Las hostilidades se iniciaron al toparse una patrulla cartaginesa con un grupo de romanos acampados en las inmediaciones y fuertemente armados. En total, unos 30 hombres se enfrentaron a muerte (de mentirijillas) en un combate muy igualado, dada la similitud del armamento de ambos bandos, y en el que no hubo que lamentar víctimas mortales. A pesar de la abundancia de armas blancas afiladas, el recuento de bajas se redujo a un herido en una batalla más de la dura Segunda Guerra Púnica, que enfrenta a dos imperios irreconciliables: cartagineses y romanos luchan por ampliar sus fronteras con los iberos como aliados ocasionales de ambos bandos.

Los colectivos Athenea Promakhos, Hispania Romana y Attio acudieron a la llamada de la recién creada Asociación Iboshim con soldados llegados de Barcino (Barcelona), Saldyva (Zaragoza), Akra Leuka (Alicante) y Bilbao (que no existía todavía) para la lucha.

Cala Vedella fue el escenario elegido para la segunda jornada de recreación histórica de los episodios bélicos ocurridos en el siglo II antes de Cristo, en la que han colaborado cuatro asociaciones de aficionados a la historia, tanto como para enfundarse en trajes escrupulosamente fieles a la época y pasar un fin de semana en Ibiza viviendo tal como lo habrían hecho los protagonistas de aquella guerra.

La mañana del sábado transcurrió sin incidentes, con cartagineses, romanos e iberos ensayando sus formaciones y preparándose para el inevitable entrechocar del metal. Tras una comida bárbara, en la que primó la alimentación digital (con los dedos), los soldados dormitaron bajo los pinos hasta la llamada del cuerno al combate. Entondes, filmados por un equipo de cámaras que rompía la coherencia histórica, se produjo el combate que será recordado en los anales, gracias al material registrado principalmente.

Como en cualquier época, tras el combate los soldados se dedicaron a fanfarronear sobre el resultado, enseñando su armamento al público asistente. Así, los visitantes pudieron saber que la aguda punta del gladius romano permitía ahorrar movimientos al soldado, ya que se podía ensartar al contrario en lugar de golpearlo con la hoja: «De 15 a 20 centímetros de hoja en el abdomen. O te desangrabas o te mataba la infección», ilustraba un legionario. «Mortal de necesidad» insistía otro. Juan Carlos Segura, laietano procedente de Barcino, exhibía su falcata, espada copiada por Alejandro Magno un siglo después, y sus soliferros, potentes jabalinas de hierro que atravesaban cualquier armadura de la época y que revisarían los romanos en sus pilum (lanzas). Eduardo Guillén, presidente del grupo Athenea, lucía una coraza musculata, y explicaba que fueron las personas –el cansancio de Cartago– y no las armas las que decidieron la guerra.