María tenía un perro cuando era pequeña, «uno borde, de esos sin raza, que de viejo que se quedó ciego», cuenta, y cuando su padre le dijo que se lo cambiaría por un par de botellas de vino a un vecino, le pidió que, «por favor», lo hiciera cuando ella no estuviese. La que entonces era una niña se llevó un berrinche de campeonato al llegar a casa una tarde y comprobar que su querido perro, el que le hacía compañía cuando sus padres no estaban, había desaparecido. Esta es una de las historias que cuentan los mayores de la residencia de Can Blai, donde la asociación Cans Eivissencs Solidaris realiza terapias con 24 residentes cada jueves por la mañana. El contacto con los perros parece estimularles en ocasiones mucho más que las palabras y el contacto con otras personas.

El pasado jueves cuatro voluntarios se trasladaron a la residencia de Can Blai para realizar la tercera terapia, en la que los protagonistas de cuatro patas, Beth, Blanc, Boira y Fenici, hicieron reír y recordar a muchos de los ancianos su infancia, entre otras cosas. Elena Llorente, terapeuta ocupacional del centro e impulsora de esta actividad, explicó que entre las patologías que padecen los participantes de esta terapia hay sobre todo demencias, mayoritariamente alzhéimer, y discapacidades físicas y sensoriales –auditivas y visuales–. La visita de los perros y los voluntarios «rompe con la monotonía y ayuda a mantener el ánimo y la afectividad; para los residentes a veces es más fácil mostrar afectividad con los perros que con las personas», explica la terapeuta.

Raquel Pascual, estudiante de Bachillerato, es una de las voluntarias que más tiempo lleva entrenando con los podencos, que apenas tienen unos meses de vida, y asegura que la experiencia está siendo muy gratificante: «Es increíble ver a gente que no responde a estímulos de voz ni de nada sonriendo al ver a los perros», dice mientras intenta controlar a la traviesa Boira. La joven, de 19 años, destaca que después de tres sesiones percibe una mayor confianza y contacto humano con los ancianos. «¡Cómo ha crecido!», le dicen algunos residentes refiriéndose a los perros, de una semana para otra. «La presencia de los animales les hace interactuar, acariciar, tocar y sienten el calor de los animales», cuenta Pascual, quien ha descubierto en esta actividad toda una labor llena de posibilidades.

Otro residente al que le gusta la presencia de los perros es Pep, quien relata que era cazador: «Tenía seis cans eivissencs como estos». Natalia Francisco está junto a él. Estudia Audición y Lenguaje en Salamanca y acaba de incorporarse a las labores de voluntariado con la asociación: «Les motivas viniendo a verles y con los perros vas sacando conversaciones sobre su infancia», dice. La terapeuta, Llorente, señala también que no solo se les hace recordar su infancia sino también a los perros de sus hijos: «Muchos de ellos han tenido que dejar a sus perros al trasladarse a la residencia», advierte, y recalca que todas las personas que participan en la actividad han atravesado un proceso de valoración para comprobar que les gustan los canes y que no son un riesgo para ellos.

María José Roldán, camarera, es otra de las voluntarias que se acaba de incorporar recientemente al voluntariado y ya habla animadamente con algunos ancianos, que observan y tocan a los perros, mientras estos a su vez les mordisquean, juegan y corretean junto a ellos. Como muchas otras personas, se enteró a través de la red social Facebook de la existencia de la asociación. Coincide con sus compañeras en las posibilidades de los podencos, caracterizados por su astucia, para alegrar a los residentes.

El responsable de la asociación, Antonio Pedro, periodista de este diario y uno de los mayores expertos en el ca eivissenc y en el amaestramiento de perros, señala que es muy difícil mantener el colectivo debido a la falta de un lugar donde alojar a los perros. La asociación ha empezado desde cero con doce cachorros y son también doce las personas que están aprendiendo junto a ellos a realizar terapias con niños y mayores, «pero se necesitan más voluntarios», advierte Pedro. La concejala de Cultura del Ayuntamiento de Santa Eulària, Anna Costa, que asistió a ver la tercera terapia, señaló que «podría ser una buena idea situar la sede de la asociación en el entorno del río» y declaró que se estaban iniciando las conversaciones para analizar la viabilidad del proyecto: «No lo descartamos».

De momento, en Can Blai esperan cada jueves a varios cachorros alegres predispuestos a mordisquear los recuerdos y provocar emociones que les saquen de la monotonía.