Cuando Joan Torres sube a su autogiro -un biplaza con motor de cuatro tiempos más potente y más seguro que el monoplaza que había tenido anteriormente- realiza una revisión completa al vehículo. «Es algo importantísimo en la aviación: hacer una inspección de prevuelo de todos los aparatos, los componentes y el combustible», explica mientras asegura, riendo, que no es de los que tienen manías o supersticiones.

La suya no es una afición tardía. «A los 17 años hice un curso de vuelo sin motor y también he hecho parapente. Siempre me ha gustado. El porqué, no lo sé», dice Torres, de 56 años y veterinario de profesión. Desde entonces, ha convertido el autogiro en su medio de transporte y lo utiliza incluso para desplazarse entre las islas del archipiélago balear. «Es un transporte muy válido. Si tengo que ir a Menorca, voy con mi autogiro y no haciendo transbordos en Palma; salgo cuando quiero y no tengo que hacer escalas», comenta.

El viaje más reciente que ha realizado, además en solitario, fue un recorrido de 2.925 kilómetros por la zona mediterránea occidental que llevó a cabo a finales de septiembre y principios de octubre de 2008. La idea surgió porque su esposa quería hacer una peregrinación a Medjugore, en Bosnia; él pensó en la posibilidad de llegar hasta allí con su autogiro pero sin su mujer. Entonces inició la tramitación de los permisos necesarios, aunque finalmente «un malentendido» le impidió llegar a Bosnia - «tenía permiso para salir de Móstar, pero no para ir», relata- y le obligó a modificar el trayecto.

«Creo que hice una media de 500 kilómetros al día», concretó Torres, quien añadió que volaba a una velocidad media de 122,3 kilómetros por hora. En total, realizó cinco etapas: en la primera llegó a Menorca desde Eivissa; en la segunda partió de Menorca a Cerdeña -superando por primera vez el centenar de kilómetros sobre el mar que él había recorrido nunca y llegando a los 6.000 pies de altura- y de Cerdeña a Anguillara (península Itálica) -en cuyo campo encontró un grupo de curiosos que se interesaron por su viaje-. «Los pueblos italianos son maravillosos y la costa de Cerdeña, impresionante», resalta.

Aquí detuvo su ruta, interrumpida para coger un vuelo comercial entre Roma y Dubrovnic, donde le esperaba su mujer, y realizar la peregrinación. Después tocó volver en tres etapas: la primera de Anguillara a Novara (al norte de Italia) -con percance incluido tras tener que detenerse por la lluvia en un aeródromo-; la segunda, de Novara a Igualada, cruzando los Alpes y deteniéndose en Nizas Pezenas (Francia); la tercera hasta Eivissa, haciendo parada en Castellón tras una demora inicial provocada por la niebla.

Sobre si resulta agotador volar tantas horas en autogiro, asegura que no: «No es cansado, no más que en coche. Además estás acostumbrado». Torres no sabe si este último es el trayecto más largo que ha hecho, pero sostiene que sí el de mayor distancia recorrida encima del mar en un vehículo de estas características. «Pienso que nadie ha hecho un viaje en autogiro más largo por encima del mar, así de continuado y sin apoyo de ningún otro medio», reflexiona.

Seguridad y comodidad

Torres tiene muy claras las principales cualidades de este vehículo: seguridad, autonomía, potencia, capacidad para aterrizar en menos de diez metros y posibilidad de hacer vuelos lentos, entre otras. De todas, insiste en la primera: «Tiene una seguridad muy grande porque no entra en pérdida, que es algo que en la aviación es muy peligroso». Muestra de ello es que en su primera vuelta por la Península Ibérica, con apenas 70 horas de vuelo, tuvo dos paradas de motor: «Pero acabé la vuelta sin habernos hecho mal ni el aparato ni yo. Después del segundo incidente descubrí cuál era el problema y el problema no tuvo más trascendencia».

Al margen de los vuelos del día a día, su afición ha llevado a Torres a realizar distintas rutas por España -«cruzar la Península es algo que hago muy a menudo», especifica- y otros países próximos, como el último trayecto. Algunas las realiza en solitario y otras en compañía de más amantes de los autogiros o de su mujer, a quien según él este medio de transporte «no le apasiona, pero le gusta». Aquella travesía con la que sueña no ha llegado todavía: «Me gustaría dar la vuelta a todo el Mediterráneo, pero es muy complejo porque atraviesas muchos países, incluso algunos en conflicto». Hasta que le toque el turno a ese trayecto -calcula que podría tener unos 20.000 kilómetros- o al viaje a Dakar -«éste seguramente lo haré», dice confiado- en su carné de baile ya están tachados España, Francia, Marruecos o Portugal. No quiere decir que no vuelva a estos lugares a bordo de su ultraligero, sino que ya ha recorrido una parte de ellos.

Su primer viaje en autogiro se remonta a principios de los años noventa y fue una vuelta ibérica organizada por la Asociación española de pilotos de ultraligeros (Aepul). «Continuamos haciendo vueltas ibéricas hasta que los autogiros nos separamos de la vuelta de ultraligeros; ahora hacemos la nuestra propia», comenta. Se refiere a las travesías del Aeroclub Giroaventura: «Surge de la idea de un grupo de pilotos de autogiro para reunirse y realizar una ruta anual por diversos países, demostrando que el autogiro es un ultraligero que permite recorrer grandes distancias con seguridad absoluta y disfrutando del vuelo en su máxima evolución», dice en la página web del colectivo. «Hemos recorrido España (2005), Francia (2006) y Marruecos (2008), y ahora nos vamos a Italia (previsto para junio de 2009)», relata el piloto, quien concreta que él mismo fue el encargado de organizar los recorridos por los países galo y alauí. De ellos, recuerda especialmente el de Marruecos y rememora la sorpresa de quienes les vieron marchar del aeropuerto de Tánger: «Cuando nos íbamos, partíamos todos juntos en hilera y se pusieron a aplaudir. No habían visto nunca una vuelta de autogiros».