En estos 100 primeros días de gestión se protegen algunos de los políticos recién elegidos, que han competido en velocidad y voracidad para subirse el sueldo. Recordamos a los ganadores del Ayuntamiento de San José clamando en los días anteriores a su toma de posesión que el equipo anterior estaba dejando las arcas vacías. Ingenuos, pensábamos que les preocupaba el pago de la nómina de los municipales y el mantenimiento de las escuelas del municipio. Lo que no dijeron entonces es lo que en pura lógica se deduce de sus actos: que su miedo era a verse `compuesta y sin novio´, y demostraron luego que aún quedaban fondos subiéndose el sueldo en la primera sesión del Consistorio que dirigen. Y con el agravante de superar a los del pueblo de al lado, San Antonio, a los que antes de tomar posesión criticaban por cobrar demasiado. Se quedan tan frescos. En el Ayuntamiento de Ibiza, lo mismo: subidas del 30% a la alcaldesa para empezar. En Formentera el Ayuntamiento no tenía dinero, así que ha eliminado dos puestos de trabajo para poder repartirse sus fondos entre los concejales. Y si vamos a Mallorca, consigue el campeonato en esta reñida competición el alcalde de Calvià (90.000 euros brutos al año). En Inca aumentan las gratificaciones por asistencia a plenos y comisiones de gobierno en casi un 50%. Dice el Diario que la Federació d´Entitas Locals de les Illes Balears había hecho un acuerdo, no vinculante claro está, para evitar estos abusos. El mismo que presidía la Felib es ese alcalde de Calvià que ha triturado el acuerdo, se supone que sin devolver lo cobrado en gratificaciones por el engendro.

Estas subidas son escandalosas para la inmensa mayoría, que debe esperar a primeros de año para ver si consigue una subida que se acerque al nivel de la inflación y ve perder poder adquisitivo real a su sueldo cada año. Esos políticos tan alegres con el dinero público que se pasan a sus bolsillos manifiestan insolidaridad con sus electores, una avaricia impropia de sus cargos y actúan por sorpresa: nunca nos avisan en sus detallados programas electorales de sus verdaderas intenciones, tan verdaderas que es la primera medida que toman en propio beneficio con todo descaro, lo que deja en evidencia que lo tenían bien planeado. La impresión que dan se acerca a algo así como de reparto del botín, rapiña. Todo aumento les parece justificado. Hace unos años nuestros diputados se dieron una subida espectacular con la excusa de equipararse a sus compañeros europeos: habían llegado, ellos solitos, para qué un debate público, a la conclusión de que la dignidad del cargo lo exigía. Reducir la dignidad del cargo a una cuestión monetaria les dejó a cierta distancia de aquella dignitas de Cicerón. Pero eso no les afecta. Huele a tomadura de pelo cuando obligan al resto de los ciudadanos a pagarles sus equiparaciones dejándonos tan desiguales como siempre: nos hacen una nueva ley supuestamente distributiva de la riqueza, otro papel, y los españoles a seguir pagando el 40% del salario en la hipoteca. Pero no les parece digno ponerse al nivel de rumanos y polacos. Y sobre esas subidas acumulan las siguientes, siempre a años luz de las que afectan al común. No es extraño que veamos a políticos pobres en votos, y lo peor, en ideas, sobrevivir en este sistema de por vida, profesionales de la obtención de cargos públicos, esos nombres que siempre vuelven a la sombra del poder y nunca se van a su casa.

Lo más chocante, porque es contrario al sistema democrático, es que estos cargos electos tengan el privilegio de adjudicarse a sí mismos el sueldo y las comisiones que les parezca, y cuando les parece, sin un control superior y externo. Este sistema coquetea con la corrupción y habría que acabarlo por políticos decentes, los que queden, que elaboren un sistema de retribución de los cargos públicos supervisado, de obligado cumplimiento como el del resto de los ciudadanos. Y que el asunto de las subidas del sueldo de los políticos se trate por ley en la misma época que el de los demás paisanos, allá por el final de cada año, de modo que no se diluya en la distancia del tiempo esa comparación imprescindible entre sus subidas y las de los demás.