Hay, como se sabe, muchos tipos diferentes de paisajes. Del ibicenco puede decirse, como en general del mediterráneo, que es un paisaje histórico, ya que se encuentra salpicado por todas partes de huellas culturales, de fragmentos de la historia, en algunos casos todavía vivos, en la mayoría ya muertos completamente, pero todos ellos, desde una fuente a una simple pared de piedra, evocadores de una civilización, de una manera de vivir, de construir y de perpetuarse. El paisaje ibicenco es una lección permanente de historia, aunque amenazado también desde hace tiempo y constantemente por el mal gusto, la desidia, el abandono y la falta de protección.

Las torres de defensa rurales, unas más visibles que otras, forman parte de este singular paisaje ibicenco y evocan a la vez tiempos difíciles e ingenio arquitectónico. «Las torres como construcción defensiva –ha escrito Eduardo Posadas, uno de los primeros investigadores que se ocupó de estas construcciones en las Pitiusas– es tan antigua como la humanidad, y la piratería en el Mediterráneo una plaga endémica desde los tiempos más remotos.» En ´Els Llibres d´Entreveniments´, que recoge la actividad ordinaria de la parroquia de Santa Maria de Ibiza entre 1528 y 1785, se mencionan 113 torres rurales, aunque hasta nuestros días solamente ha conseguido llegar una cincuentena y en diferentes estados de conservación.

La mayoría de estas torres tiene estructura cilíndrica, aunque también las hay de planta rectangular. Para su construcción, se utilizaba la piedra caliza y el mortero de cal. Unas se encuentran a cierta distancia de la casa, independientes; otras, adosadas a la vivienda. Probablemente, sin embargo, en su origen, todas se construyeron independientes, pues como explica Posadas en su libro ´Torres y piratas en las Islas Pitiusas´, una torre adosada siempre era más vulnerable. Suelen contar con dos pisos y plataforma, al igual que sus hermanas las torres costeras, y carecen de escalera. La comunicación entre las dos plantas –cada una de ellas de una sola cámara abovedada– se establecía a través de una escala de mano a través de un pequeño agujero en la bóveda.

¿Eran eficaces estas torres? Debieron de serlo, tal como se deduce tanto de su número en toda la isla como de su misma estructura. «Atacar una torre aislada –escribió también Posadas–, fuera cual fuese el camino que se utilizara para reducirla, requería tiempo; precisamente aquello de lo que no estaban sobrados (…) Ha de tenerse en cuenta que carecían de explosivos, y si bien pudieron disponer de pólvora, el poder demoledor de esta nada tenía que hacer frente a la fortaleza de la construcción de no recurrir al minado, y para ello también se requería tiempo». Así pues, frente a las incursiones necesariamente fugaces del invasor, estas torres que hoy forman parte del paisaje pintoresco de la isla y que seguramente se remontan a los siglos XVI y XVII –la falta de documentos impide poder asegurar que también las hubiera en la época árabe–, protegieron a los payeses ibicencos y salvaron numerosas vidas.

Can Rieró

En 1968, el Inventario del Patrimonio Cultural Español incluyó para su protección a la mayor parte de las torres defensivas rurales de las Pitiusas. Pero solo a la mayor parte. Increíblemente, el Inventario excluyó a un número significativo de las mismas por razones que se desconocen pero que solo pueden tener relación con la dificultad de encontrarlas, debido a su dispersión, o al poco celo profesional de los autores del Inventario, quienes, sin embargo, sí incluyeron otras que nunca habían existido… Desde entonces, más de una veintena de torres rurales ha continuado estando sin protección alguna, situación que para algunas de ellas, afortunadamente, ha cambiado en los últimos años con la declaración, a propuesta del Consell, de Bien de Interés Cultural (BIC).

Desde la pasada semana, las torres de Can Rieró y Can Monserrat han pasado a formar parte del grupo de monumentos ibicencos protegidos. Se trata de una muy buena noticia para el paisaje ibicenco. Ambas torres se encuentran en Atzaró, en Sant Carles, espacio rural muy significativo de la isla, no solamente por estas dos torres ahora declaradas BIC, sino también por otros elementos igualmente interesantes, como la fuente de Atzaró, que fue sin duda el eje principal para la actividad agrícola del lugar, y junto a la cual se encuentran un viejo lavadero de ropa y una almazara en ruinas, además de por algunas de sus singulares casas rurales.

Precisamente, respecto a las casas payesas de esta vénda, conviene resaltar el grupo de viviendas situadas en la parte media baja de la vertiente norte del Puig d´Atzaró, donde se encuentra Can Rieró, agrupación de características muy específicas por su unidad, y similar a la que, a menos de tres kilómetros al oeste, conforma el poblado de Balàfia, también con torres de defensa. Se aprecia de este modo que ambos espacios rurales, el de Atzaró y el de Balàfia, nacieron y crecieron con idénticas características y necesidades estratégicas defensivas, y en un territorio también de similares condiciones de fertilidad para la agricultura.

La torre de Can Rieró está integrada en la casa del mismo nombre, tiene cuerpo cilíndrico y conserva completas las dos plantas. Tiene dos puertas, una en cada planta, que miran a levante. La torre es mencionada por primera vez en 1771 en ´Els Llibres d´Entreveniments´, aunque se desconoce exactamente la fecha de su construcción. En general, su estado de conservación es bueno, aunque es visible cierto grado de erosión en la parte alta. Debido a su integración con la vivienda, ha sido y sigue siendo utilizada por sus propietarios para tareas domésticas.

Can Monserrat

Algo más lejos de Can Rieró –a 1.200 metros– y, por tanto, del bellísimo núcleo de casas, presidido por la torre, que conforma esta vertiente norte del Puig d´Atzaró –entre las que destaca Can S´Uzina, hoy lamentablemente con toda su techumbre en ruinas–, se encuentra Can Monserrat, desde donde puede contemplarse una maravillosa y plácida panorámica no solamente de Atzaró, sino de todo el valle de Morna y hasta de Balàfia.

La torre de Can Monserrat estuvo también integrada en una vivienda, llamada Can Jordi, pero de esta vieja casa ya no quedan más que unas pocas ruinas, así que ahora, contemplada desde cualquier punto del valle, aparece solitaria e independiente, aunque a poca distancia de otra casa, Can Monserrat, de la que ha tomado su nombre.

Se trata de una torre también cilíndrica que conserva las dos plantas, con una única puerta de acceso en la planta baja orientada al noroeste. Lo que la diferencia de la torre de Can Rieró es sobre todo su aparejo conocido popularmente como ´raspa de pescado´, de ancestral origen oriental, realizado a base de hiladas horizontales de lajas constituidas verticalmente, que le proporciona una rara elegancia. Actualmente, la torre está completamente vacía y no tiene ningún uso. Su última función fue también doméstica: la de gallinero.

A veces se olvida que las piedras también envejecen. La belleza del paisaje ibicenco se debe tanto a la naturaleza como a la cultura: a las piedras de la isla y a lo que, durante siglos, se supo hacer con ellas. Es una combinación armónica de ambas. Del esfuerzo de las instituciones y de la responsabilidad de los viejos y nuevos propietarios rurales depende la supervivencia de este paisaje tan característico o la transformación del mismo en un espacio vulgar, sin alma.