Después de haber viajado por prácticamente todo el mundo y de exponer en lugares tan diferentes como Dubai, Grecia o Alemania, el pintor Robert Arató (Checoslovaquia, 1959) parece que ha encontrado su sitio. Su última exposición, en la Terminal 2 del aeropuerto de Barajas, trata de su relación actual con Ibiza y el mar pitiuso. Un total de 25 lienzos, que oscilan entre los dos y los seis metros de ancho, es lo que el artista expone en estos momentos en el aeródromo madrileño. Alejado de la escena más comercial del mundillo del arte, y con una vida social llena de pintura y jazz, Arató habla claro sobre las necesidades organizativas que aún hoy encuentra en la isla en la que reside.

—Usted se crió en la ya desaparecida Checoslovaquia y ha pasado gran parte de su vida en Alemania.

—Sí, nací en Eslovaquia, al este del país, donde están las montañas. Cuando tenía nueve años se produjo la entrada de los rusos en el país. Es lo que luego fue conocido como la Primavera de Praga. Fue entonces cuando nos escapamos a Alemania, yo junto a mi familia. Mis padres estaban en una situación de riesgo por los cambios políticos que se estaban produciendo en el país. Una vez en Alemania estudié, hice la vida normal que podía hacer un estudiante, y empecé a introducirme en el mundo del arte. Sin embargo, tenía gran ilusión por conocer Estados Unidos y me marché. Debía ser alrededor del año 1980. Hice un viaje de costa a costa con los Ángeles del infierno, en motocicleta, desde la ciudad de Washington hasta San Francisco. Una vez allí encontré una academia de arte, donde decidí apuntarme de inmediato.

—¿Cómo vivió la Primavera de Praga?

—Entonces yo era muy joven y aquello fue como una opereta. En la montaña no pasó mucho. Los rusos que entraron por aquella zona eran chicos muy jóvenes, casi niños. Recuerdo que por entonces era verano y ellos llevaban grandes abrigos de invierno ¡en pleno agosto! Era un ejército realmente pobre, la maquinaria se les estropeaba constantemente. Los eslovacos y los checos somos gente muy pacífica, no nos gusta la guerra, así que en mi zona no hubo muertos ni tampoco hubo que lamentar grandes tragedias.

—Algunos años más tarde, cuando usted ya residía en Estados Unidos, descubre la física cuántica.

—Sí, pero ante la falta de medios económicos para poder estudiar allí tuve que volver de nuevo a Europa, que era lo más cómodo para mí en ese momento. Empecé con la física, pero lo dejé por el lenguaje matemático. Era mucho trabajo, al final, en vez de hacer de ello mi profesión terminé por adquirirlo como pasatiempo.

—Y como pintor, ¿qué referencias ha tenido?

—No tengo ninguna, no me interesa el trabajo visto desde el punto de vista artístico. Me es indiferente ser abstracto o expresionista. Tiendo más a una mirada casi científica.

—En su última exposición, titulada ´Pintura cuántica´, busca ligar arte y algo tan ajeno para la mayoría de las personas como es la propia física cuántica.

—Para mí la física está directamente relacionada con el conocimiento de la energía, no con el tema matemático o racional. Es una conciencia de posibilidades, no de hechos o eventos. Aquí no funciona la racionalidad dura de la física común, tiene mucha más poesía, límites abiertos. Para mí la pintura no es un instrumento para expresar sentimientos, dolores o mi propia historia. Mi persona no importa dentro de mi obra.

—Con la exposición de Madrid, en la que invade el aeropuerto de mares y colores, parece que ha conseguido el imposible, llevar el mar a esa ciudad.

—Creo que el mar es un elemento universal, todos lo llevamos dentro de nosotros mismos. De pequeño, cuando vivía en las montañas de Eslovaquia, lo que más me ilusionaba era poder ver el mar. Es una de las razones por las que ha acabado aquí, quería tenerlo cerca de mí. Tiene una energía diferente a la que te ofrece la montaña, da mucha más libertad, es prácticamente infinito. Y bueno, en Madrid comen mucho marisco, más por cabeza que en cualquier otro punto de España, así que alguien les tenía que llevar de una vez el mar.

—¿Qué le da el mar pitiuso que no le ha dado el resto?

—En primer lugar, es el más bello que he conocido nunca. He estado en otras partes del mundo y ninguno me parece tan impresionante como éste que tenemos aquí. El agua de este lugar es maravillosa. El mar que se puede ver en Formentera es realmente mágico. Tiene una calidad extraterrestre. La transparencia, su movimiento... Es un elemento muy complejo, pasan muchas cosas dentro de él, es muy vivo. Parece como si bailase, como si tuviese ritmo propio.

—¿Echa algo de menos en la vida cultural ibicenca?

—La única cosa que falta en la isla es infraestructura. Ibiza es un lugar único en cuestión de cultura. No es como una metrópolis donde tienes una oferta pública. Sin embargo hay un potencial de recursos humanos muy importante. Además, siempre hay una energía creativa que está presente en todas partes, es algo como atmosférico, que no he conocido en ninguna otra parte del mundo. En el arte visual hay un potencial enorme, no descubierto, que ha nacido aquí y no se puede ver. Es una lástima que no esté organizado, que no haya información, infraestructuras, mejor coordinación de los artistas, más trabajo internacional... Esto no es demasiado difícil porque estamos organizados en casi todos los países. Aunque quizás, la anarquía ibicenca tenga un porqué, y ése sea el origen de que aquí exista una creatividad especial.

—¿Lleva mucho en la isla?

—Vivo en Ibiza desde hace alrededor de 13 años. He encontrado el sitio ideal. En cuanto llegué supe que este era el sitio donde debía estar. Me encanta la energía que existe aquí. Es uno de los pocos sitios donde la libertad actúa como una tradición. Ibiza es una isla que nunca se ha dejado dominar, siempre ha mantenido su manera de vivir, aunque abierta a otras culturas. Yo mismo, como inmigrante, me he sentido muy acogido por todo el mundo desde el primer momento.

—¿Qué le ha aportado su vida en la isla?

—Tranquilidad. Vivo muy tranquilo. Me levanto todos los días entre las 9 o las 10 de la mañana y me planteo qué cosas hacer, si hay que hacer papeles, responder emails, etcétera. También tengo muchas visitas, que no avisan, pero que tampoco distraen. No pinto todos los días porque es algo parecido a hacer el amor. Se trata de algo que no puedes hacer todo el tiempo.