Aún recuerdo aquella horrible mañana en la que me desperté convertido en un indeciso. Abrí los ojos. Sequedad en la boca, pesadez, arcadas. Bocarriba, en desacostumbrada postura, miré al techo. Fui a girarme y no podía. Tenía algo en la espalda. Mi cuerpo y mi intención de voto habían sufrido una metamorfosis. Miré a la papeleta de voto, que había dejado al acostarme en la mesilla de noche. No sé por qué no se llama mesita de día, si está allí las 24 horas. Indeciso. La palabra acudía a mí, a mi mente, a mi cuerpo transformado. La antaño querida papeleta me daba ahora tirria. Quise darle un manotazo, pero estaba inmovilizado. Atenazado por la indecisión. No me decidía a levantarme. Tampoco podía. No me decidía a desayunar. Incluso mi querencia por el café se había vuelto indecisión. No sabía si tomar té. O quizás un zumo. Tal vez de naranja. O no, mejor de pomelo. O agua. Pensé en los partidos políticos en liza. No me decidía. Tenía que ir a votar, pero tampoco estaba muy convencido. Pensé en alcanzar el mando de la tele y poner algún debate. No me decidía pensando que igual era mejor encender la radio. No sé por qué aún no había pensado en el móvil. Pero a saber dónde estaba.

Lo mejor sin duda era volverme a dormir. No estaba muy seguro. Por la ventana entraba el ajetreo del día, los voceros, coches, turistas, repartidores. Un bulle, bulle de centro urbano. Todo el mundo a sus quehaceres, pensé, menos yo, aquí en la cama aún. Preso de la indecisión. Hice un esfuerzo por pensar en los postulados liberales. En los socialdemócratas. Pensé en los nacionalismos, en el conservadurismo, en España, en el Asia menor, en el regionalismo y hasta en la inmigración. En el marximo clásico. El maoísmo.

También en la sanidad en la puesta en valor del patrimonio artístico y en las metáforas en adobo maridadas con pimientos rojos asados y regadas con un Somontano. Pensé en nuestros líderes y próceres, en Macondo, los verdiales y la jota, la gaviota, el puño y la rosa, los círculos morados y las naranjas.

Todo se me figuraba una amalgama, una mixtura, una empanada, un caos. Siempre podrían traerme una urna. Pero para qué. Una papeleta en blanco tal vez. O una decisión de última hora. Caí en un sopor. En un dulzón desvanecimiento. El sudor se fue mitigando, mi temperatura corporal comenzó a mejorar. Me fue invadiendo una tranquilidad reconfortante. En efecto, me estaba quedando dormido. Antes de dormirme eché un último vistazo a la mesita de día, digo, de noche. Y cuando desperté, la papeleta todavía estaba allí.