El calvario de esta Semana Santa no lo vamos a vivir en las procesiones, sino a través de mítines, informativos y tertulias televisivas. Si la precampaña, más que intensa, ha sido dantesca, resulta fácil predecir el grado de sobrecalentamiento y pasión desmedida que se avecina hasta las elecciones generales del 28 de abril, primero, y las locales del 26 de mayo, después. Que la mecha electoral se haya prendido a las puertas de la Semana Santa constituye la mejor metáfora de la deriva enloquecida que han tomado estos comicios.

Desde que España es una democracia no se recuerda semejante grado de polarización ni tal nivel de sobreactuación. Hay días en que nuestro país, dejando de lado la indiferencia de buena parte de la población y ciñéndonos exclusivamente a la esfera política, parece cubrirse de una atmósfera prebélica. La irrupción de la extrema derecha sin caretas, como elefante en cacharrería, ha desubicado a la derecha tradicional, que en lugar de arrimarse al centro se orilla aún más a la diestra. Así, mientras combaten en el arroyo de los extremos, desatienden el océano de los moderados. El resultado, en mayor o menor medida, lo anticipan todas las encuestas y, aun así, nadie ajusta el rumbo. La pesadilla que vivieron PSOE e IU con la irrupción de Podemos fue idéntica a la que ahora desencaja a PP y Ciudadanos.

Hay días en que sus rejuvenecidos líderes se levantan con espíritu conciliador y tratan de equilibrar su discurso hacia el centro, pero el efecto dura pocas horas. En cuanto Vox agita su muleta encarnada, repartiendo humillantes pullas -«esa derechita cobarde y acomplejada»- vuelven a entrar al trapo. Vox va de mitin a Ibiza y a otros lugares, con su castillo de fuegos artificiales imposible de superar en contundencia y rotundidad, que son los valores que ahora se estilan: armar a los españoles que caminan por la calle, desmantelar el sistema público de pensiones, deportar a los inmigrantes ilegales, derogar la ley de violencia de género, suspender la autonomía catalana, dinamitar la ley de normalización lingüística, cerrar mezquitas, reducir drásticamente la tributación de las rentas más altas, etcétera. Si se les acaban las ideas, hay más. Solo deben seguir retrocediendo en el tiempo: supresión del voto femenino, expulsión de los judíos, recuperación del derecho de pernada?

Este prolongado lanzamiento de misiles electorales provoca en los adversarios una gestión errática de la campaña, con desmentidos y propuestas excesivamente originales. Desde reabrir el debate del aborto a anunciar que se va a reducir el salario mínimo, para luego negarlo. Así como garantizar la residencia a las inmigrantes embarazadas que entreguen a sus hijos en adopción -reconvirtiéndolo después en fake news, gran comodín de estas elecciones-, o calificar al neonato como uno más de la familia, a todos los efectos jurídicos. Incluso aterrizar en Ibiza para anunciar la supresión de la ecotasa cuando la competencia es autonómica y el partido en las islas ya había anticipado su reducción pero no su eliminación.

Ciudadanos, en paralelo, sorteando escándalos de pucherazos internos y persistiendo de mitin en mitin en el error, se diría que ya histórico, de anunciar que nunca jamás, pase lo que pase, alcanzará un pacto con los socialistas por el asunto del relator. Si también reniegan de Vox, ¿con quién piensan gobernar? ¿Han renunciado a hacerlo? A los primeros espadas de la formación naranja, como a los del PSOE y Unidas Podemos, aún los esperamos por Ibiza.

Mientras tanto, el partido morado sigue tratando de superar el desastre de las desavenencias internas -que pasarán factura-, la contradicción del chalet y el vacío dejado por el líder durante su permiso de paternidad. Toca desviar la atención hacia esas cutres operaciones de espionaje y manipulación, orquestadas desde las cloacas del Estado, pese a pasar de puntillas cuando quienes las sufrían eran otros.

Y el presidente, desde la tranquilidad de su fortaleza, calla y otorga, dejando que otros hagan el trabajo sucio por él. Calcula a diario el porcentaje apropiado de ese centro que va quedando huérfano e incluso se permite el lujo de regatear debates a sus contrincantes y dar la espalda a la televisión pública, cuando antaño los abanderaba y ninguneaba a quien fuera reacio. Más contradicciones.

Y todo ello, con un resultado en el filo de aupar a unos y tumbar a otros, o viceversa. ¿Quién podía imaginar hace unos meses unas elecciones donde la ideología extremista tomara el relevo de la corrupción? La política actual, en todo caso, se parece un poco al viejo emisario de Talamanca. Cuando ya lo creíamos muerto y enterrado, resucita para volver a inundar de mierda la playa.