Arantxa Coca es una cara bien conocida en la televisión, donde ha participado en programas como ´Terapia de pareja´ o ´Operación triunfo´. Además, ha escrito varias obras centradas en el efecto de la separación de los niños y en cómo pueden verse manipulados por sus padres, llegando a caer en el denominado síndrome de alienación parental (SAP). Esta noche en Santa Eulària desvelará cómo lograr lo contrario: asegurar un crecimiento emocional saludable en los menores.

—¿Le dicen a menudo eso de ´yo la conozco a usted de la tele´?

—Ya me lo dicen, ya.

—¿Aparecer en los medios resta credibilidad a los profesionales?

—Nunca ha interferido con mi labor. Considero que en los medios también se es profesional, como en lo privado.

—¿Y de qué hablará en Santa Eulària?

—Del desarrollo infantil, no tanto del aspecto de trastornos. No hablaremos de patología sino de todo lo contrario: cómo promover el bienestar psicológico en la infancia.

—¿Qué requiere un desarrollo sano?

—Hay muchos enfoques, yo propongo el análisis transaccional. Va dirigido a que los padres se fijen mucho en el tipo de mensaje que dan a sus hijos. Hablaré de los directos y los sutiles, y las formas de darlos. Hablaré, para cada etapa del niño, de qué es necesario que los adultos que los cuidan, padres y también maestros, les trasladen para reforzar su identidad, su autoestima, su seguridad como persona.

—¿Cómo se dicen las cosas cuando no se quiere escuchar, por ejemplo en la adolescencia?

—Se ha hecho usted a la idea de que los mensajes serán normas y órdenes y nada más lejos. De eso están muy cansados los niños, de ser contenidos y pautados. Son otro tipo de mensajes, para reforzar su autoestima. Son pautas sencillas, que algunos considerarán de sentido común, pero funciona y se debe reforzar.

—¿A qué momentos clave han de estar atentos los padres?

—Coinciden, no por casualidad, con las etapas educativas. Una es la que va desde la cuna hasta Primaria, de cero a 5 años sin olvidar la gestación. Entre los cinco y los seis años, el niño hace un primer nivel de su carácter y aquí los padres han de ir con cuidado. Después, la salida de la infancia, que se inicia a los 8-9 años, hasta la pubertad y entrada en la adolescencia. Son épocas importantes de cambio que coinciden con el inicio de Secundaria. De los doce en adelante hay una larga etapa, de revisión, en la que en una parte están acompañados de sus padres y en el resto ya no, como adultos. Es importante cómo dejan ir los padres a sus hijos. Es un punto crucial.

—¿Quieren tanto a sus hijos que les cuesta dejarles marchar?

—El joven empieza a tener dilemas, entre la familia, los amigos, lo que le marcan o cree que le marcan en cuanto a estudios y expectativas. Debe escoger: estudios, una línea profesional y otros intereses que surjan, como sus primeras parejas, la necesidad de experimentar. Este dilema se transforma en casa en conflictos. Es una época difícil, de reajuste para los padres y los adolescentes. Hay que dar consignas claras a los padres para que se puedan mantener entre la firmeza, la autoridad y también la permisividad que necesita el adolescente.

—Usted se ha ocupado también de la alienación parental, un síndrome que hay quien no se cree.

—Tiene un nombre poco favorecedor cuando no es ningún síndrome porque no está reconocido como tal por la OMS. Entiendo que haya profesionales sanitarios que lo nieguen como trastorno. Pero en lo que todo el mundo está de acuerdo, incluso los que se oponen a denominarlo síndrome, es en que se puede manipular a un hijo. Es una verdad que todo padre y madre sabe, por la confianza extrema que tienen los hijos: se puede llegar a ello y sucede por interés de los adultos.

—¿Qué efectos tiene?

—Es un maltrato psicológico al menor. Sabemos lo que cuesta demostrarlo judicialmente. Crea malestar en el niño hasta llegar a un estado fóbico, y aunque en un nivel severo deja de sufrir tendrá consecuencias en edad adulta en las relaciones afectivas que mantenga.

—¿Lo hacen más las madres?

—Nunca lo he dicho. Hemos de huir del discurso tópico, absolutamente simplista, de que el SAP es una cuestión contra las mujeres, seria absurdo, a no ser que yo fuera una mujer extraña y no me considero como tal. No tiene que ver con el género, sino con quién tiene más tiempo para convivir con los niños y, por tanto, manipularlos, además del temperamento y carácter. Hemos de huir del efecto alienador ligado a la maternidad o a la paternidad.

—Uno de los problemas más modernos para el menor es el final de la relación de los padres.

—Es un golpe severo independientemente de que se lleve o no de una manera amistosa. Es una pérdida y supondrá una etapa de duelo. Esto no significa que los niños estén traumatizados y hayan de ir al psicólogo, siempre que se respete su duelo. Ahora hablamos mucho de separarse bien, falta esa cultura.

—¿Y cómo se crea?

—Es cosa de tiempo y sensibilización social. La calle ha de ser más sensible a los efectos negativos de la separaciones y promover que se hable más, más formación, más libros del tema, por ejemplo para los más pequeños, que no hay apenas nada. Para que el tema pase a la inteligencia colectiva, al sentido común. Cuando digamos ´nos hemos separado, ya sabemos qué hemos de hacer´ habremos triunfado.

—¿Un consejo para asegurar, ante todas estas situaciones, un crecimiento sano de los hijos de uno?

—Buenas vitaminas para los niños, cualesquiera sean las circunstancias. Una sería evitar que el niño entre en graves dilemas emocionales. Hacerle escoger entre el amor de uno u otro progenitor. En el momento en que percibe que no se le permite acercarse libremente o querer, estamos haciendo una represión que afectará a su autoestima. Mostrarse normativo, desde la firmeza pero no desde la agresividad. Les hemos de enseñar normas, pero el cómo es muy importante, porque si no confunden el mensaje con las formas y eso provoca, nuevamente, inseguridad y traumas. En la adolescencia querrán experimentar y hay que acompañarlos en esta etapa de prueba y error. Enseñarles qué pruebas son buenas y cuáles no, permitiendo que tengan esa necesidad de acompañarlos, para que no se hagan daño, en la necesidad de probar, intentar una carrera, equivocarse, rectificar. Porque es crucial para ganar seguridad después, en la etapa adulta, para que no cojan miedo a vivir, a probar, a viajar y conocer gente..., y que lo hagan desde la seguridad.