Sant Vicent de sa Cala es un pueblo tan discreto que cuesta dar con la iglesia cuando se abandona la carretera de Sant Joan. Hasta su campana tañe a un volumen algo más bajo que en otras parroquias, cuando repican a todo trapo mientras las imágenes salen en procesión. Será porque en el recogido templo de sa Cala, el badajo no se acciona mediante cuerdas y poleas ni ha llegado la informatización al proceso –como sí sucede en otros templos–.

Alrededor de las 13 horas de ayer, dos hombres accedieron al tejado de la iglesia de Sant Vicent, uno asignado a labores pirotécnicas –se lanzaron varios ´chupinazos´– y el segundo encargado de repicar la campana de la iglesia. Para ello, éste se hizo con el badajo, entre los comentarios sorprendidos de los congregados en la plaza del templo, preparado para golpear con él la boca de la campana. El redoble empezó a la par que se iniciaba la procesión desde la iglesia.

El repiqueteo duró los diez minutos escasos que estuvieron fuera del templo las imágenes, acompañadas por una representación de las autoridades civiles, religiosas y policiales, las fadrines y fadrins del pueblo. El tañir de la campana sirvió como recordatorio de que debían de volver.

Un parroquiano de Sant Joan, Vicente Juan, explicaba que en este templo «siempre se hace así», prescindiendo de la cuerda, y con ello se consigue «más velocidad» aunque se sacrifica algo de potencia. El resultado suena como a campana con sordina, frente al estruendoso repiqueteo que acompaña otras procesiones patronales.

Otro parroquiano, vecino de Sant Carles, comentaba que había que ir con cuidado al repicar, porque la campana tiene un lado mellado. «Fue un joven del pueblo que salía con dos chicas a las que cortejaba y, para hacerse el gallito, sacó la pistola y pegó un tiro a la campana», explicaba el hombre. Este testigo, que data el suceso en torno a mediados del siglo pasado. «Entonces sólo se oyó el esclafit y un tiempo después alguien se dio cuenta de que le faltaba un trozo a la campana».

La fiesta siguió con el tradicional ball pagès, que ahora ha quedado como un vestigio ceremonial de algo que hace unas décadas era lo mejor de la celebración. «Entonces bailábamos todos», explica Pep Torres, y como no había muchas oportunidades para hacerlo, el día del patrón convocaba a gentes de otras poblaciones, sobre todo de Sant Carles y Sant Joan. Pero no había carreteras, así que llegaban después de varias horas andando a través de los senderos que cruzan los montes circuntandes. Torres recuerda que en una de aquellas ocasiones llovió tan copiosamente que aquellos carreranys resultaron intransitables y «quedó gente toda la noche diseminada por los puigs» cercanos.

Por lo demás, las fiestas de Sant Vicent de sa Cala no han cambiado demasiado en las últimas décadas. Cuando no había tanta abundancia de alimentos, «no invitaban a buñuelos ni orelletes, como se hace ahora», rememora Juan. Entonces el día de Sant Vicent se quedaba en una misa algo más larga, con la procesión de imágenes, y después «cada uno a su casa».

La iglesia, eso sí, se viene decorando igual que entonces. En todos los arcos y vanos se instalan palmas, algunas con bellos trenzados, y también se decora cada banco del interior de la iglesia con estos sencillos elementos. Dicen que en cada templo de la isla se hacía de una manera distinta. En Sant Carles, por ejemplo, se usa más el mirto, que también se combina con la palma, y en otros templos se escogen las cañas como principal elemento orgamental del día del patrón, para diferenciarlo de un día normal.