Una casa en Dalt Vila

«Mi infancia fue trágica, fue negra, fue terrible, porque me quedé huérfano a los 4 años»

«Soy ibicenco por los cuatro costados. Mis padres, mis abuelos y también, creo que menos uno, todos mis bisabuelos nacieron en Ibiza. Nací en 1927, en una casa que aún existe, en Dalt Vila, grande, tan grande que durante la guerra fue cuartel de Ingenieros. Luego fue también galería, la de Ivan Spence. No era propiamente la casa de los Llobet, sino la de los Arabí, como muestra el escudo que puede verse en la puerta de la calle Major, número 13, y es que era el padre de mi bisabuelo, don Mariano Ramón de Arabí el que vivía allí. Una hija de éste se caso con un Llobet, y allí nacimos mi abuelo, mi padre y yo.

Mi infancia fue trágica, fue negra, fue terrible, porque me quedé huérfano a los 4 años y éramos cinco hermanos. Primero huérfano de padre, en 1932, y al poco de madre, en 1935. Así que yo estuve con tías, con mi abuela paterna, que tenía más de 80 años, incluso interno en el colegio de la Consolación, que prácticamente lo inauguré yo. Fue una infancia triste. Al poco de morir mis padres, murieron también algunos tíos y tías, mis abuelas.

Los lutos, además, duraban mucho, eran terribles. Tres años para un padre, tres años para la madre, un año para la abuela, seis meses para un tío... Es decir, que pasé vestido de negro toda mi niñez»

Burgueses y payeses

«La verdad es que entonces había una conciencia de clase terrible entre Vila y el campo»

«Éramos una familia burguesa, como otras de Dalt Vila, es decir, con suficientes medios económicos para poder dar una carrera universitaria a los hijos, que entonces costaba mucho. Mi padre era farmacéutico, mi abuelo era abogado... Se daba por sentado que teníamos que ir a la Universidad, porque los bienes que podían tener estas familias burguesas eran alguna finca rústica, cuyos beneficios se repartían al cincuenta por ciento con el mayoral, y algunos alquileres de casas, pero eso era todo. Nosotros teníamos alguna finca que nos permitió a los cinco hermanos estudiar o intentar estudiar alguna carrera. Mi hermano y yo hicimos Derecho.

La verdad es que entonces había una conciencia de clase terrible, sobre todo entre la ciudad y el campo, entre los de Vila y los payeses. Había una separación clasista que empezó a cambiar con la guerra. Don Isidoro Macabich, que era familia mía, presumía, por ejemplo, antes de la guerra, de no haber salido jamás de las murallas. La guerra cambió un poco todo esto, porque muchos tuvieron que recurrir a algún pariente payés o a alguna finca en el campo para huir de los bombardeos de la ciudad, como el propio Macabich. Casi todo el mundo se marchó al campo en aquellos días, yo creo que no quedaron ni diez personas después de la matanza del Castillo, entre estos, por cierto, mi padrino, el médico Villangómez, que decía que prefería ir a la cárcel antes que ir a Ca na Rafala con su tía Eudoxia.

Bueno, quiero decir que antes de la guerra la división entre el campo y la ciudad era muy evidente, había recelo y desconfianza, pero los acontecimientos de la guerra, curiosamente, hicieron que esto cambiara»

La Guerra Civil

«Iba caminando desde Sant Rafel hasta el Instituto, en Dalt Vila, todos los días»

«He escrito dos libros sobre la guerra civil en Ibiza y Formentera, así que no voy a extenderme mucho sobre este trágico suceso. Nosotros también nos refugiamos en el campo, en una finca que teníamos en Sant Rafel.

Entre mis familiares había de uno y otro bando. Fue terrible para Ibiza. Probablemente, si no hubieran venido los ´libertadores´, aquella horda de anarquistas de Catalunya, apenas hubiera ocurrido nada aquí. Los aviones republicanos bombardearon la ciudad pero con unas bombas de 14 kilos que apenas dejaban rastro, salvo que te cayeran encima, claro, pero llegaron los italianos con bombas de 50 kilos y fue un desatre.

El comité antifascista decidió entonces, después del bombardeo italiano, matar a los presos del Castillo y abandonar la isla... Ibiza era mayoritariamente de derechas. En las elecciones de febrero, la derecha había arrasado en la isla. Y Mestre, que contaba con muy pocos hombres, no encontró resistencia alguna entre la gente de aquí cuando se sublevó. El propio alcalde subió a entregar el poder a la autoridad militar.

Nosotros nos fuimos a vivir a Cas Feliu y allí pasamos los tres años completos de la guerra, con mi abuela y mi tía Cecilia. Nos fuimos en julio, cuando los aviones republicanos empezaron a lanzar panfletos en los que se decía que, si no nos rendíamos nos iban a matar a todos... Y ya nos quedamos allí hasta que acabó todo.

Durante aquellos años, entre 1938 y 1940, yo iba caminando todos los días hasta el Instituto, que estaba en Dalt Vila, y volvía a casa también caminando. No había, por supuesto, autobuses escolares, ni nada parecido.

Todos mis conocimientos del mundo rural ibicenco me vienen de aquella época, incluso los asuntos legales, la legislación ibicenca del campo. Tuve también la oportunidad de conocer bien sus costumbres».

Colegios, profesores y amigos

«Mariano Villangómez me examinó para el ingreso en el Instituto vestido de soldado»

«Mi mejor amigo era Fernando Bertazioli. Éramos vecinos y aproximadamente teníamos la misma edad. Fuimos juntos al colegio, tanto a la Consolación como a la escuela privada del maestro don Mariano Torri Llobet.

Nuestra niñez transcurría muy bien hasta que empezaron las tragedias, primero la muerte de mis padres y luego la guerra civil, que nos separó casi definitivamente, ya que su padre era republicano y tuvo que exiliarse con la familia. No fue un exilio dorado ni mucho menos, lo pasaron muy mal, como él mismo ha contado. Yo he presentado sus libros y él los míos.

No volví a ver más a Bertazioli hasta que regresó, muchos años después, porque yo mismo le insistí para que regresara y hasta le facilité un trabajo como aparejador. Dos niños que jugaban cada día juntos, estudiaban juntos, que incluso éramos familia, por culpa de aquella guerra se separaron y estuvieron sin verse durante 40 años...

De mi paso por el Instituto recuerdo a mis profesores Manuel Sorá, a Pepe Tur, a Binimelis, a Mario Tur. También al poeta Mariano Villangómez, que era primo hermano mío. Me examinó para el ingreso en el Instituto. Iba vestido de soldado y a los dos días se marchó al frente. Esto era en 1938.

Palma, Valencia, Oviedo

«Si mi infancia fue negra y triste, mi juventud en cambio fue muy divertida»

«Cuando acabó la guerra, tenía 13 años y me fui a Palma a estudiar interno en los Teatinos, pasé allí un año terrible, un calvario de palizas y castigos. Hoy los meterían a todos en la cárcel por aquellos castigos. Después me fui a Valencia, un año después, para seguir mis estudios de bachillerato en un colegio de dominicos. Allí vivía con mi tía y madrina Josefina Román, hija del arqueólogo Juan Román, y madre de Natalio Cruz Román, que luego fue profesor aquí del Instituto durante muchos años y de José María, periodista, y Guadalupe. Ellos fueron como unos hermanos para mí. En aquella casa vivíamos un ambiente de lo más liberal, aunque también religioso, por supuesto. Recuerdo que todos los domingos sacábamos un periódico de cuatro páginas en la casa. Si mi infancia fue negra y triste, mi juventud en cambio fue divertida.

Estuve seis años en Valencia, años en los años en que se forja el carácter, de los 14 a los 20. Allí participaba en todo: era fallero, trabajaba en obras de teatro... Llegué a tener tantos amigos que no pegaba golpe. Me di cuenta de que, si no acababa con aquello, no haría nada, no podría acabar la carrera que ya había empezado. Decidí entonces, para terminar los dos años de carrera que me quedaban, buscar una universidad en la que no conociera a nadie. Pensé en Zaragoza, pero allí estaba Eustaquio estudiando Veterinaria. A Madrid tampoco podía ir, estaban los Planas estudiando oposiciones. En Salamanca, creo que estaba Acisclo estudiando Medicina... En fin, la única Universidad que encontré en la que no conocía a nadie era la de Oviedo. Y allí me fui y estuve dos años, acabando la carrera de Derecho.

Cuando acabé la carrera fui a visitar a don Isidoro Macabich, que era el presidente del Consejo de Familia, para comunicarle que ya había terminado mis estudios y él me dijo: «Ah, muy bien, ¿dónde pondrás la farmacia, hijo mío?»

Nadie esperaba, ni yo lo había dicho, que estudiara Derecho, porque aquí no se podía vivir de abogado. Había en la isla tres o cuatro como mucho, pero eran funcionarios del registro o del ayuntamiento. Que vivieran como abogados, sólo estaba un catalán llamado Valldeneu, que creo que estaba desterrado en Ibiza. Recuerdo que llevaba siempre los pantalones rotos, era casi mendicante. Cuando pedía un cigarro, te cogía el paquete y se llenaba la petaca. Compartía casa con un limpiabotas y con un colchonero. Los tres andaban siempre por la casa discutiendo en calzoncillos»