Para preparar 2.800 raciones de tortilla se necesitan seis pares de manos expertas, además de voluntarios no cualificados en labores menos comprometidas, 60 litros de huevina, 180 kilogramos de patatas, 30 kilos de cebollas y tres cajas de pimientos. Al menos esa es la receta de la Asociación de Vecinos de sa Capelleta, que aporta a Vila el sabroso plato imprescindible en cualquier Dijous Llarder que se precie. Su vicepresidenta, Lina Marí, decía que «por primera vez este año», contaron con la ayuda de seis cocineros, el doble que en anteriores ocasiones, además de voluntarios y la directiva de la asociación. Estaban preparados para echar el resto pero no hizo falta: la lluvia les quitó ayer bastante trabajo.

A la hora a la que estaba previsto empezar a repartir la sabrosa tortilla (en variantes con y sin pimientos; con y sin cebolla), una cortina de agua ahuyentaba a los posibles comensales de la hilera de mesas dispuesta frente a la pequeña carpa de la entidad. En una rápida reacción, las mesas se llevaron a la carpa reservada inicialmente a la fiesta de mariol·los del Ayuntamiento y una furgoneta municipal se cargó hasta los topes de tortilla para evitar que ni una se mojara en el pequeño recorrido.

Allí, a un ritmo más lento de lo habitual, fueron llegando los disfrazados, como la divertida comparsa compuesta por siete civiles uniformados como los empleados de la ORA, que entraron en la carpa, coordinados por walkietalkie, para marcharse enseguida cargados de raciones de tortilla a todo carrillo. Menos numerosos, algunos ciudadanos caracterizados de policías locales hicieron acopio de raciones, aunque estos entraron por parejas.

Entre los disfrazados propiamente hubo quienes rebuscaron en el arcón de la abuela, como manda la tradición y como hicieron las ´yayas modernas´, trío integrado por Laura García, Laura Ruiz y Belinda Ortiz, que despojaron a la yaya de Ortiz de sus prendas «más horteras». Incluso se prepararon una coreografía para la competición de mariol·los, con movimiento de pecho, caderas y posterior serie de brincos adelante y atrás.

Entre los no concursantes había un regalo, en sentido literal, y es que Carla Marí, de cuatro años, le dijo a su mamá, Elena Costa, que se quería disfrazar «de caja» y de esa guisa acudió a la carpa. La madre añadió al concepto un par de lazos y un forrado plateado. Ella, a su vez, arrambló con todas las bolsas de plástico de casa.

Núria Alba Boned, de ocho años, y su hermana Paula, de seis, iban disfrazadas de indias «de la tribu de los cadetes» la mayor y de «las niñas guapas» la menor. Ayudaron algo, aunque el peso de la confección en tela de saco de sus dos disfraces y el de sus dos muñecas preferidas lo asumió su madre.

Elena Tur, disfrazada de abeja Maya, recuperó un horripilante jersey a franjas negras y amarillas para caracterizarse «a última hora», porque tenía pensado acudir a la fiesta de pantera rosa, ya que otros años también se disfrazó de felina (tigre, pantera, etc.)

Pero los escasos mariol·los no pudieron con la abundancia de trajes comprados: había dos brujas, una negra y lila (Andrea Yern, de siete años, a quien le gustan las hechiceras porque «son malas») otra naranja fosforescente y negra, un Águila Roja... Eso sí, coparon los premios: las yayas se llevaron la cena del premio para adultos; ´dos mariol·los´, dos niños vestidos de señoras, ganaron un vale de 100 euros en juguetes; el Doctor Álex otro de 60 euros y las niñas indias, un vale de 40 euros.