Hay oficios que marcan el destino de una familia, si bien en nuestro tiempo esta fidelidad profesional no resulta tan frecuente como antaño. La persistencia familiar en un mismo oficio parece una cosa del pasado, algo que ya no se lleva. Incluso en lugares pequeños y en sociedades cerradas es difícil ya encontrar a más de dos generaciones dedicadas a un mismo trabajo heredado, despachando en un mismo comercio.

En Ibiza, la joyería Pomar constituye un raro caso, ha superado sin duda la media. Sus actuales propietarios son muy conscientes de este hecho y exhiben con orgullo parte de su historia en el pequeño museo particular, ubicado en una sala de la misma joyería de la popular calle de las Farmacias, junto a la plaza de la Constitución o del Mercado, el lugar donde empezó todo hace más de un siglo y medio.

Nadie sabe en la familia a ciencia cierta cuándo se instaló en la isla el primer Pomar ni tampoco cuál de ellos se inició como joyero o si el primero en llegar ya trajo consigo este oficio... Parece, sin embargo, que en los primeros años del siglo XIX ya trabajaba como platero en Ibiza un mallorquín llamado Joaquim Pomar Fuster, que falleció en 1848.

Se sabe que, al menos desde 1852, ya existía un pequeño taller de platería en el número 13 de la plaza de la Constitución, un local diminuto situado en el mismo lugar que había servido durante años de abrevadero para los caballos. Este lugar fue conocido siempre como Can Xim, ya que el nombre de Joaquim era frecuente en esta familia. Sin embargo, es de un Joan de quien sus herederos actuales conservan algún tipo de recuerdo. Y en este Joan también sitúan el origen de su destino profesional.

Joan Pomar Aguiló era, según cuenta su sobrino nieto, el pintor Antoni Pomar Juan, «un hombre muy especial, liberal, formidable en su oficio. Llevaba barba y no era muy alto. Le gustaba llevar un sombrero de estilo marinero. Murió con más de 90 años, soltero y sin hijos». Precisamente, al no tener descendencia, Joan Pomar Aguiló eligió a uno de sus sobrinos, Antoni Pomar Torres, para que aprendiera el oficio.

El pintor Antoni Pomar, hijo de este Antoni Pomar Torres, todavía recuerda a su tío abuelo en aquel pequeño taller donde todos aprendieron el oficio. Él y su hermano Pepín se iniciaron pronto en el mundo de la joyería y, en aquel minúsculo local, llegaron a coincidir aún con el anciano joyero los dos niños aprendices y el padre de estos. Lo que heredaron de aquél fue el taller con todas sus herramientas –algunas de las cuales pueden verse en el Museo Etnológico de Santa Eulària– y una moneda de oro que todavía conservan como una reliquia.

El pintor Antoni Pomar, después de más de veinte años, abandonó el oficio de joyero para estudiar Bellas Artes, dedicarse plenamente a la pintura y poder dar clases en la Escuela de Artes y Oficios de Ibiza. Fue su hermano Pepín, fallecido hace tres años, quien continuó con la tradición familiar, impulsándola y ampliándola en las últimas décadas. Y hoy son los hijos de éste, Elisa, Marina, Elena y David, quienes continúan en el negocio y quienes, también, desde hace tres años, han iniciado una colección familiar de joyas de diseño propio.

Maestros de la ´emprendada´

La tradición joyera de los Pomar está ligada desde sus inicios a la emprendada ibicenca. En Can Xim se han realizado innumerables joyas tradicionales y en el mundo rural de la isla los joyeros Pomar siempre han sido bien conocidos por esta razón.

Los payeses recurrían al taller de la plaza de la Constitución cuando querían iniciar sus emprendades. (Durante décadas no hubo otro lugar donde adquirirlas; más tarde surgieron otras joyerías en la ciudad e incluso llegaron a fabricarse en Córdoba, aunque no de manera artesanal).

El proceso era largo y complicado. «La fundición y manejar el torno era laborioso y pesado», recuerda Antoni Pomar. Para empezar, no siempre era fácil conseguir el oro y, en algunas épocas, era incluso ilegal comprarlo. Con frecuencia, procedía de viejas joyas que los payeses se veían obligados a vender y que los joyeros fundían para crear otras nuevas. También las monedas de oro proporcionaban materia prima para crear nuevas piezas. Para eliminar el hierro que había en el oro utilizaban imanes. Y para darle color un producto llamado vitriol.

Pendientes de herradura, collares de rombos, cruces, cordoncillos, botones, filigranas... El oficio contiene también elementos para la habilidad artística. «Nuestro padre –recuerdan Elisa y Elena– nos decía siempre que la vida sin arte no era vida y él era consciente del arte que había en su oficio, un oficio que le encantaba aunque era duro y aunque no siempre le proporcionó una vida fácil.»

A Pepín Pomar le gustaba investigar en la joyería ibicenca. Conocía bien todas sus piezas tradicionales, restauró muchas, creó otras nuevas. Dibujaba muy bien, con precisión milimétrica, y ofrecía a sus clientes diseños que, siendo tradicionales, incorporaban un sello personal, como de la casa, producto de la experiencia acumulada. «Inspiraba mucha confianza en sus clientes –asegura Elisa–, que dejaban el diseño de las joyas que encargaban en sus manos. Le decían que las hiciera como quisiera.»

Una emprendada completa no se hacía en menos de dos o tres meses, por supuesto sin parar y trabajando todos. «En realidad no paraban nunca –dice Elisa– sólo para comer, pero es que incluso cocinaban y comían en el mismo taller, toda la familia.»

«La emprendada –continúa Elisa– era lo único que realmente poseía la mujer ibicenca. Apenas tenía derechos, no heredaba, pues lo hacía el hermano, acababa viviendo en casa de sus suegros... En fin, si algo suyo tenía era la emprendada, por eso se trataba de algo tan íntimo para la mujer ibicenca y tan querido.»

En nuestros días, sin embargo, aunque las circunstancias de las mujeres han cambiado mucho, se hacen más emprendades que nunca. «Hay más dinero que antes –afirma Elena–. Se compra poco a poco, con algunas piezas para las niñas, por la comunión, y luego se va siguiendo hasta completarla. Antiguamente también se podía hacer así. También las mujeres que participan en las colles, si no la han heredado de su familia, quieren hacerse una.»

Pepín Pomar creó un equipo que continúa todavía haciendo las joyas de manera artesanal. Amplió el negocio con otros establecimientos de joyería y decoración en otros puntos de la ciudad. Sus descendientes dirigen estos negocios, aunque lo de trabajar con el fuego y el torno ya no es para ellos. «Nuestro padre –se justifican Elena y Elisa– nunca permitió que nos mancháramos las manos ni que nos expusiéramos a productos tóxicos como los que él empleaba.»

Después de la muerte de su padre, y como homenaje a él, iniciaron una colección de joyas propias, con el nombre de la familia. En este empeño están ocupados todos los hermanos. Se trataba de un viejo sueño del padre: crear una firma propia después de tantos años y tantas generaciones dedicados a la joyería tradicional ibicenca.

Al mismo tiempo, en la joyería de la Marina, permanece abierto al público un pequeño museo donde las viejas joyas se reúnen con las nuevas y, en definitiva, se da cuenta de una trayectoria profesional familiar que se remonta al menos hasta el siglo XVIII y tiene el privilegio de continuar en nuestros días.