Penyaranda se formó en la Escuela Massana de Barcelona, pero la práctica la adquirió en la empresa familiar, en Badalona. Su abuelo, su padre, sus tíos y muchos de sus primos se dedicaban a la calderería y a la chapistería. Empezó barriendo el taller y poco a poco aprendió a soldar y a manejar máquinas. Luego construyó su propia bicicleta y algún mueble de cocina para amigos hasta que la madre de uno de ellos le dijo que lo que hacía era diseño industrial. Cuando terminó sus estudios se trasladó a Formentera, donde empieza su trabajo más personal.

—¿Cómo llega a Formentera?

—A través de amigos y conocidos, pero sobre todo fue decisivo el inicio de mi relación con mi mujer [Sandra Tarrago] que es joyera. Llegué en el invierno de 2000, en plan sabático, porque la idea no era quedarme. Pero luego nos quedamos hasta la temporada siguiente con un puesto en la feria de la Mola y aquí seguimos.

—¿Cuales fueron sus primeros pasos en el diseño?

—Al llegar a Formentera quería distanciarme del diseño para saber qué quería realmente hacer en ese campo. Entonces empecé a hacer joyas con Sandra, pero a los dos años me empezó a picar el gusanillo; me traje la soldadora, me compré dos máquinas y empecé a hacer pequeños muebles para amigos. Resulta que aquí solo hay un herrero y había demanda. Poco a poco esos encargos fueron gustando y aumentó la demanda.

—Pero usted ha hecho más cosas que muebles...

—Sí, también participé en un proyecto de la Fundación Ibit para ayudar a los empresarios. Estaban desarrollando el packaging, que son los envoltorios de las piezas, en este caso para joyeros y artesanos. Eso me permitió diseñar las cajas de las joyas de Genaro Pepe, también una caja de zapatos para Ishvara y los botes para una casa de mermeladas de Ibiza. A raíz de todo esto, el joyero Enric Majoral se puso en contacto conmigo y también le hice una serie de envoltorios.

—El diseño de las marquesinas de las paradas de autobús de Formentera también es un trabajo suyo. ¿Qué críticas le han llegado?

—En ese sentido estoy muy contento. Incluso los comentarios que no son favorables dicen que son muy rústicas y que solo les falta una paca de paja y una oveja, lo que no me parece mal. Fuera bromas, lo que más me ha llegado han sido las críticas de profesionales y personas que para mí son referentes en este campo.

—El hierro está muy presente en sus trabajos.

—Intento jugar con la parte más cálida del mate rial. No considero el hierro como algo tan frío como aparenta a primera vista. Tiene un lenguaje muy natural y cuando juegas con esa parte consigues un resultado más armonioso. Si pongo líneas rectas las intento compensar con madera. De todas formas los muebles que hago dependen mucho del entorno en el que se instalarán y del uso que tendrán, por eso no puedo hacer dos piezas iguales.

—¿Ha hecho algún objeto que le haya marcado especialmente?

—Sí, una silla que es una interpretación de la silla payesa baja. Cuando hice esa pieza cambió mi visión de hacer objetos y empecé a sacarle más partido a los materiales y al entorno. El resultado es que, finalmente, resulta muy de Formentera. Estoy muy contento del resultado de la oficina de Turismo de la estación marítima de la Savina. Pienso que ayuda a los visitantes a coger una ´onda´ cariñosa con la isla.

—¿En qué está trabajando?

—Estoy haciendo una cocina en una casa en la Mola y ahora he terminando un mueble chimenea que a la vez es un secadero de hierbas aromáticas. También tiene función de separador de un espacio bastante amplio. Además, estoy en contacto con Salines de Formentera para un proyecto de señalización de la zona y de promoción de la sal. Y en la Península también tengo trabajo.

—Veo que se puede vivir del diseño industrial desde Formentera.

—Es cierto, pero lo que estoy haciendo ahora es lo que se llama design makers, es decir, un ´fabricante de diseños´. Hace poco constaté en una feria en Londres que es la vanguardia. Es como la evolución de la artesanía en este mundo que tenemos montado. El diseñador interviene en el proceso de producción, lo que le obliga a tener conocimiento de los materiales y la técnica. Pero al mismo tiempo debe conseguir que el objeto desprenda y comunique cariño y eso está muy cerca de la artesanía. Eso pensando de una manera muy racional y estructurada. No solo se puede vivir del diseño sino que es el futuro. El actual diseño industrial es la artesanía de antes.

—¿Las nuevas tecnologías ayudan?

—Desde luego, un modelo de empresa como el mío responde a una estructura pequeña y que se adapta. Ya se ha pasado la época del usar y tirar, del consumismo salvaje. Por eso los objetos hechos con cariño y que son piezas únicas suben de valor. Al comercializar en Internet también te ahorras muchas cosas. Te permite tomar contacto directo con el cliente. Luego haces el dibujo, el proyecto, construyes la pieza, la acabas y la instalas. En todo ese proceso has evitado el comercial, el vendedor, el transporte, el instalador y todos esos costes que incrementan el precio final te permiten ser competitivo.

—También tuvo una faceta social...

—Me he distanciado por razones familiares; tengo tres hijos. Y también por decepción con las administraciones. Pienso que falta sensibilidad con la artesanía local, tanto por parte de las administraciones como de los artesanos que vienen de fuera, ya que realmente de aquí hay pocos. De todas formas necesitó desarrollar siempre esa parte social y ahora intento aportar algo en ACAF, que hace los contenidos de Radio Illa.