Un bombero alemán de metro veinte, una bruja de vestido verde, una gata con un ´ultrafashion´ chaleco de pelo, tres demonias y un guerrero medieval se afanan pelando cacahuetes en el patio del colegio Torres de Balàfia, en Sant Llorenç.

Dos hombres lobo de máscara feroz les observan desde los columpios hasta que Maria, una brujilla tímida, se une a la ´trencada´. Basta una mirada de Rosa Colomar, la directora, para que las caretas desaparezcan debajo de las rasgadas camisetas.

Los niños, sobre todo los más pequeños, se pelean con los frutos secos. Algunos dan vueltas a las nueces, buscando cómo abrirlas, hasta decantarse por los cacahuetes. «Llevamos toda la semana poniendo en el patio la mesa de la trencada», comenta la directora, que explica que en el colegio se mezclan las tradiciones de Tots Sants y de Halloween. «Lo de disfrazarse motiva muchísimo a los niños», apunta antes de que los 60 alumnos se marchen a los talleres al ritmo del ´Highway to hell´ de AC/DC. En el centro, al igual que en casi todos los de las Pitiusas, se celebra Tots Sants.

Una tigresa, varias brujas, una Minnie y una diablesa protegen la mesa con papel de periódico. Rosa entra en el aula con una enorme rama que ha cargado en su coche, dejándolo perdido. De una bolsa de plástico brotan hojas de morera medio secas que los niños rebozan en témpera de colores otoñales. Cuando algunas de las hojas ya están pintadas, Gael, un esqueleto, irrumpe en la sala.

Viene del taller de maquillaje donde Sophie, madre de uno de los alumnos, se afana dando el toque final a los disfraces de los niños. Zion, de tres años, espera con ansia su turno. «Quiero ser un león», confiesa mirando con deseo las pinturas. Apenas puede estarse quieto mientras Sophie convierte la cabeza cuadrada de un Frankenstein de tres años en un tigre. «Vengo de monstruo pero quiero ser un tigre», justifica. Aroa, una pizpireta bruja con arañas en sus mangas lilas, espera su turno elaborando fanalets. Antonia, la profesora, les enseña cómo decorar las asas, pero Aroa está más pendiente de los trazos de Sophie que de su vaso de cristal, que algún día estuvo lleno de yogur. «Es que no sé cómo se maquillará a una bruja», reflexiona mientras mueve la cabeza al son del ´Waka waka´ de Shakira que una decena de compañeros bailan en el patio. Antes de las dos deben aprenderse la coreografía que ha preparado Pep, su profesor.

A solo unos metros del aula, bajo un porche que les protege del sol, un grupo de aprendices de magos se esfuerzan en su primera clase de pociones. Susana, una especie de Minerva McGonagall en este rincón del colegio Torres de Hogwarts, enseña a sus alumnos una poción tan mágica como espeluznante. Gelatina, agua, azúcar, colorante alimenticio, arañas, esqueletos y diminutas calabazas. Mezclar. Un conjuro. Esperar. Y ya está listo el postre más horripilante que jamás se haya visto. Tea, una gata, y María, una diablesa, están concentradas. Sujetan el cuentagotas como si les fuera la vida en ello. Y les va. Si se pasan con el tinte rojo sus bichos desaparecerán en la oscura gelatina. La oscuridad no preocupa a Inés y sus alumnos. En el taller de marionetas esperan que se haga de noche para ver cómo sus calabazas, gatos negros, calaveras, fantasmas y murciélagos brillan. Jordi, que no se fía de la fosforescencia de la pintura, más que pintar su dibujo de calabaza lo entierra en tinta naranja.

El olor a limón inunda todo el colegio. El origen del aroma está tras una puerta blanca, en un aula convertida en cocina en la que monstruos y princesas preparan panellets.El chef Albert se chupa los dedos. Da el visto bueno a la masa, aún cruda, que Sade (una carnicera asesina), Lucía (una bruja con vestido verde) y Ángela (paradójicamente vestida de demonio) amasan y moldean. Sofía, otra brujilla, y Vicent, un diablo de rojos cuernos, aprovechan que nadie les mira para comerse a hurtadillas algunos piñones. Todos, hasta el chef, tienen prisa.

Si todo sale bien estarán degustando los panellets antes de irse para casa. La cadena de montaje va a buen ritmo. Sade pone los piñones y Ángela pinta las bolas con yema de huevo, para que queden bien bonitos. La fiesta en el Torres de Balàfia está a punto de terminar. Pero solo por el momento. Todas las brujas, demonios, monstruos y guerreros podrán volver al colegio mañana para seguir con las celebraciones. A las seis y media de la tarde, todos saldrán a caminar por los alrededores del centro para recordar la época en que los niños iban de casa en casa pidiendo dulces y frutos secos. «Habrá sorpresas», comenta la directora, que tiembla al pensar en lo que los padres y madres han preparado como fin de fiesta. Al anochecer, en la oscuridad, una cuentacuentos relatará una de las más terroríficas rondalles de Joan Castelló Guasch, tras lo que recorrerán el colegio, transformado en una casa de por, es decir, un túnel del terror a la ibicenca.