Las encuestas electorales no son una leyenda urbana. Existen. Hay quien las hace. Y hay quien las responde. Hace dos semanas respondí una. Y ahora entiendo los resultados de las encuestas. Para empezar, intentaron engañarme. Me dijeron que era una encuesta para ver si estaba contenta con mi ayuntamiento. Y me pidieron que le pusiera nota a Rafa Ruiz, el alcalde. El tomate vino después, cuando la entrevistadora me pidió que valorara a José Vicente Marí Bosó.

«¿Pero esto no era una entrevista para ver si estaba contenta con mi Ayuntamiento? Porque este señor no está en él», le respondí. A lo que la encuestadora me insistió para que le pusiera nota. «¿Como qué? ¿Como líder del PP? ¿Como malabarista? ¿Torero de gatitos? ¿Candidato?», continué. Una situación que se repitió todas las veces en las que me pidió que le pusiera nota a todos los alcaldables (todos hombres, por cierto) a pesar de que no me había pedido que les pusiera nota como candidatos sino por su labor en el Ayuntamiento.

En ningún momento me preguntó, antes de exigirme una puntuación, si conocía al político en cuestión, algo básico. Y sólo me indicó el partido al que pertenecía uno de ellos. Al final me preguntó a quién votaría si las elecciones fueran mañana. Le dije que era una huérfana política. Y ahí cortocircuitó: «¿En blanco? ¿No votará?». «Huérfana política», insistí. No sé qué anotó. Luego nos sorprendemos de los resultados de las encuestas.