La semana pasada esta columna arrancaba con una frase de Groucho Marx dedicada a la agrupación pitiusa de beach clubs. Aún a expensas de reincidir, la actualidad política impone tirar nuevamente de la chispa del cómico neoyorquino. Una de sus citas más recordadas parece concebida para explicar la devaluación geográfica del Río de Santa Eulària, que es surrealismo puro: «La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados», sentenció Groucho.

La frase no deja demasiado bien parados a los políticos en general y, efectivamente, retrata la penúltima pantomima concebida por el Govern de Mallorca, que de vez en cuando ingenia algún invento que, voluntaria o involuntariamente, acaba degradando a las Pitiusas. Ahora resulta que el único río de Balears ya no es único, sino que según el nuevo Plan Hidrológico del archipiélago no se diferencia en absoluto de las otras noventa «masas de río temporales» que existen en las islas, versión burocratizada del término torrente.

Semejante majadería recuerda también a esa película titulada 'El inglés que subió a una colina pero bajó una montaña' (Christopher Monger, 1995). Cuenta la revolución de un pequeño e indignado pueblo galés, cuando dos topógrafos ingleses, por unos pocos pies, deciden recalificar a colina la hasta entonces montaña que preside su localidad. Los orgullosos vecinos, con un par de bemoles, ascienden a la cumbre y, a golpe de pico y pala, le devuelven el estatus.

A los habituales desprecios presupuestarios y agravios comparativos que nos dispensan desde el Govern balear, se suman de vez en cuando estos ridículos conflictos de nomenclatura. Únicamente sirven para encabronar más a los ibicencos, además de demostrar la nula sensibilidad de los altos cargos y funcionarios mallorquines hacia nosotros. Reducir un río a torrente, por una cuestión burocrática que se podría restituir con un chasquido de dedos del conseller de turno, únicamente subraya la nulidad que representamos. Los partidos pitiusos con escaño en el Parlament deberían hacérselo mirar, sean del color que sean.

¿Se imaginan cruzar el puente de entrada a la villa y encontrar un cartelito que ponga 'Masa de río temporal de Santa Eulària', cualquier otro eufemismo igual de estúpido o incluso 'torrente'? Y lo mismo sobre cada accidente fluvial, pues dicho plan ya no diferencia entre el cauce que nace del agua almacenada en las entrañas de un monte y las sendas de los valles por las que corre ocasionalmente el agua de las tormentas.

Esta polémica cuestión, de hecho, es aún peor que la frase de Groucho. Aquí no se trata de que la política busque problemas y los encuentre, sino que directamente los fabrica de la nada, importunando a todo un pueblo, por no decir una isla. Veríamos qué ocurriría en Mallorca si un conseller ibicenco redujera a 'cadena de colinas' la sierra de Tramontana o borrara de un plumazo la Ley de Capitalidad que Palma se esfuerza en conseguir.

El pleno del Ayuntamiento de Santa Eulària, con el acuerdo de todas las fuerzas políticas, que ya es difícil, solicitó el pasado marzo al conseller balear de Medio Ambiente, Vicenç Vidal, que devolviera al río su condición de único y la semana pasada el PP volvió a insistir en el Parlament. Vidal no mueve ficha y se parapeta en la desidia de su antecesor y actual líder de los populares, Gabriel Company, que calificó todos los cauces como masas temporales, incluido nuestro río. Si rememoramos el desaguisado del emisario de Talamanca, que nunca resolvió Company pese a la gravedad del asunto, esta explicación parece creíble. Vidal, sin embargo, también recurre a los argumentos hídricos, relacionados con las largas épocas de sequía que sufre nuestro cauce y a los muchos pozos que lo esquilman. No cuela. La península está llena de puentes que cruzan ríos a menudo sin agua y que mantienen su condición.

En todo caso, la polémica del río de Santa Eulària, más allá de un asunto fluvial, representa una cuestión cultural irrenunciable para los ibicencos. Existe una tradición, una herencia de muchos siglos y una colección de conocimientos vinculados al río, que no lo olvidemos, fue por su riqueza el principal objetivo de los piratas, tras las salinas y el puerto de la capital. Incluso contamos con un museo que explica su historia.

El conseller Vidal debería quitarse por un día la coraza de burócrata mallorquín, aprobar las modificaciones que hagan falta aunque supongan un poquito de trabajo y resolver un problema en el que jamás se debió de invertir el menor esfuerzo. Como si no hubiera cuestiones mucho más graves y relevantes para los ciudadanos que tratar en el Govern balear. Por ejemplo, el lamentable asunto del Hospital Residencia de Cas Serres.