«Es veia venir» es el comentario más repetido estos días en Santes Creus, la localidad en la que nació Fernando Ferré en 1943, un pueblecito de un centenar de habitantes que creció a partir del siglo XVIII en los alrededores del monasterio cisterciense que le da nombre, tras la desamortización de Mendizábal. La detención de su ex vecino en Ibiza acusado unos delitos multimillonarios de fraude fiscal, fraude a la Seguridad Social y blanqueo de capitales es la comidilla del pueblo, que devora las noticias que aparecen en la edición digital de Diario de Ibiza. «No es extraño, es un pueblo pequeño y nos conocemos todos», dice una vecina.

Santes Creus vive de la agricultura, sobre todo viñas, y de los 100.000 visitantes anuales que recibe el monasterio del siglo XII, Monumento Nacional desde 1921 y situado en la ruta del románico catalán. Está en la comarca del Alt Camp, en Tarragona, a 30 kilómetros de la capital, a la orilla del río Gaià. Precisamente junto a sus aguas comienza la historia del hotelero. Su padre, Fernando Ferré, que fue alcalde franquista del pueblo, regentaba la granja del molino. La familia vivía del huerto, los animales y criaba castores en el río «por gusto, sin intención de venderlos», dice otro crucense.

Ferré es todo un personaje en el pueblo, al que suele acudir cada año a pasar unos días de vacaciones o a disfrutar de calçotades con sus amigos. No en vano, el valle del Gaià es tierra de calçots y el propio empresario ha cultivado estas cebollas en sus terrenos.

Sus propiedades se han multiplicado en los últimos años. La carrera por conseguir más hoteles en Ibiza se ha repetido con las tierras de su pueblo. «Calculábamos que a este ritmo en diez años se iba a quedar con todos los alrededores del monasterio», afirma un vecino, que dice que a veces pagaba sus compras con bolsas de basura llenas de billetes. Una parte de ellos fueron adquiridos a la familia De Mora y Aragón, la de la reina Fabiola y su hermano playboy, Jaime, que se hizo con ellas tras la desamortización.

La principal joya de Ferré es su casa, la de l´Hort Gran, en el huerto en el que los monjes cultivaban sus alimentos y que ahora permanece baldío después de que durante años se lo limpiara un payés de la zona. Es una casa del siglo XII enclavada en el mismo recinto del monumento –para acceder a ella hay que atravesar la arcada principal– que compró hace años, cuando ya estaba instalado en Ibiza.

Rumores y especulaciones. Los vecinos se hacen muchas preguntas: ¿para qué tantas tierras que han sido explanadas pero no explotadas?, ¿por qué se instalaron sistemas de riego que no se usan?... Y la principal: ¿cómo es posible que un joven que salió del pueblo «con una mano delante y otra detrás» haya podido construir un imperio hotelero en Ibiza? «El dinero no cae del cielo –asegura uno– y no parece que eso pueda hacerse de forma honrada». Muchos especulan y hablan de que pueda estar detrás la mafia marsellesa o el padrinazgo de un conocido empresario ibicenco. Conjeturas que ahora investiga la Justicia. Aseguran sentirse extrañados: «Nos sabe mal, porque al fin y al cabo es un señor del pueblo y estas cosas una no se las desea a nadie», sentencia una vecina que dice conocerle poco. En el pueblo es conocido por el apodo de ´l´Estimat´, por su costumbre de poner la mano en el hombro de la persona a la que se dirige y empezar la conversación: «Mira estimat».

Desembarco en Ibiza. Ferré llegó a finales de los 60 a Ibiza, donde ya estaban instalados amigos de su familia, y comenzó a trabajar como vendedor, algunos dicen que de productos para hoteles, otros que de vinos y aceites. A principios de los 70 montó su primer negocio en la isla, la embotelladora ´Agua de Benirràs´, que fue declarada de utilidad pública en el 76. Un hombre que le conoció en esa época le define como «ambicioso, vivo y con pocos escrúpulos. Ya desde el principio siempre andaba en el límite de la ley y haciendo chanchullos».

Entre sus conocidos hay una frase que se repite constantemente: «Empezó con un bloque de apartamentos y mira...». Lo cierto es que en treinta años, y sobre todo en la última década, las banderas con los colores azul y amarillo del Grupo Playa Sol han ido coronando establecimientos hoteleros de Platja d´en Bossa, Talamanca, Cala de Bou, Sant Antoni, etc. Cuentan que el propio Ferré ha supervisado su instalación.

«Un ´crack´». Un ex directivo de GPS le define como «un crack». «Es todo un personaje, con un gran carisma, muy inteligente y con un gran poder de convicción, siempre para beneficiarse». Para ilustrar su frase cuenta cómo sus primeros hostales siempre estaban llenos porque era él mismo el que iba a buscar a los turistas al puerto. Sin hablar idiomas se hacía entender y conseguía que acabaran en su establecimiento.

Sobre este poder para convencer a los demás circulan varias leyendas. Una cuenta que en una ocasión le paró la Guardia Civil por ir hablando por el móvil mientras conducía y él les echó tal bronca a los agentes por detener a un empresario que estaba trabajando para traer la prosperidad a la isla que le dejaron marchar. Otra asegura que se coló en el estreno londinense de ´Titanic´, al que asistía la Reina de Inglaterra, pasando por delante del servicio de seguridad «extendiendo las manos, como si fuera un hombre poderoso».

«Hay muchas de éstas –dice el ex directivo– y vete a saber si son ciertas. Pero no me extrañaría, porque tiene una cara impresionante y es un tío muy divertido, con unos golpes que te partes de risa». «Yo no le voy a defender –continúa–, ha cometido muchas irregularidades, ha tenido a trabajadores sin asegurar, en sus hoteles no quería a trabajadores españoles porque reclamaban sus derechos. Yo creo que disfruta con las ilegalidades que comete, le motivan. Por otra parte, ha dado trabajo a mucha gente, conoce a todos sus empleados por su nombre y siempre ha sido generoso con los buenos trabajadores».

Campechano y agarrado. El empresario no tiene estudios, «nunca ha tocado un ordenador», dice un empleado, pero es consciente de su carisma y lo ha utilizado en sus negociaciones, tanto con los turoperadores, a los que trataba con una extrema amabilidad, como con los hoteleros que le han vendido sus establecimientos. Se dice que los convencía poniendo por delante una jugosa cantidad de dinero en efectivo y aplazando el resto de la compra.

Los relatos de sus conocidos están llenos de luces y sombras. Hablan de él como un tipo «campechano», un trabajador incansable, y le pintan como una persona muy agarrada, «hiperahorradora», afina uno. «A las seis de la mañana estaba en el tajo y a las doce de la noche, también –explica un colaborador–. Y no le importaba que le llamaras a las tres porque no había alojamiento para un cliente. Te lo resolvía y te agradecía que le hubieras llamado». «Estaba encima de todo, hasta el más mínimo detalle –insiste otro–. Te podía llamar a las once de la noche porque había una luz encendida en una terraza que debería estar apagada». Todos coinciden en que no había decisión que no pasara por él, que hacía y deshacía en el grupo a su antojo, «como un emperador».

También destacan su capacidad para implicar a sus empleados en el trabajo, siempre terminaba sus arengas con un «endavant majo» y una palmadita. «Iba a los hoteles que estaban en reformas y no se le caían los anillos si se tenía que poner a echar palas de cemento en una hormigonera para acelerar la faena –cuenta uno de sus ex directivos–. Y su mujer igual. Si se tenía que poner a fregar suelos antes de la apertura de un hotel, lo hacía».

Pese a haber adquirido en los últimos diez años 40 hoteles valorados en mil millones de euros tampoco presumió nunca de lujos. Conducía un Volkswagen Golf, un viejo 4x4 o un Nissan Micra y vive en un chalet cómodo pero sencillo de Sant Jordi.

Los periodistas especializados le recuerdan en las ferias de turismo rodeado de una cohorte de jóvenes ejecutivos trajeados, pero ahí también aplicaba sus estrictas medidas de hiperahorro: viajaban en clase turista, cuando iban a Fitur se alojaban en un hostal de la calle Fuencarral y siempre que era posible se movían en autobús o en metro. Nada de taxis a no ser que fuera absolutamente necesario. Le gustaba contratar a directivos mallorquines porque decía que conocían muy bien el negocio de la hostelería.

Sanciones y condenas. Durante los últimos años siempre ha estado rodeado de polémica y conflictos. La conselleria de Turismo le ha sancionado en diferentes ocasiones por tener hoteles abiertos sin licencia de actividad o incumplir las medidas de seguridad y ha sido condenado por delitos contra los derechos de los trabajadores. El Consell ha ordenado clausurar alguno de sus hoteles, pero siempre ha encontrado resquicios legales para mantenerlos abiertos.

Su peor año fue 2009. En enero la Inspección de Trabajo le impuso multas por valor de casi cuatro millones de euros por emplear a falsos autónomos y contratar de forma irregular a 300 trabajadores checos, rumanos y polacos a través de una empresa de trabajo temporal checa de su propiedad. Los tenía hacinados en habitaciones de hotel en condiciones infrahumanas. En noviembre fue condenado a dos años de prisión por la contratación irregular de trece trabajadores para hacer obras en los hoteles San Remo y S´Estanyol de Cala de Bou. Una sentencia que no cumplió por no tener antecedentes penales pero que pesará como una losa en el proceso actual.

A pesar de los reveses no cambió de rumbo. La semana pasada, tras conocerse su detención, varias empleadas llamaban a Diario de Ibiza para denunciar que dormían en un sótano de un hotel de Cala de Bou en varias habitaciones llenas de literas junto a 80 compañeros más.

La Federación Hotelera pitiusa, a la que Ferré nunca ha querido pertenecer, ha denunciado en repetidas ocasiones las irregularidades, los sindicatos le han atacado, las administraciones le han sancionado y los juzgados le han condenado, pero Ferré ha seguido su camino. Las personas consultadas se hacen muchas preguntas sobre el caso: ¿Qué ha fallado en el sistema para que el empresario haya llegado hasta esta situación? y, sobre todo, ¿quién protege a Fernando Ferré y de dónde salía el dinero que manejaba?