«Hemos pasado tres meses de auténtico infierno. Hemos aguantado todo el verano, pero ya no podemos más. La situación es insostenible. Estamos martirizados». Así se expresa Laura Vallejo, una ibicenca de 33 años, madre de un niño de 23 meses, quien mantiene que desde principios de agosto ni ella ni su marido ni su hijo pueden conciliar el sueño por las noches, por el ruido procedente del bar musical El Soto, contiguo a su vivienda. Al considerar que esta situación puede afectar gravemente al desarrollo de su hijo, los padres han interpuesto la correspondiente denuncia en las oficinas de la fiscalía de menores.

Laura, acompañada por su marido, Antonio Coll, muestra un fajo de papeles con las denuncias presentadas en los juzgados de Ibiza, tres desde el 21 de septiembre, y también certificados médicos que acreditan que se encuentra en tratamiento médico por dolencias que sufren debido al insomnio. A ella se le ha diagnosticado gastroenteritis y ansiedad y está a la espera de una consulta con el psiquiatara.

Antes de acudir a los juzgados este matrimonio había denunciado la situación ante la Policía Local de Vila, lo que motivó una serie de mediciones sonométricas en su domicilio, según las cuales el bar sobrepasaba los niveles de ruido permitidos. Entre el 7 de agosto y el 4 de octubre la policía de Medio ambiente realizó diez mediciones que resultaron positivas, es decir, constataron que el bar superaba el límite de ruido permitido.

«El ruido es inaguantable»

Aseguran que a consecuencia de estas actuaciones, se precintó el equipo de música durante varios días, aunque el precinto fue retirado tras una medición que resultó negativa. Al reproducirse las molestias y las consecuentes denuncias, la Policía obligó al responsable del local musical a instalar un limitador de decibelios, pero ese equipo ha sido «puenteado» y se han instalado otros altavoces exteriores, con lo que el ruido vuelve a ser «inaguantable».

Laura asegura que los tres miembros de su familia son los únicos vecinos afectados por esta situación, ya que su vivienda es contigua al local, mientras que las restantes del bloque están separadas del bar. Ella está convencida de que existe alguna solución técnica para insonorizar debidamente el bar. Afirma que ha encargado por su cuenta un estudio sobre vibraciones que ha dado negativo, por lo que el problema se ocasiona porque el sonido se filtra por alguna parte.

El principal perjudicado es su hijo, cuyo dormitorio linda con el bar. En esta habitación el ruido resulta molesto incluso cuando las mediciones sonométricas efectuadas por la Policía Local indican que el volumen está dentro de lo permitido (por debajo de los 25 decibelios), apunta Antonio. «Nosotros no tenemos ningún interés en que este señor tenga que cerrar su negocio ni que pague multas al Ayuntamiento, por muy elevadas que sean, porque estas no resuelven nuestro problema –comenta Laura– . Lo único que pedimos es que insonorice debidamente su local, con el fin de que no-sotros podamos dormir».

El matrimonio señala que el propietario del bar El Soto les ha ofrecido a través de una tercera persona cambiarles su vivienda por un piso en Can Misses, pero ellos no aceptan esta solución. Esta casa ha sido la vivienda familiar de Laura desde que nació y la ha heredado de su padre, y no está dispuesta a abandonarla porque un vecino se esté excediendo con los ruidos. «Que insonorice el local, que si tiene dinero para comprar un piso en Can Misses, también lo tendrá para algo a lo que está obligado por ley», sanciona la vecina afectada.