Hotel España

«Mi padre fue el riguroso pionero de la hostelería ibicenca»

«Puede decirse que mi padre fue el riguroso pionero de la hostelería ibicenca. En septiembre de 1932, inauguró el primer establecimiento en Ibiza con el nombre de hotel, el Hotel España, pero con tan mala suerte que sólo veinte días después de la inauguración, ya en octubre, el edificio se vino abajo y quedamos arruinados. Recuerdo que habíamos ido a Barcelona, mis padres, mi hermana y yo, para comprar todo lo necesario para el hotel, vajillas, cristalerías, ropa de cama, etcétera. Yo tenía 8 años y recuerdo algunas cosas de aquel viaje alegre y lleno de esperanza.

Mi padre había sido maitre de hotel en Barcelona y cuando regresó a Ibiza compró la fonda de Can Rayus, que estaba justo donde paraban los autobuses que llegaban de los pueblos, así que le fue muy bien. Compró el edificio para el Hotel España, pero la tragedia de su derrumbamiento alteró todos sus planes. No se sabe bien por qué se hundió, seguramente por viejo. Pero el caso es que mi padre reconstruyó el hotel y dos años después ya estaba listo de nuevo.

En aquellos primeros años de mi vida, la influencia de mi madre fue decisiva. Tenía una voz muy bonita, muy timbrada, y sus canciones se me quedaron grabadas para siempre. Ella fue sin duda el origen de la intelectualidad en nuestra familia, era una potencia intelectual natural. Era una mujer muy solidaria, recuerdo que en nuestra fonda de Can Rayus, todos los sábados se formaba una gran cola porque mi madre se ocupaba ese día de dar limosna a los pobres».

Primeras lecturas

«La biblioteca de la Caja de Pensiones se convirtió en mi hogar intelectual»

«Fui al colegio de las monjas de la Consolación. Recuerdo el influjo religioso, pero también musical. Había una monja muy pequeñita, que llamábamos Sor cacauet, que tocaba el piano y nos hacía cantar. De hecho, luego estudié música y fui músico de la banda municipal. En este colegio tuve, claro, mi primera experiencia lectora. Recuerdo que compraba tebeos en Casa Verdera y coleccionaba cromos de Historia Natural y de la colonización de América. Este último tema me impactó mucho, con aquellos cromos a color de naves, indios de vistosos plumajes, exótica naturaleza... Me pregunto todavía si mi dedicación científica americanista tuvo su origen en aquellas colecciones infantiles.

Empecé pronto también a leer a Julio Verne, a Alejandro Dumas, a Stefan Zweig. En esta etapa, cuando yo tenía unos once o doce años mi hogar intelectual pasó a ser la Caja de Pensiones, es decir, su biblioteca pública. Me entusiamaba leer las actas de las sesiones de cortes, con los discursos de los diputados. Leía también a Cesare Cantú, a Pijoan y su Historia del Mundo. Y me gustaba mucho el cine. Veíamos películas en casa de unos amigos, con una Pattek-Philippe, dibujos de Disney, películas del Oeste...

En 1931, con la República, toda la enseñanza pasó a ser laica. Ahora veo que mi primera educación se complementó bastante bien: primero con una enseñanza religiosa, después con otra laica. Tuve entonces a dos buenos maestros: Joaquín Gadea y Emilio García Rovira. Las clases estaban en el paseo Vara de Rey. Pasé un mes en las colonias escolares, en es Canar, una cosa a la que la República daba mucha importancia. Como yo sabía ya algo de francés, me hacían siempre cantar La Marsellesa.

La República daba también mucha importancia a la enseñanza de manualidades. Me apunté a encuadernación. Conservo alguna de aquellas encuadernaciones que hice. Gadea y García Rovira eran unos grandes maestros, aunque con una tendencia al adoctrinamiento. La verdad es que el cambio de sentido pedagógico que experimenté fue muy notable.

En el 36 pasé al Instituto, donde entré en contacto con los que serían amigos e interlocutores intelectuales para toda la vida: Villangómez y Fajarnés».

Macabich, Villangómez y fajarnés

«Entablamos una amistad que ha durado toda la vida»

«Cuando estudiaba en el instituto, Villangómez y Fajarnés daban algunas clases, normalmente de literatura. Desde entonces entablamos una amistad que ha durado toda la vida. No he tenido un interlocutor más constante que Villangómez. Le encantaba la historia y siempre me preguntaba por las novedades en el estudio o por cuestiones concretas. Como estudiante universitario, yo conocí el paso de la historia como disciplina narrativa a la historia como ciencia explicativa. Y este paso tan importante y decisivo en los estudios históricos le entusiasmaba a Villangómez de tal manera que puede decirse que estudió la carrera de historia a través de nuestras charlas de verano.

Lo mismo con Enrique Fajarnés, con quien coincidía en muchos aspectos intelectuales. Si con Villangómez, por ejemplo, discutía a veces por su rígido catalanismo, con Fajarnés tenía más puntos en común. Villangómez quería, por ejemplo, que yo escribiera en catalán y así me lo hacía saber una y otra vez. Fajarnés y yo estábamos en contra de este paroxismo identitario catalanista, así como de la imposición de la lengua catalana de Barcelona.

Además, como investigador, he podido estudiar a fondo, ahí están mis libros, los cinco siglos de feudalismo catalán en Ibiza, un sistema que sólo era rentista, que fue incapaz de crear una escuela, que mantuvo la pobreza, el atraso y el analfabetismo durante medio milenio. Cuando llegan los primeros ilustrados a la isla, escriben unos informes que son aterradores. Bueno, todo esto se lo explicaba entonces también a Villangómez: yo le decía que, con los datos en la mano, los catalanes nos debieran parecer completamente extraños...

Otro profesor mío y después amigo fue Macabich, que me quería muchísimo y yo le he profesado admiración siempre, aunque no fue un interlocutor tan constante como Villangómez y Fajarnés. Fue mi maestro y mi director espiritual. Admiraba su sensibilidad poética. Trabajé con él en el Archivo, en su casa y en el Instituto.

La Ibiza de mi infancia

«En Ibiza había mucha dignidad pero poco dinero»

«La Ibiza de mi infancia y juventud era una comunidad casi familiar, todos nos conocíamos, todos compartíamos el dolor o la alegría de los otros. Es cierto que podías dejar la llave en la puerta de la casa y marcharte. Pero también había una gran pobreza. Una pobreza que venía de lejos, como ya he explicado. En el feudalismo trabajaban los esclavos. En la conciencia del ibicenco estaba aún arraigada la idea de que el trabajo era cosa de esclavos.

Por consiguiente, en la Ibiza de los años 20 y 30, que era la Ibiza de mi infancia, había mucha dignidad pero poco dinero. Era una comunidad muy alegre pero claramente atrasada.

Durante la guerra civil, nos fuimos a la casa del hermano mayor de mi padre, que era el hereu y vivía por tanto en la casa familiar, en Talamanca. Había una vista extraordinaria. Desde allí pude ver, por ejemplo, los bombardeos del 13 de septiembre. No sé por qué nos fuimos pronto de allí, seguramente porque mi padre no estaba a gusto en una casa que no era ya la suya. Entonces unas cuantas familias nos juntamos para instalarnos en un edificio abandonado en Sant Jordi.

El bombardeo del acorazado alemán ´Deutschland´ por parte de aviones republicanos lo vi en Platja d´en Bossa, mientras nadaba tranquilamente con los amigos. A pesar de todo, aquel tiempo de mi infancia en Sant Jordi lo pasé bastante bien».

Universidad en Valencia

«Mi padre me insistió para que fuera a la Universidad de Valencia»

«Acabé el Bachillerato en el Instituto de Ibiza. Había perdido dos cursos por la guerra y tuve que hacerlos en un año. Tuve la inmensa suerte de poder estudiar el Plan de Bachillerato de don Pedro Sainz Rodríguez, de 1938, el mejor bachillerato de Europa y, por supuesto, el mejor que ha habido en España. Siete años de literatura, de latín, de historia...

No puedo olvidar, entre mis profesores, a don Manuel Sorà. Cuando, años después, conseguí el Premio extraordinario de doctorado de Historia y la Sociedad Ebusus me dedicó un homenaje, le agradecí a don Manuel Sorá, que estaba presente, su magisterio. Mi vocación por la docencia nació directamente de sus clases.

En 1943 me fui a estudiar a Valencia. Fue mi padre quien me insistió para que hiciera estudios universitarios en Valencia. Si la influencia de mi madre fue decisiva en mi infancia, en este otro periodo de mi juventud fue mi padre quien más influyó en mis decisiones.

Me matriculé en la Facultad de Filosofía y Letras, sección Geografía e Historia. Allí encontré a mis primeros maestros en esta disciplina, como don Manuel Ballesteros, cuyo padre era también catedrático en Madrid, don Antonio Ballesteros, autor de los diez tomos de la editorial Salvat: ´Historia de España y su influencia en la Historia Universal´.

A él acudí con una carta de recomendación cuando acabé mis estudios en Valencia y fui a Madrid para hacer el doctorado. Fui profesor ayudante suyo en la Universidad. Me hizo dar, recién licenciado, mis primeras clases de Historia de América».