Los centenares de vecinos de Sant Joan que el miércoles y el jueves fueron evacuados de sus casas pudieron ayer regresar en muchos casos. Algunos podrán dormir de nuevo en sus domicilios, otros solo pudieron visitarlos, comprobar su estado y recoger algunos enseres. Esas primeras visitas se hicieron en compañía de voluntarios de Protección Civil y agentes de la Policía Local encargados de evaluar qué casas podían volver a ser habitadas y cuáles no. Algunas no se consideraron suficientemente seguras porque en las proximidades había todavía rescoldos humeantes y se temían rebrotes, otras habían sido directamente afectadas por el fuego y había dudas sobre la estabilidad de la estructura.

Simultáneamente a los vecinos, los equipos de extinción permitieron la entrada a los medios de comunicación a algunas de las zonas cuyo acceso ha estado cortado durante días. En la carretera que une Sant Joan y Sa Cala se observaban ayer amplias áreas devastadas, en las que, sin embargo, las casas dispersas se habían salvado del fuego. «Se situaron medios aéreos sobre ellas para mojarlas y así pudieron salvarse», explicó Pablo Garriz, técnico de la empresa Gestió de Emergències Illes Balears. «Se han quemado muchos pinos de 40 o 50 años, y también los pimpollos (los de menos de 25 años) que eran los que garantizaban la regeneración», señaló el técnico, quien también apuntó que el área más devastada era la de sotavento, la de la costa.

No obstante, en el interior del perímetro del incendio hay extensas zonas verdes que han sobrevivido a las llamas. Peor suerte han corrido los terrenos más cercanos a la localidad de Sant Joan, aquellos en los que residen quienes fueron desalojados el jueves por la noche. A menos de dos kilómetros del pueblo, el número 28 de la Vénda de Ca´s Ripoll presenta muy mal aspecto. La embarcación a motor que la dueña tenía estacionada a la entrada se ha quedado en el chasis. El fuego se ha comido las puertas y las ventanas de la vivienda y también ha afectado a una construcción anexa donde esta vecina impartía clases de yoga. Por suerte las llamas no llegaron al interior, ni tampoco hicieron estallar el depósito exterior en el que se guardaban varias botellas de gas butano. Ángel, un policía local de Sant Antoni que colabora con los equipos de emergencias, fue el encargado de acompañar a esta mujer hasta su casa y fue también quien decidió, dado el aspecto de la misma, que no podía pernoctar allí hasta que los técnicos no hubieran evaluado el estado de la estructura.

Cortafuegos doméstico

Junto a la casa había un pequeño estanque del que ahora sobresalen juncos negros y que adorna la figura de un flamenco semicarbonizada. «El yoga tiene que ser muy bueno, porque la señora es muy positiva y ya hablaba de que aquí iba a plantar no sé qué», comentaba el policía ante un panorama que llamaba al llanto.

Algo más abajo, junto al cementerio de Sant Joan en el que se había instalado inicialmente el Puesto de Mando Avanzado, están los terrenos y la casa de Miguel Ferrer, de 41 años, al que ayer permitieron volver a su propiedad. Can Sastre no es su vivienda principal, pero es la que heredó de sus padres y la que ha estado «defendiendo» del fuego junto a sus hijos, a escondidas de la Guardia Civil y de quienes les desalojaron el jueves, cuando las llamas estuvieron tan próximas que el Puesto de Mando tuvo que ser trasladado a Can Coroner.

Miguel y sus tres hijos, de 19, 15 y 12 años, han hecho un cortafuegos por si el viento cambia de nuevo y el incendio vuelve a acechar Can Sastre, que no ha sufrido ningún daño.

Ferrer está nervioso e indignado. «Cuando he llegado esta mañana aquí había dos focos que habían vuelto a prender, pero no había nadie de guardia para apagarlos. Hemos tenido que hacerlo mi hijo y yo. Más tarde han llegado los de Protección Civil y nos han ayudado, pero a las tres de la tarde se han reavivado [los focos] y han empezado a arder otra vez», explica. Mientras uno de sus hijos moja los matojos con una manguera, Miguel confiesa que el jueves, después de que le hicieran evacuar su casa, volvió a escondidas. «Nos desalojaron a los cinco, pero nos sacaban por un sitio y volvíamos a entrar por otro. Cada uno defiende lo suyo. Esta es mi guerra contra el fuego», argumenta.«Vine con diez amigos que me acompañaron voluntariamente, porque no hubiera tenido dinero para pagar a tanta gente. Yo les decía cómo tenían que subir para que no les vieran, por debajo del puente y luego campo a través. Cuando llegábamos a la casa estábamos ya cansados, pero estuvimos refrescando con mangueras escondidos», señala convencido de que no le han ayudado lo suficiente. Viste una camiseta blanca llena de manchurrones de ceniza. «Fíjate en los bomberos y en los de la UME [Unidad Militar de Emergencias], ellos van relucientes», critica.

«Tengo unos corrales quí y he sacado de ellos el tractor y las bombonas de butano que tenía de reserva», explica mientras señala hacia la casa, rodeada de naranjos en la parte frontal y de pinos en la trasera. Para proteger su casa, Miguel la mojaba con agua mezclada con jabón: «Es un retardante, así que echamos Mistol en la motobomba». En su particular batalla ha empleado otras estrategias: «Hemos hecho un cortafuegos a 100 metros de la casa quitando pinos y maleza, porque nadie viene a hacerlos. No está bien visto hacer cortafuegos, nadie saca hachas. Así que estamos aquí en contra de las órdenes y hacemos lo que podemos. Aquí sobran pinos. ¿Por qué tengo que pedir permiso para cortar un pino? ¿Por qué me tienen que decir lo que tengo que hacer en mi casa?».