Josefina Escandell, ´Pepita Rayos´, recuerda sentada en una silla al revés, como si fuera una niña, la rabia que le dio tener que abandonar sus sueños de cantante para volver a Ibiza. Antoni Planells, ´Toni de´n Planes´, no puede evitar una risa al rememorar aquellas inglesas tan pintadas y resueltas que dejaron ojipláticos a unos balladors viajeros de la época de Franco. Y Vicent Tur no puede olvidar que cuando hacía la mili perdía cuatro días de permiso para ir desde Mallorca a Formentera. Estos recuerdos, y algunos más, en forma de vídeos, forman ya parte de Memoro, el banco mundial de la memoria.

Las palabras de los tres pueden verse una y otra vez. Todas las que se quiera. Sólo hay que entrar en la página web www.memoro.org seleccionar el país, el idioma y teclear en el buscador las palabras Ibiza y Formentera. Así se abre el banco de la memoria de las Pitiusas que, de momento, está formado por los recuerdos de dos ibicencos (Josefina Escandell y Antoni Planells) y un formenterés (Vicent Tur), que uno de los cazadores de recuerdos de la organización recopiló en un viaje a las Pitiusas realizado a finales del pasado mes de agosto.

Dos días de viaje a casa

Vicent Tur Serra habla sentado en lo que, por el ruido ambiente, parece un bar de Formentera. Al fondo de la pantalla se ve un teléfono negro. Antes de cada una de sus intervenciones aparece su nombre junto a la fecha de nacimiento: el 9 de febrero de 1930. Este formenterés tiene tres recuerdos en el banco: ´Temps difícils a Formentera´, ´Un home de camp i mar´ y ´Formentera, passat i present´. Hace apenas diez días que están colgados en la web. Y ya se han visto más de seis veces cada uno de ellos. «A mí me gusta la isla antes y ahora», afirma Vicent mirando a su interlocutor, al que se oye en ocasiones afirmando, riendo y animándole a seguir.

«Ahora se vive bien, hay dinero», comenta. El formenterés explica que cuando era joven, el barco que unía las Pitiusas sólo realizaba tres trayectos a la semana. «Ahora hay más de 30 al día», compara. «Hace años que tenemos el puerto de la Savina, pero antes los llaüts atracaban en la playa», recuerda antes de añadir que en ocasiones, bajaban a las mujeres a cuestas.

Si venir a Ibiza era complicado, Vicent recuerda los problemas que tenía para ir a su casa mientras estaba haciendo el servicio militar en Palma, donde estuvo como reportero para los suboficiales. «Me daban muchos permisos para ir a casa, pero eran cortos, de pocos días», afirma Vicent, que detalla lo que le costaba a su oficial comprender que ir desde Palma a Menorca le costaba dos días enteros. Y lo mismo volver. «El barco de Palma a Ibiza tardaba ocho horas y luego tenía que esperar hasta el día siguiente a las tres de la tarde, que era cuando salía el que iba a Formentera. El hombre no se lo creía», afirma.

Así, no es de extrañar que a Vicent le parezca «increíble» que ahora cualquier formenterés pueda ir y volver a la isla en un mismo día para pasar un día de trabajo o de compras en Barcelona, Madrid, Mallorca o Valencia. Vicent no pasa por alto la Guerra Civil, que califica de «hecatombe». Cuando comenzó él tenía seis años y recuerda que la gente lo pasaba mal, «tenía mucho miedo» y «los pobres presos pasaban hambre». Al recordar esos momentos, Vicent no puede evitar una exclamación: «¡No se puede hablar de crisis!». «En Formentera hay mucho dinero.

Crisis es lo que había después de la guerra, ahora se tira comida y se tira de todo», concluye Vicent.

Un ángel despistado

La parlanchina Pepita Escandell cuenta con cinco vídeos en este singular banco. Casi media hora de recuerdos contados con una sonrisa que se han visto más de una veintena de veces cada uno. Esta coqueta mujer, cuyo espíritu adolescente traspasa sus casi 90 años, explica su inquieta vida, marcada por el momento en que estaba a punto de estrenar ´La Bohéme´ y tuvo que regresar a Ibiza por la presión de sus padres. Estudiaba en el Conservatorio de Barcelona, donde compartió clases «con Montserrat Caballé» y vivía en una residencia de Montcada. Allí tenía una amiga a la que le escribía las cartas de amor de su novio. «Yo las escribía y luego ella las copiaba y se las enviaba. ¡Si él lo hubiera llegado a saber!», comenta con una sonrisa pícara.

La escritora recuerda que comenzó a escribir sus «pequeñas comedias» durante el tiempo que estuvo como profesora en un pueblo catalán en la frontera con Francia que parecía un belén». La profesora recuerda el ambiente de la escuela de Santa Gertrudis en la que dio clases durante diez años. «La gente era muy amable y si hacía falta alguna reparación siempre había alguien que venía a hacerla. Nunca faltó leña para la estufa. Luego, cuando di clases en Ibiza la gente era muy diferente», apunta antes de señalar que en Can Misses tenía que hacerse cargo de 52 niños de seis años.

Con aire soñador en los vídeos reconoce que la música ha sido su vida. «Un día me puse a tocar un poco el piano y me encontré que no sabía porque llevaba más de diez años sin tocarlo. Me entristeció mucho. No podía ser, así que cogí los libros de piano», recuerda antes de afirmar con orgullo que sigue dando clases de canto. Pepita no se olvida del teatro. Ahí vuelve a recordar aquella escuela catalana, donde se atrevió a coger a sus alumnos e irse de excursión a Barcelona para representar una obra. «Me hubiera valido más caer al fuego», comenta riendo.

Aunque en uno de los vídeos, reconoce que su aventura en la farándula comenzó «a los seis años» de manera un tanto curiosa. «Iba a las monjas de la Consolación y tenía que hacer de ángel. Le tenía que decir a la Virgen: ´Tomad, Virgen, esta canastilla´. Pero estaba tan asustada que me la llevé. Yo veía a mi familia haciéndome gestos con las manos, pero no sabía qué me estaban diciendo», narra riéndose y moviendo mucho las manos. «Entonces en Ibiza apenas había coches. Era muy tranquila y jugábamos en la calle, en Vara de Rey. Esto era un pueblo», concluye.

Un ´sonador´ en Gran Bretaña

Antoni Planells Tur, Toni d´en Planes, aparece en los vídeos en su taller de Sant Miquel rodeado de fotografías, juguetes e instrumentos musicales que va haciendo sonar así como va hablando de ellos. Toni cuenta su niñez, una época en la que la gente «pasaba hambre» y en la que los que vivían en Vila «no tenían nada» e iban a las casas del campo para pedir comida. «No había ninguna industria, sólo la pesca y las salinas», afirma antes de destacar que luego, los mismos que les pedían comida «se reían de los payeses» cuando bajaban a la ciudad.

El miqueler explica que su vida ha sido siempre, desde pequeño, el folclore. «A los catorce años iba a las iglesias a tocar. Sólo había otros dos de mi edad que eran sonadors», comenta. El folclore le sirvió al final para conseguir uno de sus objetivos: «conocer mundo». «En el 73 fuimos a Polonia. No había embajador y los otros grupos que participaban eran de la URSS, Italia, Francia y España. Conseguimos siete premios. En otros concursos de Madrid sólo te dejaban tocar cinco minutos y en Polonia había que hacerlo entre 35 y 45 minutos», señala.

Otro de estos viajes le llevó a Bruselas «justo después de morir Francia» para representar a Televisión Española. Aunque los recuerdos más divertidos que cuenta el ibicenco para Memoro son de un viaje a Gran Bretaña que la colla hizo en autobús. «Tardamos cuatro días en llegar. Era pleno verano, no había aire acondicionado y el chófer iba a toda pastilla. Ni dormía. Cruzamos el Canal de la Mancha, comimos en Londres a toda prisa, de pie, y partimos hacia Gales con una gran tormenta», narra.

«Aquello me pareció el cielo», confiesa en referencia a lo sorprendido que se quedó de ver a las parejas que se comportaban con toda libertad. «Aquí no podías darte ni un beso. Ibas al Club Náutico y si había el mínimo contacto te echaban de allí», afirma. «En Gran Bretaña había chicas guapísimas, con los labios pintados, que nos esperaban para pedirnos autógrafos», asegura en uno de los vídeos, en el que también recuerda que después de comer dormían la siesta con ellas bajo los árboles. «Hacíamos lo que podíamos», señala el folclorista, que no se olvida de explicar la reacción de los niños de ahora cuando en las escuelas les explica con qué jugaban sus abuelos de pequeños. «Disfruto mucho al ver a los niños reír cuando les digo que nos divertíamos con un cartoncito, que de cualquier cosa hacíamos un juguete o que los muñecos los hacíamos de barro», detalla al final de uno de los cuatro vídeos en los que ha guardado sus recuerdos, que desde hace diez días se mezclan con los de miles de personas de todo el mundo en este singular banco.