus ganas de aprender también son evidentes ya que muchas de estas imágenes son auténticos experimentos visuales cuyo resultado aparece lleno de fuerza, erotismo y pasión.

La fotógrafa explica que Formentera la atrapó: «Cuando llegué aquí me quedé magnetizada», asegura, lo que le movió a realizar toda una serie de fotografías que ahora muestra por primera vez.

Ahora, con la perspectiva que le da el tiempo afirma: «Lo que más ha cambiado desde que llegué en 1968 es la circulación, el tráfico y el estilo de vida de la gente. En cambio pienso que el espíritu se ha mantenido y que los lugares vírgenes, esos rincones escondidos en lo que suelo pasear siguen igual que siempre».

El truco de su trabajo es justamente captar la atención con una mirada sencilla, pero muy bien definida técnicamente, que permite al espectador viajar en el tiempo para incrustarse, por unos segundos, en la Formentera de finales de los años sesenta y de las décadas de los setenta y ochenta.