La voz de Raúl Zurita se levanta sobre su cuerpo. Fuerte, densa, corpórea. «Mañana me marcho, papá…», recita con esa voz que no parece suya y que parece surgir del pasado, tan diferente a la que hace sólo unos instantes ha utilizado para explicar que los poemas que golpean en el plexo solar al público los ha escrito en la última década. «Son de un libro que terminé y que me tuvo empeñado los últimos diez años», comenta con la voz del presente, susurrante, el poeta chileno, encargado de cerrar con su lectura la tercera edición de las jornadas literarias Ibiza, Puerto Mediterráneo del Libro.

«Las únicas flores que se dan son las piedras…», continúa Zurita su primer poema, que prepara al auditorio para revolverse en las butacas al ritmo de sus entrañas. Incluso los estudiantes de instituto que hace unos minutos manoseaban despreocupados los libros que han leído en clase se quedan momentáneamente sin sonrisa. «Mi amor está triste porque me morí. Dice que nunca más las flores abrirán ni mi sonrisa verá más…», continúa leyendo mientras en el escenario todo menos su figura iluminada parece desdibujarse. El director de las jornadas, el también poeta Gabriel Torres Chalk, se echa hacia atrás en su silla, fundiéndose con el fondo negro. Zurita continúa pasando los folios blancos en los que lee sus poemas cargados de dolor «…y son como cuchillos cartoneros las lágrimas cortándome la cara…» que van llenando de imágenes casi insoportables la puerta de atrás de la retina de los asistentes. Zapatos clavándose en caras, bayonetazos que rompen dientes, dictadura, vergüenza, filas de prisioneros, vidas hechas piedra, un brazo que cae al suelo, un cuerpo degollado, vidrios rotos, madres que venden los «blue jeans» de sus hijos, nichos que guardan un país.

La voz de Raúl Zurita crece con el dolor. Toma prestada una letra de Víctor de Jara –«…levántate y mírate las manos…»– para uno de sus sueños dedicados a Kurosawa en el que el cantante se le apareció. El público apenas se atreve a aplaudir. Parece que las bayonetas en forma de versos les han cortado los brazos como en uno de los poemas. Aplauden, sin embargo, cuando Zurita cierra los ojos y continúa gritando el dolor de Chile. Pero en seguida vuelve el silencio, sólo interrumpido por las risas de algunos adolescentes al escuchar en boca del poeta palabras prohibidas.

«Pegado, pegado a las rocas, al mar y las montañas. Pegado, pegado a las rocas, al mar y las montañas. Murió mi chica, murió mi chico, desaparecieron todos. Desiertos de amor». Y se apaga la voz que lleva más de media hora desgarrando de nuevo el cuerpo del poeta. Los asistentes respiran. Aplauden. Algunos entienden por qué el director de las jornadas ha presentado a ese hombre como «el maestro». «Un año más me he quedado sin palabras», esboza antes de que el teniente de alcalde, Vicent Ferrer, cierre oficialmente, también con las mínimas palabras –«el año que viene habrá más»–, cinco días de literatura.