No se les escapará ni una palabra del maestro, Premio Nacional de Literatura de Chile hace diez años, cuyas dos clases de poemas y emociones sirven de aperitivo a la tercera edición de las jornadas literarias Puerto Mediterráneo del Libro, que comienzan mañana. Las palabras con las que Gabriel Torres Chalk, director del encuentro, presenta a Zurita («privilegio», «maravilla») tiñen de grana al poeta, hoy profesor, que incluso se pasa las manos por la cabeza en un exorcismo de timidez antes de sentarse en la mesa, casi tocando con las rodillas a los que se sientan delante, y comenzar la clase con su voz de desierto.

«¿Qué añade un poema de amor al amor? ¿Qué añade un poema sobre el mar al mar?». Las preguntas del poeta casi se pueden ver. Zurita sigue hablando, pero las preguntas revolotean por el aula, entre las cabezas de los alumnos. «¿Por qué en lugares tan maravillosos se escribe poesía?», insiste Zurita, que se apresura a responderse con calma: «Puedo aventurar muchas respuestas, podéis decir lo que queráis y nadie dirá una tontería». Para no morir. Para ser parte de la belleza. Para construirse. Para guardar ese momento de cara al futuro. «Yo no os voy a decir ´es esto´ y os vais a desmayar», comenta. Y sin embargo, a alguno le tiemblan las piernas al escuchar ese ´esto´ que el profesor había prometido no decir: «A veces creo que escribimos poesía porque no hemos sido felices».

Algunos suman una duda negra a las preguntas medio olvidadas que continúan sobrevolando la clase. Pero el profesor va más allá: «Dentro del lenguaje nunca podremos ser felices». Y se explica usando como ejemplo algo que todo el mundo cree entender. «Entre dos que se abrazan sobran las palabras. No hay que decir nada», indica antes de detenerse en la magia de los «grandes poemas de amor», esos que son «sólo papel y palabras» pero que llenan de mariposas o polillas el estómago como lo hacen las palabras atropelladas, los silencios, el tartamudeo o la mudez de las declaraciones de amor.

Versos sin reglas

La métrica y las rimas con las que se construirán los poemas en la clase sorprende a los alumnos, que siguen pensando en amores leídos y perdidos. «Todo poema construye sus propias reglas, que pueden coincidir o no con las del soneto y habrá tantas formas diferentes de sonetos como grandes sonetos existan», desgrana en un comprensible trabalenguas con el que invita a sus alumnos a explicar qué se les ha perdido en un taller de poesía.

Marga confiesa que le encanta la poesía a pesar de su ritmo lento de lectura. Paula, que ha cogido una de las preguntas volantes, está convencida de que la poesía existe para modular los ojos, para prepararlos para la belleza.

Violeta, apenas una niña, confiesa que ha dejado atrás su etapa de escritora y que su nueva faceta de lectora la tiene ahora paseando por ´El diario de Anna Frank´. Soledad, psicóloga, asegura que usa sus conocimientos como terapia para los demás y la poesía como terapia para ella. Ingrid espera ver publicado pronto su libro de poemas.

Clea cree que es «demasiado feliz para escribir» y que por eso sólo lee. Zurita alza su voz por encima de las risas de sus compañeros: «Mi sueño es dedicarme a leer y fumar». Norma reconoce que escribir algunas cosas le causa tanto dolor que la deja muda durante un tiempo y que lee poesía porque «se aprende más de los hombres y las mujeres que leyendo un libro de historia. Pablo, el otro niño, afirma rotundo desde la última fila que escribir es algo «natural» que sale de uno mismo y que debe hacerse «con fluidez, no por obligación».

Zurita responde a sus vehementes palabras con una sonrisa de afirmación, la misma con la que les anima a tomarse un descanso, «cinco minutos», antes de empuñar lápices y bolígrafos para escribir animados por la felicidad que les falta: «Hasta el poema más ligero esconde, en alguna parte de él, la obra maestra que nunca pudo ser».