Nació en Arequipa, Perú, en 1964, es decir, en la misma ciudad que Mario Vargas Llosa, al que admira y de cuya obra es uno de los mayores especialistas. Pero Jorge Eduardo Benavides es también un celebrado novelista, con títulos significativos como ´El año que rompí contigo´ (2002), ´La noche de Morgana´ (2005), ´Un millón de soles´ (2008) y ´La paz de los vencidos´ (2009), todas ellas publicadas por la editorial Alfaguara. Dejó su país en 1991, huyendo del desmoronamiento social y económico de Perú, y se instaló en Tenerife. Actualmente vive en Madrid. El pasado jueves disertó en el Port Mediterrani del Llibre sobre la obra de Vargas Llosa.

—Mario Vargas Llosa, en resumen.

—Pues, no solo es un gran escritor sino también un estupendo intelectual. Se ha ganado el respeto y la polémica de sus pares. Para los escritores hispanoamericanos es la persona que nos ha enseñado que la literatura es un oficio, una disciplina, un trabajo, y que tiene muy poco de bohemio. Y para quienes estamos preocupados por lo que ocurre en la sociedad, es también un buen indicador de que se puede pensar distinto a lo que habitualmente nos tienen acostumbrados. Creo que Vargas Llosa, claro, puede haberse equivocado en muchas cosas, pero lo que no se le puede achacar es ningún ventajismo, el ponerse del lado de tal político o de otro, como sí le ha ocurrido a García Márquez, que no tiene ningún escrúpulo en decir que es amigo de Fidel Castro, lo cual a estas alturas de la vida es una vergüenza.

—¿Cómo ha sido recibida en Perú y en Hispanoamérica en general la concesión del Premio Nobel?

—En general se recibió muy bien. Aunque no hay que olvidar que Vargas Llosa también es español, ha crecido intelectualmente aquí, hizo su tesis en la Complutense. En fin, se trata de un reconocimiento a un escritor en castellano de dimensión universal. Era un Nobel largamente merecido y esperado. No ha sido una sorpresa. La sorpresa hubiera sido que no se lo hubieran dado. En Hispanoamérica, salvo casos aislados, la verdad es que incluso sus detractores ideológicos han reconocido que se lo merecía, ya que se trata de un premio literario.

—Política y literatura siempre han estado vinculadas en Hispanoamérica y parece que es una tradición que no se acaba.

—Hablamos de sociedades pobres y desarticuladas, con un núcleo de intelectuales muy pequeño, que por lo tanto no han podido dedicarse solo a su labor artística, sino que, teniendo la tribuna que proporciona al escritor el hecho de hablar en público y transmitir sus ideas, surge inevitablemente la responsabilidad de participar en la sociedad, cosa que no creo que ocurra en Suiza o incluso en Estados Unidos, donde los escritores apenas participan en el debate político, al menos con la intensidad de Hispanoamérica.

—Pero parece que a Vargas Llosa le acompaña la polémica sobre todo porque a partir de un determinado momento decidió defender el liberalismo.

—Sí, es un asunto que comentamos muchos escritores de mi generación, que estamos más desvinculados de una idea monolítica de la izquierda. Vargas Llosa es un liberal, que no es lo mismo que ser conservador. Un liberal nunca puede ser un conservador. Es una acusación absurda. Ningún conservador admitiría el matrimonio homosexual, la legalización de las drogas, ni hablaría tan tajantemente de la marcada diferencia que debe haber entre estado y religión, etcétera. En realidad, Vargas Llosa sigue siendo un izquierdista de la vieja guardia menos monolítica e intransigente. La sociedad está viendo que las ideologías tan marcadamente posicionadas nunca han traído nada bueno. Y Vargas Llosa, como Jorge Edwards o en su momento Guillermo Cabrera Infante han dado pasos importantes en este sentido.

—De aquel boom literario de la generación de Vargas Llosa, ¿qué queda en la literatura actual de Hispanoamérica?

—En realidad, los escritores hispanoamericanos nos sentimos cansados del boom, porque siempre se nos identifica con él, para bien o para mal. Algunos, hartos de esto, han decidido decir que no tienen nada que ver con aquello, ninguna vinculación. Por otra parte, ya no solo hay hijos del ´boom´, sino nietos que están publicando ya... Es hora de ver este fenómeno un poco desapasionadamente, como algo que ocurrió en un momento determinado y del que cada vez es más difícil encontrar vinculaciones directas. Desde luego, los escritores del boom fueron los que dieron a conocer una literatura hispanoamericana distinta.

—Pero la política sigue estando muy presente en los argumentos actuales. Por ejemplo, en los argumentos de sus propias novelas.

—En mis primeras novelas, sí. Tengo mucho interés por la política y mis novelas han querido reflejar lo que pasaba en unos años convulsos en mi país. Me refiero a los primeros años 90, cuando el primer gobierno de Alan García pulverizó la economía y la sociedad peruana, con un retorno, además, del terrorismo. Muchísima gente tuvo que marcharse de Perú. Yo mismo me vine a España en el 91.

—¿No le tienta hacerse político, como hizo Vargas Llosa?

—No. Aunque soy licenciado en Ciencias Políticas, no me interesa. De hecho tengo una opinión cada vez más deplorable de los políticos, tanto de España como de Perú, como de otros lugares del mundo. Yo llegué a España, como ya he dicho, en 1991 y vi con muchísimo entusiasmo el cambio que dio esta sociedad y ahora veo con preocupación los retos a los que nos enfrentamos todos, desde la inmigración, de la que yo formo parte, hasta los problemas sociales y económicos, verdaderos desafíos para la sociedad, no solo para los políticos. Basta ver lo que está ocurriendo allí al lado, parece que los ciudadanos podemos tomar las riendas hartos de los políticos.

—En su última novela, ´La paz de los vencidos´, se ocupa precisamente de su experiencia en España.

—Es una novela que ha publicado Alfaguara allá, porque ha ganado un premio en Perú, pero todavía no en España. Habla de la perplejidad y la soledad de un inmigrante, con mucho componente personal, pero también ficcional. Trata sobre lo que era aquella primera migración, cuando los que emigrábamos éramos aún muy pocos, recién empezaba el fenómeno y no era lo que es ahora, es decir, un gran desafío para la sociedad. Y cuento cómo se sentía alguien, como diría Pessoa, con «la extrañeza de un cielo que no es el tuyo», cómo te adaptas a un mundo en el que incluso estás mejor, pero que te exige una difícil adaptación igualmente. Entonces no había móviles ni Internet, las llamadas eran carísimas y se hablaba muy poco de tu país por la prensa, salvo que hubiera alguna catástrofe. Era otro mundo. El exilio sin Internet era completamente distinto al de ahora. Hoy hasta puedes ver la televisión de tu país en casa.