Las palabras de Raúl Zurita (Santiago de Chile, 1950) aparecen en la conversación con esfuerzo pero lúcidas, aparecen para nombrar aquello que merece ser dicho. Es uno de los poetas más importantes que ha dado Chile, un país con una gran tradición poética. Vive por y para las palabras, encaramado a su misterio profundo, comprometido con la libertad que otorgan. Marcada por las atrocidades del régimen de Pinochet, su poesía clama por la dignidad y la justicia.

—Acaba de llegar de Chile, donde la tierra todavía tiembla estos días...

—El lugar común que dice que Chile es tierra de terremotos es una verdad irrefutable. Tenemos el record del terremoto más grande registrado, en el año 60, que llegó a cambiar la geografía, el curso de los ríos. Pero curiosamente, de nuevo esta catástrofe te pone frente a un hecho: la prensa internacional la ha seguido tres días y luego se ha olvidado de ella, por el simple hecho de que no ha habido tantos muertos como en Haití o en Indonesia... No es noticia. Hay algo profundamente cruel en este caos de la civilización. Y al mismo tiempo se dan una serie de contradicciones internas, arrogantes y falsas, por parte de gobierno.

—¿Quiere decir que el gobierno no lo ha gestionado bien?

—Quiero decir lo siguiente: la sociedad chilena tiene un barniz muy superficial de democracia, de pujanza económica y, de pronto, un terremoto rompe esta fragilísima autoimagen y la convierte en un país profundamente herido, con saqueos que ahora se ven con espanto pero que sólo reproducen la situación real de los últimos cuarenta años. Chile es un país absolutamente atravesado por la iniquidad y la injusticia, y estas reacciones, como los saqueos, que a tantos no gustan, revelan el estado de un país en permanente terremoto. La derecha se ha quejado de que tardaran en salir los militares a la calle. Está claro que prefería que se matara a los saqueadores... Cualquier cosa antes de manchar la autoimagen de Chile. El desprecio por la vida es muy hondo en nuestro país. Y a esto hay que añadir esta declaración tan desafortunada del gobierno al decir que Chile no necesitaba ayuda exterior, una declaración llena de arrogancia y autoafirmación. Los hechos han demostrado lo contrario.

—El terremoto ha coincidido con un cambio de gobierno: la izquierda ha cedido el poder a la derecha.

—Para un 49% de los que fuimos a votar, efectivamente puede decirse que ha habido una ´coincidencia´.

—Usted ha seguido siempre muy de cerca los acontecimientos políticos de su país hasta el punto de que participó activamente en la campaña presidencial de Ricardo Lagos.

—Sí, pero dejé de hacerlo porque me llevé una profunda decepción. Apoyé a Lagos, un socialista. Fue un espejismo mío, pero pensé que, por lo menos... en fin, no digo que hacer una revolución, pero sí construir un modelo económico de mayor justicia. Pero ocurrió todo lo contrario. Así que dejé de participar del oficialismo y de eso hace ocho años.

—¿Poesía y acción política combinan bien?

—En Latinoamérica hay una profunda tradición de participación de los poetas en las luchas políticas e ideológicas, aunque apenas ninguno se ha dedicado a la actividad política. Es más una actitud de compromiso ideológico. Esto es lo usual en Latinoamérica, aunque yo creo que se trata más bien de un compromiso que atañe a los comportamientos privados. Otra cosa es la obra poética de cada cual.

—¿Debe la poesía hablar de política?

—Hay dos extremos bastante peligrosos. Por una parte está el poeta frente al cual el noticiario lo hace mejor, que practica una poesía que quiere ser actual y contingente, pero que no puede competir con la prensa... Y en el otro extremo está aquel que practica una poesía que sólo habla de sí misma, se interroga a sí misma, y que a mí me aburre. Creo en la poesía como un arte que siempre es capaz de romper.

—¿Cómo recuerda ahora su etapa bajo la dictadura de Pinochet y que tanto ha marcado su vida y su obra?

—Como una etapa terrible y oscura. Sin embargo, en aquella etapa también emergió lo mejor de nosotros mismos. Todo era profundamente adverso y, sin embargo, surgieron los sueños, el amor, el compañerismo, la amistad. Todo esto terminó también con la dictadura. Estuve en la cárcel, el mismo 11 de septiembre, detenido en una razia masiva, en Valparaíso, a las seis de la mañana. Nos llevaron a un barco. Fue una experiencia terrible y me siento un superviviente. Creo que Chile no ha podido superar aún aquellas heridas de la dictadura, vuelven una y otra vez. Queda una imagen de no conformidad con uno mismo. Recuerdo mi experiencia personal: conseguí una beca Guggenheim en 1982 y me fui a Estados Unidos. ¿Qué hice para superar mi depresión? Me dediqué a comprar todos los días, ropa sobre todo, cosas que no había comprado nunca, comprar y comprar. En fin, luego la depresión volvió con más fuerza.

—En su libro ´Inri´ ahonda en la terrible experiencia de la muerte y los crímenes durante la dictadura. ¿Puede reescribirse la tragedia?

—Lo que sucedió es irremediable. Libros como ´Inri´ esconden una condición paradójica, porque se trata de reparar algo cuya reparación es imposible. Y tampoco para sí mismo, la poesía ni siquiera alivia. Porque ¿quién escribe en realidad? Los griegos tuvieron una respuesta maravillosa: las musas. Ahí están. Hoy nos parece infantil esta respuesta, ingenua, pero se trata de una respuesta que no ha sido superada. Cuando comienzas a escribir, comienzas a hablar de otra manera, incluso cuando la poesía es más o menos conversacional. ¿De quién es esa voz que habla en los poemas? No hablo así usualmente, por tanto, ¿por qué construyo ese mundo, quién ocupa mi cuerpo? En fin, son preguntas... Durante un año estuve escribiendo ´Inri´. Al principio, cada día me ponía a escribir dos líneas y tenía que dejarlas, me aterraba seguir. Era algo muy cercano al trance, que ya sé que suena grandilocuente, pero quiero decir que fue una experiencia de gran intensidad. Si ahora me obligaran a seguir o a añadir algún poema al libro, no podría hacerlo.

—La experiencia intensa y radical ha estado siempre presente en su obra, con actuaciones como escribir en el desierto o incluso en el cielo...

—Escribí una frase en el desierto, en 1993, con excavadoras, en una extensión de unos tres kilómetros y medio, una frase que dice ´Ni pena ni miedo´, y que me sorprendo hoy viéndola en Google Earth... Se trata del verso último de mi libro ´La Vida Nueva´. Lo considero el poema más interior, íntimo, que he escrito. También me pareció bello ocupar el cielo como página, y en Nueva York, con cinco avionetas, escribimos un poema de quince frases, con el humo. Un poeta no debe ponerse límites, porque ya vendrán los demás a ponérselos.

—La naturaleza en su poesía también aparece como una experiencia radical...

—Es una naturaleza en movimiento siempre. El desierto, el mar, la cordillera, para mí son grandes imágenes de las pasiones humanas. Los paisajes son como telones en blanco que la pasión de vivir va llenando.

—Después de tantas experiencias intensas en su vida y en su obra, ¿qué es para usted la poesía hoy?

—Es ese espacio que media entre la infelicidad real y el vislumbre del paraíso. Para mí la poesía es una experiencia y una pasión extremas.