—Desde un punto de vista nutricional, ¿el progreso perjudica a la salud?

—Si hablamos de progreso nunca hay perjuicio. A lo largo del siglo XX la esperanza de vida en España ha pasado de 34,7 años a 79,6, en ese sentido el progreso ha sido absoluto. Pero siempre queremos vivir más y mejor. Tenemos una esperanza de vida larga, pero hay enfermedades degenerativas que nos amargan, otras casi desconocidas hasta 1950 que hoy son muy frecuentes y además han surgido problemas nuevos, como la obesidad.

—¿Antes de esa década no había obesos?

—No tenemos estadísticas. Ahora tenemos registros del índice de masa corporal, pero ese indicador no existía hace 60 años. Tradicionalmente, estar regordete, tener mofletes, era una cosa bien vista. Era un indicador de salud y de bienestar económico. La publicidad de algunos alimentos a principios del siglo pasado en España garantizaba que hacían criar hijos ´fuertes, robustos y rollizos´. Esto hoy sería impensable. Ha habido cambios importantes en la percepción del cuerpo. Hay un refrán que lo resume: «Frutas, verduras y legumbres, no dan más que pesadumbre; la carne, carne cría y da alegría». Responde a una época en la que las legumbres eran el plato cotidiano y la carne algo extraordinario. Hoy eso se ha invertido: la carne y las calorías son baratas.

—¿Cuál es el principal obstáculo para que los niños coman bien hoy?

— Que nuestra valoración de los alimentos evoluciona de una manera más lenta que los alimentos mismos. Las grasas siempre han estado valoradas, ahora no. Muchos alimentos que antes tenían mala prensa entre los expertos en salud, ahora están bien vistos. El valor social y médico de los alimentos ha cambiado, porque nuestros hábitos han cambiado. Si antes las legumbres eran lo cotidiano, ahora son lo excepcional. Pero hay cuestiones biológicas: todas las sociedades en todas las épocas han valorado positivamente las grasas porque proporcionan más sabor al alimento y una mayor sensación de saciedad. Durante miles de años el problema de la humanidad ha sido saciarse; por primera vez en la historia, desde los años 60 o 70, estamos sobresaciados. Es una ruptura extraordinaria porque la especie humana ha evolucionado para responder a la escasez, no a la abundancia. Lo que antes era caro hoy es barato y, además, nos gusta.

—¿Cómo afecta el ocio a la dieta?

—Hasta los años 60 el consumo energético en España superaba las 3.000 calorías. La gente iba andando al trabajo, los niños jugaban en la calle… Hoy el consumo de energía es mucho menor y aunque la ingesta calórica también ha disminuido (en los últimos 20 años consumimos un promedio de 400 calorías menos al día) hemos engordado porque las actividades son cada vez más sedentarias. Hoy en día el 75 por ciento de la población española trabaja en el sector servicios, o sea, sentado delante de un ordenador.

—¿Y en el caso de los niños?

—Es verdad que procuramos que hagan baloncesto, natación… pero van al cole en coche o autobús y cuando llegan a casa no salen a jugar a la calle con sus amigos sino que juegan con el ordenador. Es más, los niños duermen menos porque consumen televisión hasta altas horas de la noche. Hay un ocio más pasivo, sobre todo en la adolescencia. Esto tiene mucho que ver con que el 80 por ciento de la población española es urbana y eso supone ocio sedentario. Sin embargo es una tónica de modernidad no gastar calorías en la actividad cotidiana y luego ir al gimnasio o al fitness, pero es una minoría la que puede hacer esto.

—La vida social de los niños, con tanto cumpleaños, ¿no incita al consumo?

—Todo es una incitación al consumo. Nuestra sociedad ha propiciado la sociabilidad, que es un aspecto muy positivo, pero se rige por patrones tradicionales en términos de alimentación. A los invitados se les ofrecen alimentos más grasos, más calóricos, más elaborados… Hay un desajuste: la sociabilidad siempre ha ido acompañada de ´comensalidad´, pero la sociabilidad evoluciona de una forma y la nutrición de otra. No hemos encontrado aún el punto de equilibrio para potenciar la sociabilidad sin que eso comporte excesos alimentarios. Hay que aprender a concebir para los niños festejos sin comida, pero los chips no se cambian de un día para otro. Uno no debería ser considerado un mal anfitrión por no ofrecer cantidad de chuches o de cordero.

—Al final, ¿se reduce todo a una cuestión de tiempo?

—El tiempo hoy es más escaso que el dinero. La cocina tiene dos facetas, una festejadora y otra disciplinaria, esclava. Es frecuente oír a mujeres preguntando ¿qué hago hoy para comer? La gente no se pone en su lugar. La presión que hoy tienen las mujeres es mucho mayor. Tienen que hacer algo que les guste a las criaturas, al marido, que no sea caro, que sea sano, diferente de lo de ayer… Y a las tres entran a trabajar tanto si el niño se ha comido las verduras como si no.