Estamos solo en mayo y se multiplican las colas en el súper. Trabajadores de temporada pero también muchos turistas llenando una cesta de la compra que nos muestra a las claras que o los hoteles han instalado hornillos en las habitaciones o la «economía colaborativa» de Airbnb, arrendadores y demás tropa le sigue haciendo la peineta a Govern y Consell y su patética labor inspectora. Unos son piratas sin escrúpulos que se mofan de la legalidad y el vecindario. Y a los otros, esa «inocente» clientela sin cuya demanda no habría negocio, además del ahorro en restaurantes, bares y cafeterías de la isla, les priva la sensación de sentirse «integrados» en la vida local. Educados en una cultura que ha ridiculizado al turista clásico, muchos cachorros de las low cost se definen a sí mismos como «viajeros». 'Marco Polos' con visa y billete de vuelta que buscan la «libertad» del piso y la «autenticidad» de las zonas residenciales. Por supuesto que, como buenos nativos de la sociedad de la información, están al tanto de las movilizaciones vecinales y bastantes hasta simpatizan con ellas, pues aborrecen la masificación, pero también tienen la 'virtud' de absolverse a sí mismos cuando se deciden por el alquiler turístico. Los entiendo, son muy cool, pero que no pidan que encima los recibamos bien. Al menos yo, la hospitalidad la reservo para los que vienen a conocer Ibiza y no a descubrirnos su «esencia» a los demás, para los que nos visitan y no nos expulsan, para los que se van a un hotel. Socialmente, son los únicos «sostenibles».